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La República del Este: aproximaciones y periferias (II)

Esciciones del pensamiento en la naciente democracia

Esta ruptura en el pensamiento político tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, se encuentra sintetizada en las palabras y experiencias de uno de los hombres centrales de esta lucha, el “alma” de la Junta Patriótica que se dirigió al país después de derrocar al dictador: Fabricio Ojeda. En su libro La guerra del pueblo escribió: “En días recientes hablé con un fraterno amigo. Conversamos largo tiempo sobre la actualidad política en Venezuela y el momento presente. Sus puntos de vista me produjeron la idea de escribir este trabajo. Los argumentos expuestos por él, a quien siempre he considerado un revolucionario dentro de la clase social a la que pertenece: burguesía patriótica, me revelaron cuán falta hace una mayor claridad sobre el problema general revolucionario; sobre los que afectan a nuestro país como nación dependiente, explotada por el imperialismo y sus intermediaciones en las roscas oligárquicas que ejercen el control de la vida republicana.

Observé cómo todo su pensamiento lo conduce, al igual que a los políticos reformistas, al campo del fatalismo, de la resignación y la impotencia. En su mente, presa de las sostenidas campañas de propaganda reaccionaria, capaz de convertir mentiras en verdades ─como decía Goebbels─, no cabe otra estrategia que las enmarcadas dentro del esquema de la política tradicional. Para este amigo, como para todos los que como él piensan, Venezuela y los países latinoamericanos no pueden modificar sus actuales estructuras sino en forma pausada, lenta; sin violentar el estado actual de cosas; sin chocar de frente contra las fuerzas opresoras. Su opinión es que debe desarrollarse una lucha que a través de la evolución del estado actual pueda transformar progresivamente el régimen de las instituciones políticas, económicas y sociales.

Su argumento fundamental para esta tesis, lo basa en el inmenso poderío del imperialismo y la oligarquía cuya fuerza descomunal sería empleada contra cualquier insurgencia de signo revolucionario o contra cualquier gobierno que trate de modificar la presente situación colonial (…)

A los 17 años ingresé a URD en Boconó, mi pueblo natal y del que nunca había salido.

 

 

Mi inscripción en el partido siguió a un elocuente discurso de Jóvito Villalba, a quien conocí ese día y por quien sentía una profunda admiración debido a sus luchas en el 28 y en el 36. En 1948, después de un año trabajando como maestro de escuela en la Creole Petrolum Corporation, trabajo que compartía con el estudio en el Liceo Hemágoras Chávez, de Cabimas, conocí Caracas y convertí en realidad el sueño de todo provinciano. Allí viví por mucho tiempo en la Casa Nacional Urredista, ubicada entonces de Castán a Palmita 70-1. Jóvito asumió hacia mí una actitud casi paternal en sus deseos de ayudar a mi superación política, a mi formación urredista. Me recomendó muchos libros (…) Mi cerebro giraba alrededor de sus consejos, charlas y libros que ponía en mis manos. Para mí el mundo era el mundo de Jóvito (…) Sus opiniones eran como un dogma que yo aceptaba deslumbrado. A él le escuché las primeras tesis sobre geopolítica y el destino de América constituida en gran nación. Y con él aprendí a ver nuestra política desde su punto de vista. Hay cosas que se hacen ─decía constantemente─ pero no se dicen. Y éstas en el orden político, sólo se pueden realizar después de conquistar el Poder. Mas, si se dicen antes, nunca se podrá conquistarlo porque lo impide el poderío de la reacción.

URD ─me dijo un día a propósito de un discurso que pronuncié en Cumaná─ es un partido para llegar al Poder y este objetivo no podremos lograrlo si asustamos a la burguesía y a los americanos, con planteamientos muy radicales. Eso que dices ─añadió─ guardémoslo para hacerlo en el gobierno, no lo digamos ahora, pues de expresarlo, nunca lo podremos hacer.

Acepté tímidamente la recriminación del Maestro. Y sólo de un tiempo para acá vengo a comprenderla en su exacto significado. Es la misma tesis que hoy sostienen densos sectores del país bajo la misma influencia a que yo estuve sometido mientras no leí otros libros que los recomendados por los dirigentes urredistas; mientras no traté de buscar la verdad por mis propios medios, y romper las amarras intelectuales.

El caso personal que he relatado no es un hecho aislado. Es la razón por la cual la mayoría de los oradores adecos imitan a Rómulo Betancourt, los copeyanos a Caldera, y densos sectores de la población hacen suyas las ideas políticas del fatalismo y del reformismo. Así como mi cerebro giró alrededor de consejos, charlas y libros que me proporcionaban los dirigentes urredistas, los cerebros de una gran porción de la humanidad giran en torno del mundo creado por los ideólogos del imperialismo y divulgado por medio de sus películas, su literatura, su televisión, sus centros educativos, sus revistas, sus periódicos y sus líderes políticos”.

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