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La sede social de mi vida

Mi calle: diez casas de ladrillo, con la misma fachada.

Siempre me ha parecido curioso el lugar que ocupan los espacios en la vida.

Si Dios quiere, mañana conduciré mi automóvil (al cual, cariñosamente llamo ‘El nené’) por la misma calle que crucé mil veces tras usar el “majestuoso” sistema de transporte público caleño.

No es como todas. Toda mi vida la he pasado en conjuntos residenciales y en el que habito hoy, lo hago desde hace catorce años; cuando aún recuperaba las materias de séptimo grado del colegio, recuerdo.

De manera que mi calle incluye una piscina con sombrillas, un parque con columpios y un kiosco con gran pasado.

Ahí, afuera, en la calle de la unidad, está escrita gran parte de mi historia; como lo estaría en cualquier lugar donde hubiera pasado toda mi juventud hasta hoy, cuando tengo 26 años.

Para mí, el kiosco es quizá el espacio principal de esta unidad, la sede social de mi vida. Aún atiendo ahí a algunas visitas, cuando no es en la banquita del parque, en las sombrillas o en Carulla.

Tiene un diseño moderno y está hecha de ladrillo.

La primera vez que la pisé, aún no vivía en esta unidad y tal vez, me llamó la atención su arquitectura innovadora porque recuerdo haberme parado detrás de su baranda blanca, por un buen rato, a admirar la hermosa piscina que tiene.

En la sede social, vi por primera vez a quienes serían mis “amigos de la unidad y de la pubertad”. Tendríamos de doce años para abajo. Recuerdo: en una novena.

Fue ahí donde viví maravillosos momentos románticos, a oscuras (al igual que muchos); tuve la desgracia de aprender a fumar, surgieron charlas profundas con carcajadas incluidas y celebré mi cumpleaños más de una vez.

En ese espacio hecho de ladrillo; Camilo, el de la casa diez, se le declaró a Laura; mi mejor amiga del colegio, con quien duró cuatro años de novio.

En ocasiones, siento que disfruto escribir sobre cosas banales y está bien porque a veces esas son las que nos hacen felices.

Los espacios están llenos de nosotros ¿dónde está su historia, querido lector?

Yo, cada vez que salgo, paso por “la sede”. A veces, en la noche, me da miedo porque me asusta el “rondero” de la unidad, que se camufla perfecto en la oscuridad.

Otras veces, solo lo hacen mis recuerdos.

Este artículo fue publicado también en El Clavo.

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