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Sergio Marentes
Photo Credits: Wendy Darling ©

La vida en la otra Europa

Esto se trata de Europa, una de las lunas de Júpiter, no el continente de donde proviene nuestra lengua, nuestra sangre y nuestros ancestros menos civilizados. Porque la rama de la ciencia encargada del espacio dijo que, dentro de algunas décadas, no más de diez, allí se podría asentar el ser humano para sobrevivir. Agregó que lo sería sin la necesidad de un gran proceso de adaptación como sí lo habrá de ser, lo está siendo hace mucho, de hecho, la primera civilización en Marte, el siguiente planeta que planeamos destruir con nuestra indolencia. Pero dentro de las características que más asemeja a Europa, la luna, con nuestro planeta la que más llamó mi atención fue la cantidad de partículas de indiferencia por metro cuadrado. Resulta que, según otra de las infinitas ramas de la ciencia, en nuestro planeta, para poder sobrevivir al menos la media, debe de haber una cantidad equivalente a la mitad del oxígeno necesario para no morir de asfixia. Esto quiere decir que si necesitamos, por ejemplo, un metro cúbico de oxígeno para respirar un día entero habrá de acompañarnos medio metro cúbico de indiferencia para no morir en el intento.

Para lo demás, nada más hace falta hacer ecuaciones según nuestras necesidades y carencias, según nuestros vicios y debilidades. Y para los cálculos del tamaño de la civilización allí dispuesta, nada más basta con pensarnos un poco menos malos que nosotros mismos.

La indiferencia, valga la aclaración, está formada por varios componentes, no se trata de una sustancia pura como el amor o el odio que, a la larga, son lo mismo vistos desde afuera del microscopio. Pero esto no se trata de la química sino de la física, aunque también de la filosofía y de la poesía, como todo.


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