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La República del Este: aproximaciones y periferias (VI)

La República del Este: aproximaciones y periferias (V)

 


 

Conflictos escriturarios en la ciudad letrada

La ruptura entre los valores estéticos dinamizados por “el surgimiento de la nueva izquierda”, como la ha llamado Juan Calzadilla siguiendo a Marcuse, y el pensamiento marxista ortodoxo, ya se anunciaba en un texto de Edmundo Aray, “Contra el arpón. El mordisco de la Ballena”. Allí, este responde las críticas que Jesús Sanoja Hernández, del grupo Tabla Redonda, hiciera a los miembros del Techo de la Ballena, cuya literatura calificaba como “centro metafísico de la impureza y el asco”. A lo cual Aray responde con una cita de Lucien Goldman, en la que éste denunciaba el hecho de que los partidarios de la tesis del materialismo dialéctico pidiesen al artista “someterse de cerca a las necesidades y a las sinuosidades de la acción cotidiana”, convirtiendo así la obra en simple propaganda que separa la forma del contenido. Y esta es la postura que, sin desinteresarse por la realidad, sino todo lo contrario, se mantiene en la República del Este. “No es verdad ─sentencia Aray─ que puede juzgarse el valor de una obra literaria por su contenido en nombre de ciertas doctrinas o de ciertas normas conceptuales. El artista no copia la realidad y no enseña verdades. Crea seres y cosas, que constituyen un universo más o menos vasto y unificado (…) la intención conceptual destruye el carácter viviente y real de los seres y de las cosas, los convierte en abstracciones”. No es otra la crítica que Roland Barthes hacía a la escritura marxista, en su libro Le degré zéro de l´écriture, donde a su vez acusaba a esta de no establecer un límite entre la nominación y el juicio.

 

Caupolican Ovalles

 

Si pensamos, por ejemplo, en las obras narrativas de Salvador Garmendia y Adriano González León, las cuales constituyen, sin duda, universos verosímiles y unificados en los que van y vienen seres y cosas vivas, nos damos cuenta de que esos universos se encuentran a medio camino entre un contexto social determinado y concreto y su reflejo imaginario y literario. Así, los inmigrantes europeos que Venezuela acogió durante el siglo XX (e incluso antes) como parte de la realización de un ideario político promulgado por Arturo Uslar Pietri (con su frase nefasta de “mejorar la raza”), entre otros, encuentran su representación en personajes de González León como Madán Clotilde, del cuento homónimo, el fantasmal y enloquecido Stanichich Mirco de País portátil; o en los de Garmendia, el simpático alemán Fritz, de Los habitantes, e incluso en el pétreo forastero de su cuento “Tan desnuda como una piedra”. Además, podría decirse que esta fascinación por los extranjeros en su obra se debe a lo que ya observaba el sociólogo Georg Simmel: que el extranjero es una figura de síntesis entre la vida errante y el arraigo a un lugar, lo cual quiere decir una forma de mediación del grupo consigo mismo, así como el desapego y la objetividad que entraña dicha mediación. Literatura, realidad y ficción sociopolítica se engranan en sus obras.

Pero no sólo eso, también habría que mencionar que el estilo y el lenguaje de ambos les viene, como diría Barthes, de un lugar previo a la lengua, mientras que la forma y la escritura que estos eligen en libertad es “un acto de solidaridad histórica”, el cual responde a un tiempo determinado. Dentro de las diversas particularidades en los autores de esta agrupación hay unos rasgos propios, tanto en el terreno de la narrativa como en el de la poesía, aquí mezcladas definitivamente. El más evidente, ya lo ha señalado Ángel Rama en su libro Salvador Garmendia y la narrativa informalista, aglutinando esta escritura bajo el término “informalista”, es su gestualidad. Como apuntaba Barthes, la expansión de los hechos políticos y sociales en el siglo XX produjo un nuevo tipo de escritor situado a medio camino entre este y el militante: del primero extrae la imagen ideal del compromiso y del segundo la idea de que “la obra escrita es un acto”. Juan Calzadilla, al hablar sobre las experimentaciones formales bajo El Techo…, expresó: “Y, por último, con mayor fuerza supimos que la acción no se encuentra fuera de la palabra sino implícita en esta, no siendo la palabra en sentido estricto diferente de la acción”. Se trata de una escritura performática.

Esta concepción daría lugar a una desoladora y desbordada convivencia con la materia y sus estados en la obra narrativa de Garmendia, pero también en la obra plástica de Daniel González. Esta última requiere una especial atención, ya que, en palabras de Calzadilla, “el problema que se planteó”, en primera instancia, “fue el de los materiales y la posibilidad de dotarlos de una tensión orgánica interna como la que encontramos en la materia abandonada, en texturas naturales y ruinas de muros” y, luego, en “el material chatarra”. La cercanía de su trabajo fotográfico con el de Lewis Batlz se hace evidente. Una excelente muestra de la disolución de los géneros y sus jerarquías, por la preeminencia de un discurso, es el libro Asfalto infierno, con prólogo de Francisco Pérez Perdomo, textos de Adriano González León y fotografías marginales de Daniel González, disolviendo así la conflictiva noción de autor. Este eclectismo formal es una anunciación de lo que Gilles Lipovetsky ha considerado una de las características principales de la estética postmoderna.

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