Una interpretación de la Historia: Venezuela violenta
Quizás sea Orlando Araujo, en su libro Venezuela violenta, quien mejor haya vinculado ciertas causas de continuidad histórica, la violencia y la economía, al sistema democrático de su época. Su libro es el trasfondo nacional de toda la argumentación de Ojeda: la guerra del pueblo. No es extraño que este libro haya sido reeditado recientemente por el Banco Central de Venezuela (2013), ya que funda muchas de las bases de la crítica chavista a la economía venezolana, entendida como un conjunto material, histórico e incluso cultural. La tesis de las dos frustraciones históricas es indispensable para comprender la relación entre la revolución de Independencia (nada más y nada menos que el bolivarianismo) y la democracia, unidas por la experiencia de la violencia.
Así tenemos que para Araujo la primera frustración histórica se origina tras la Guerra de Independencia: “Cuando el 24 de junio de 1821 el Ejército español y el venezolano se enfrentan en la llanura de Carabobo para decidir en una sola acción la suerte definitiva de la contienda, los soldados patriotas estaban vislumbrando a distancia de una victoria más, el cambio definitivo de sus vidas. Si triunfaban, su libertad tendría la dimensión concreta de la riqueza social distribuida entre quienes la habían creado sin haberla poseído. Había que triunfar a toda costa y fue lo que se hizo. Pero la tierra no se distribuyó, la riqueza siguió en manos de quienes tradicionalmente la venían concentrando y los desposeídos fueron constreñidos a volver a su servidumbre.
Los hombres que hicieron la Constitución de 1830 eran los mismos dueños de la tierra que habían convocado al pueblo para la conquista del poder político, eran los descendientes directos e indirectos de aquellos conquistadores y colonos que desde el siglo XVI venían pasándose la tierra de siglo en siglo cada vez con mayor número de fanegadas y menor número de dueños. En vano Bolívar mantiene fidelidad a la promesa hecha al Ejército patriota y se esfuerza en conservar el espíritu del Decreto de Confiscaciones emitido en Guayana La Vieja en 1817. En vano ratifica su sentido para animar a los héroes anónimos de Carabobo: los señores Mijares, Machado, de la Madriz, Ibarra y demás representantes de la oligarquía terrateniente van a hacer las leyes de la nueva república y las van a hacer, como es lógico, para el mejor servicio de sus intereses económicos”.
La segunda frustración histórica se da, para Araujo, con la Guerra Federal, de la cual saldrá otra de las épicas privilegiadas del Chavismo: Ezequiel Zamora. “No existe en el ideario del ‘liberalismo’ venezolano surgido en 1840, ni en las proclamas de los caudillos de la Guerra Federal una conciencia lúcida acerca del problema de la tierra, ni menos el propósito políticamente expresado de realizar una reforma agraria. En este sentido, ni la Guerra de Independencia ni la Guerra Federal se hacen para repartir la tierra y, sin embargo, se frustran como revoluciones principalmente por el hecho de que no traen consigo cambios revolucionarios en relación con la tierra. La Guerra de Independencia no trajo consigo la formación de una burguesía industrial (ni siquiera se impuso el capitalismo como sistema fundamental), sino que trasladó a la vida republicana el feudalismo colonial como sistema básico generador de bienes físicos, con sus adherencias comerciales y financieras. Por su parte, la Guerra Federal no varió este esquema porque si bien es cierto que permitió e impulsó el ascenso de la burguesía comercial, el sistema principal va a continuar siendo el determinado por las relaciones de producción feudales y semifeudales en un medio rural que todavía al finalizar el siglo, contenía las dos terceras partes de la población económicamente activa (…) No se decía en las proclamas, pero Ezequiel Zamora en Venezuela, como más tarde Zapata en México, surgía de aquel fondo de miseria y frustración impulsado por una fuerza telúrica poderosa: la fuerza de los desposeídos y humillados que se habían decidido a humillar y a poseer”.
Estas dos frustraciones históricas arrastran esa fuerza terrible al período democrático, siendo así una causa profunda del malandreo y la violencia social, en una sociedad que ha encontrado que el origen de la riqueza se ha desplazado del suelo al subsuelo: “Nuestro señor el petróleo”. “Ahora es el subsuelo el centro material de la riqueza, que sigue concentrándose en pocas manos, mientras que sobre el suelo improductivo de un latifundio que se conserva intacto, una vasta población rural (60%) permanece ajena al festín de la abundancia, y para demostrar que existe, envía contingentes de campesinos a los campos petroleros y a las ciudades centrales. Allí van formando un cerco de miseria donde aquella violencia dos veces frustrada acumula el combustible de nuevas erupciones, al tiempo que busca y exige organización y cauce”. Desde aquí es que el chavismo ha leído la historia contemporánea, la cual implosiona a partir del Caracazo en 1989, un momento de convergencias históricas ya expuestas. Por eso es que hay que estudiar en profundidad la obra de este grupo de republicanos, y no quedarse en el comentario frívolo y banalizante de sus anécdotas.
Ociel Alí López, en su libro Dale más gasolina (publicado en 2015 por la Casa Bello) ha comparado las “hordas” chavistas con esa masa de desposeídos que, como señalaba Orlando Araujo, se mantuvieron en su condición después de la Guerra de Independencia y más tarde se sublevaron durante la Guerra Federal con el mismo resultado (pero esta vez dejando al país arruinado, como ahora). López también retoma otros antecedentes de odio similares, como este de Boves: “El éxodo a oriente de 1814, es una de las máximas representaciones del terror. Pero más recientemente, el petróleo terminó de impulsar al pueblo en retaguardia a tomar las ciudades que permanecían en manos blancas y urbanizadas.
Lo que presentamos a continuación es un intento de construir otro enfoque para entender nuestra historia. La guerra interminable seguirá, pero ahora en los espacios que los europeos creían ‘pacificados’. Justo allí sale un zambo, vengador anónimo, que roba, secuestra y mata a decir de Humboltd. Caracas y las ciudades de calma terminan siendo ‘ciudades de despedida’”.
Por último, quizás vale la pena decir que Araujo señala como causa de la violencia política en tiempos de incipiente democracia a esa interpretación doblemente frustrada de revolución. Concretamente esta se expresa en su prólogo al libro de José Vicente Rangel, Expediente negro, donde llevó al contexto, es decir, en palabras del propio Araujo, “sobre la detención, tortura, asesinato y ‘desaparición’ de Alberto Lovera, un dirigente del Partido Comunista de Venezuela apresado por la Dirección General de Policía (Digepol) en tareas de lucha clandestina el 18 de octubre de 1955”, la expresión de esa violencia en el campo de la política: esa lucha por el cambio radical en la escisión ya expuesta por Ojeda.
Este libro de Araujo sirve, sin lugar a dudas, como soporte para la explicación de los grupos subversivos referidos en este texto, y particularmente en la República del Este (con su singular amplitud), ya que brinda una interpretación política y económica de la Historia en la cual se basa buena parte de la poesía y la ficción literaria de esos años.