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paola maita
Photo Credits: greg ©

La serpiente de la culpa

Mientras escribo estas líneas, S. plancha. Aunque nos hemos repartido las tareas domésticas y mi feminismo canta de alegría por ello, no puedo evitar sentirme culpable. Algo dentro me dice que debería levantarme de la silla y hacerlo yo.

Por otro lado, me repito que la verdad es que ya yo he cumplido con mi parte del trabajo de la casa, que lo distribuí de otra manera y que por eso el yo estar “ociosa en la computadora” –cosa que no es del todo cierta porque estoy trabajando en este texto– está coincidiendo con su momento de planchar la ropa.

Comienzo a darme cuenta que necesito darle demasiadas justificaciones a este reclamo de “qué horror, tú sentada aquí sin hacer nada relevante mientras pobrecito él planchando tu ropa”. Sé que este reclamo no va para nada acorde con las cosas en las que he dicho creer: la distribución equitativa del trabajo doméstico, la igualdad de condiciones para los dos, el trabajo en equipo… Sin embargo siento que casi tengo que darle argumentos filosóficos y posmodernos a esta voz irracional que, aunque sepa que no viene de mí, está tan profundamente arraigada que me cuesta callarla.

No importa en cuánto le insista que no, que no tiene razón, que yo pienso diferente y que no estoy haciendo nada malo… Es una voz que va quedando asfixiada por el ruido de los argumentos lógicos y racionales pero que, en verdad, no se calla.

El trabajo personal que he hecho en terapia y la filosofía de “leer para comprender el mundo” me llevan rápidamente a identificar que esta voz viene de las mujeres de la familia en la que crecí, que clamaban al unísono: tienes que atenderlo. Sé que esto no pasa solo en mi familia, sino en tantas otras más, en las cuales la idea de que la mujer puede… es más, no es que puede, tiene que poder con todo, está insertada casi a nivel genético.

A pesar de que sigo escribiendo como si nada en mi interior estuviese pasando, sé que hay una serpiente inquieta que repta en mi inconsciente, silbando por lo bajo que todas hemos de seguir limpiando los pecados de Eva, que nada ha sido suficiente. Sé que este reptil no solo habita mi inconsciente, sino también el de otros porque lo he visto y lo he escuchado. Está instalado en madres con las que he trabajado, amigas, primas, tías, y lo he divisado en frases sueltas en la calle. Es la versión antigua de la publicidad: está en todos lados sin que nos demos cuenta.


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