Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: super awesome ©

La relatividad de la distancia

Cuando escribimos, nos distanciamos de nosotros mismos.

Esta frase no es mía, aunque me encantaría que lo fuese. La escuché en un podcast mientras esperaba un tren.

Observa tus pensamientos como si fuesen nubes que son arrastradas por la brisa.

Esta frase tampoco es mía. Pertenece a las meditaciones guiadas que he hecho en yoga.

Sin darme cuenta, la primera frase me llevó a la segunda. Pensar en la brisa imaginaria que permite soltar las ideas del pecho para dejarlas volar, me hizo entrar en un trance parecido al de las clases de yoga. Con los años de práctica, ese aire que es capaz de arrastrar el ruido cotidiano, se ha ido haciendo cada vez más fuerte.

Poco a poco, he ido dejando de maravillarme con todo lo que pasa por mi mente. Aprendí a dejar ir las ocurrencias ligeras y a quedarme con las de peso, las que vale la pena cultivar. Para ello, he tenido que poner distancia con aquello que sea capaz de eliminar esa brisa que se lleva lo innecesario, una distancia que no es física sino emocional, que me obsesiona últimamente.

El espacio que soy capaz de poner entre mí misma y mis ideas es el lugar donde se gesta al universo que creo con lo que escribo, pienso e imagino. ¿Cuánto he deseado la distancia que media entre mis pensamientos y el mundo? ¿Qué sería capaz de hacer para preservarla? Ese sitio no solo tengo que mantenerlo protegido de mí misma, mis actos de autosabotaje o del peligro que representa el amar demasiado mis propias ideas. Hay otros peligros que lo amenazan…

Veo cómo las preocupaciones por las cosas que acontecen en el mundo, el miedo de que el futuro que quiero con S. nunca llegue, la mirada ajena, y lo imperativo de ciertos debería, trepan el cercado y amenazan con arruinar el delicado ecosistema.

Cuando pienso en ello, florece en mi piel todo mi instinto de defensa. Necesito hacer lo que sea para proteger esa frontera. Parece tan insignificante, pero a la vez es tan clave para preservar lo que he creado en los últimos años.

El tren llega al destino. He sido capaz de coger el correcto en la dirección que me tocaba, hacer el viaje y seguir escuchando el podcast. Todo ello envuelta en esa distancia maravillosa. Supongo que alguna parte de mí ha estado vigilante de los procesos automáticos, mientras que la otra se ha quedado habitando ese espacio protegido.

Llego a casa de V., conversamos, abrimos una botella de vino, llega la pizza, cenamos, seguimos conversando. Voy cruzando de ida y vuelta la frontera con extremo cuidado. No quiero engañarme. No solo me distancio de mí para escribir, como decía el entrevistado del podcast. También lo hago cuando me analizo en mis conversaciones íntimas.

¿Qué hora es?

Habíamos pasado horas hablando, poniéndonos al día y analizándonos las preocupaciones profundas mutuamente. Pensé que sería alrededor de la medianoche. Aún el cuerpo no me pedía descanso, por lo que no debía haber pasado mucho tiempo después de mi hora habitual de irme a la cama.

Miré el reloj y le dije son las 2 de la mañana. Nos echamos a reír de la sorpresa. ¿Realmente puede ser que dos personas que hablan casi a diario tengan tanto por contarse en una noche?

Ya deberíamos irnos a dormir. Me queda solo una cosa por contarte, pero ya será otro día.

Esa fue la frase mágica para darnos el último impulso de energía de la noche. Le conté con miedo uno de los pensamientos más privados que he tenido en los últimos días, sabiendo que le estaba permitiendo estar de pie en la frontera. Necesité mantener a raya mi deseo de tener una distancia emocional enorme con todo porque, por un segundo, su mirada a ese frágil universo privado era menos peligrosa que los fantasmas que me han estado rondando.

Una vez que le confesé a V. las ideas-fantasmas que me han acechado en los últimos días, las que no he sabido cómo soltar a la brisa imaginaria ni exorcizar de alguna otra manera, me preguntó:

Pao, ¿No crees que estás usando eso como escape otra vez?

V. me estaba haciendo ver que, esa distancia que se supone que solo creía estar usando para poder escribir con claridad y sin un apego extremo, se me estaba devolviendo como un bumerán. La verdad es que tenía razón. Una vez más estaba usando una salida de emergencia hacia un pasillo sin salida.


Photo by: super awesome ©

Hey you,
¿nos brindas un café?