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La República del Este

 

Dos símbolos de la modernidad

Uno de los símbolos más poderosos de esa nueva Caracas es el Hotel Humboldt. Da cuenta de ello la película Hotel Humboldt, un milagro en el Ávila, dirigida por Federico Prieto, seleccionada para competir en el IX festival internacional de cine sobre arquitectura y urbanismo de Estambul. Como reseñó la página Runrunes el 14 de septiembre de 2015, en una nota cargada de nostalgia: “El Hotel Humboldt, una torre cilíndrica diseñada por Tomás José Sanabria y construida en 199 días en la cúspide del cerro Ávila, que sobresale y se visualiza desde cualquier parte de Caracas, representa e inmortaliza la maravillosa modernidad urbana fechada en la década de los 50’s, cuando el mejor talento nacional y extranjero jugó un papel preponderante fundida en una irrepetible fuerza creadora”.

Otro de estos símbolos son las Torres de Parque Central. En una crónica aparecida el 28 de marzo de 2015 en la Revista Clímax, titulada “Caracas se cae a pedazos”, se dice que: “En sus tiempos de gloria, este conjunto, mejor conocido en la cotidianidad como Torres del Silencio, llegó a ser más importante que el propio Rockefeller Center de la ciudad de Nueva York. Diseño y construcción de Cipriano Domínguez entre 1948 y 1957. Implantado en el centro de la ciudad, integrándose a la perfección con su entorno (…)

La innovación del proyecto es fantástica: en un terreno inclinado, Domínguez logró introducir 3 vías de tránsito —norte a sur— y una autopista bajo el complejo. Para este fin se requirió la colaboración del arquitecto francés Maurice Rotival en 1939, quien previamente presentó el Plan Monumental de Caracas, donde se establece una nueva trama vial —la Avenida Bolívar como eje principal— y una serie de pautas que darían un nuevo urbanismo a la ciudad. La integración del espacio público, privado, los materiales utilizados para su construcción y el arte que decora sus colosales estructuras hicieron del proyecto uno de los ejemplos más importantes en la historia arquitectónica del país.

Lamentablemente,hoy en día, el Centro Simón Bolívar necesita con urgencia una restauración intensiva. Sus pasillos adornados con amplias lozas de mármol y mosaicos estilo Art Déco tardío se han despellejado —dejando a la vista el esqueleto: concreto y cemento. La tonalidad arena de sus paredes ha sido reemplazada por mugre y graffiti. Las fachadas externas están también conformadas por vidrios rotos, cientos de aparatos de aire acondicionado, cableado expuesto y alguna que otra prenda de ropa —también pantaletas— que espera ser secada por el inclemente sol. Además, sus corredores sirven de mostradores para buhoneros”.

 

Caupolican Ovalles

 

Caurimare: lo que algún día inevitablemente será

Escuchemos ahora el testimonio de Alberto Scharffenorth sobre la construcción de “Caurimare la sin par”, para aterrizar en un caso concreto este proceso de urbanización en años posteriores: “Caurimare estaba situada justo en el límite de lo construido hacia el este y la única vía de acceso era una carreterita cuyo aspecto y trazos originales desapareció para dar lugar al populoso bulevar de El Cafetal o avenida Raúl Leoni, como le pusieron ahora en honor a quien llevara adelante el proyecto de dotar de vivienda digna de sus aspiraciones a toda la clase media adeca.

Pero el origen de Caurimare es otro; no tan grandioso como el de algunas zonas residenciales de la ciudad que heredaron su nombre de ancianas haciendas de caña, cacao y café. Se trataba de un par de lomas poco atractivas para el cultivo y usos afines, que la familia Mier y Terán habían adquirido con atinada visión futurista. A finales de los años cincuenta, Guillermo Suárez, observando que La Castellana, Altamira, La Florida, etc., ya no tenían espacio para albergar a los médicos, abogados, ingenieros y otros profesionales de la ciudad, hizo uso de sus nexos familiares con la mencionada familia, e inventó la urbanización de los jóvenes bien de Caracas. Vendía parcelas lo suficientemente grandes como para que no se proletarizara el proyecto y le puso un enorme letrero al estilo de aquel famoso Beverly Hills que la identificaba plenamente aun desde la parte alta de Los Chorros (…)

En los albores de la era carlosandresista, tuvo lugar la segunda horda de colonizadores en Caurimare (…) la peste del concreto se propagaba compulsivamente y se intentaba colar entre las líneas de defensa en las fronteras físicas y jurídicas de Caurimare. Cuando se logró detener por fin la enfermedad, las pústulas ya habían dejado su marca indeleble. Paradójicamente, los dos bloques de lujo que coronaban la colina más alta de la urbanización, constituyen su referencia visual y hasta simbólica. Permanecen ahí, serenos e impávidos, como un augurio de lo que algún día inevitablemente será”.

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