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Arturo Serna

La sombra y la vanidad

Mi maestro Diógenes solía orinar en la calle y comía la escoria que dejaban las moscas. No tenía hogar y la fuga –no la evasión– como vida permanente era una marca en su acción y en su ética de la rebeldía. Una tarde se encontró con Alejandro Magno y éste quiso hablar con el filósofo. Pero Diógenes no quería conversar con el emperador. El cínico le pidió que se corriera de lugar. Le dijo que le molestaba su figura: prefería contemplar su propia sombra.

Diógenes me ayudó a pensar en la adulación como lacra moral. Más vale el oro de tu propia sombra que el eco profuso y vano de la riqueza. Es mejor la serenidad y solidaridad de las hormigas entre sus iguales que la vana pedantería del macedonio y de Trump.

La vanidad de Alejandro es inversamente proporcional a la despojada virtud de Diógenes. Ojalá yo pudiera recoger una milésima parte de la enseñanza de esta curiosa ecuación existencial.


Photo Credits: Pete Birkinshaw

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