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Sergio marentes

La vida es del dueño aunque otro se la quite 

Nadie sabe lo que sucedería si lo que vamos leyendo, digamos esto, llevado por las manos mágicas de lo fantástico, fuera cambiando de significado por completo hasta el punto de que, al releerlo, fuera algo completamente distinto; tampoco sabríamos qué pasaría si nuestras huellas al caminar mutaran y se convirtieran en hierba o en charcos de agua sin razón aparente. Así como nadie sabe qué pasaría si, de repente, remplazáramos todos nuestros recuerdos y sensaciones enlazadas a ellos y hasta las funciones químicas, regidas por el orden natural con milenios de experiencia. En mi caso, no sé si, justo en el instante en el que saliera del tránsito, seguiría siendo el que soy con algunas diferencias o si, en el peor de los casos, o en el mejor -no se sabe- resultaría siendo alguien completamente nuevo, como un recién nacido viejo o un viejo con memoria de recién nacido. Todo esto porque leí que, por sólo ocho mil dólares estadounidenses, una empresa digital llena las venas de alguien de sangre joven, posiblemente a su elección, aunque ya entrados en gastos, ¡a quién le va a importar qué tipo de joven sea quién te llene el cuerpo de vida!, y no puedo más que sentir pena por los que se lucran de la vida ajena.

O si, por decir otra cosa, aunque parecida, te llega un órgano para salvarte la vida y no puedes negarte aunque provenga de un negro, un judío o un inmigrante latino, y aunque sea de un muerto que lo ignore, como sucederá de ahora en adelante en mi país, Colombia donde la donación de órganos será obligatoria para cada muerto que no haya dejado un certificado notarial manifestando estar en contra de ello. Es decir que la vida será obligatoria para aquellos que ya no morirán en la fila de espera de trasplantes como tantos otros. Resumiéndolo, y sin acotarlo, lo importante vendría a ser que una vida se salve si otra es capaz de hacerlo, aunque parezca tan fácil, y tan difícil a la vez. Lástima que haya que tener dinero para comprar, y para sobornar a los necesitados. Si a mi padre, por poner un ejemplo cualquiera, le hubieran sacado los órganos que le quedaban en buen estado, justo después de morir, de seguro no hubieran sido dos los muertos sino la mitad, o no todos, y al fin y al cabo sería una gran reducción de la mortalidad, además de que mi padre seguiría por ahí, en algún lugar o en varios… pero de metafísica no vinimos a hablar. Y si a todos los muertos completos los enviáramos incompletos al otro mundo, los incompletos que nos quedamos llorando y, en el peor de los casos rogando y sin mazo para dar, no necesitaríamos alimentar el odio, la ira o la desgracia de ser el eslabón roto de la cadena oxidada que es este mundo que deja morir por no arriesgarse a intentar hacer vivir, o porque cuesta mucho que un vivo viva como se supone que se debe: vivo, aunque pobre.

Nadie sabe lo que sucedería si releyéramos cualquier cosa, digamos esto, por nombrar algo.


Photo Credits: Wellcome Images

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