Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Ilustración por: Alexander Almarza ©
Ilustración por: Alexander Almarza ©

Estoy escribiendo este artículo con bastante dificultad, no porque tenga un bloqueo creativo ni nada que se le parezca, sino porque me duelen los dedos. Pero no solo los dedos, también las manos, los brazos las piernas y hasta e cabello ¿Cuál es la razón? Sufrí una recaída.

Todo comenzó hace unos meses cuando por la pandemia dejé de caminar unas 30 cuadras hasta mi trabajo, y comencé a caminar hasta la pizzería Pin Pun que queda a media cuadra de casa, por lo que mi abdomen se empezó a hinchar (Creo que fue con el tomate). Y llegué al punto en donde tuve que hacer algo.

Intenté comer lechuga 7 veces por día, pero descubrí que esa dieta no es efectiva, porque todos sabemos que la lechuga es un vegetal que te hace retener mucho líquido (tiene que haber sido eso porque la mayonesa, el queso, el pan, y el tocino son solo acompañantes).

Algo tenía que hacer, ya estaba pareciéndome a un pez globo, así que por mi salud tuve que sacrificar la libertad y me puse de novio con una chica que predicaba y practicaba la dieta cetogénica, también conocida como Keto. Aquella dieta era maravillosa porque podía comer fiambres, grasa, y todo lo que quería. ¡Eso fue amor a primera vista!, pero no con la chica, sino con la dieta.

Pero como en cualquier relación no todo fue color de rosa, porque estaba eso de los ayunos intermitentes, y cuando mi ex novia Keto (aclaro que ese no es su nombre sino el de la dieta), se ponía con lo del ayuno, iba demasiado lejos. Con decirles que solo me dejaba comer cuando veía que mi mirada estaba “intermitente”, es decir cuando yo estaba a punto de desmayarme.

Aunque eso no fue lo que hizo que termináramos, sino lo cara que se volvió esa dieta, porque para suplir las harinas, tenías que comprar ingredientes alternativos carísimos, o peor aún, fabricar tu “harina saludable” con aserrín, extracto de coco y polvo de una estrella del planeta mercurio… así que, por mi salud mental, pero más que nada por mi bienestar financiero puse fin a esa relación, y también a la dieta.

Como iba, lo más seguro es que terminaría comprando mi ropa en “La Casa de las banderas”; y justo eso fue lo que me obligó a llamarle… necesitaba ayuda y solo había una persona que podía hacerlo: mi entrenador personal.

Eso de hacer ejercicio entra y sale de mi vida como la gripe, las deudas y las malas decisiones. Debo aclarar que el entrenador personal no ha sido siempre el mismo, a lo largo de mi vida he tenido personas de buena fe que han confiado en mí disciplina y capacidad para la actividad física, y por eso no les contraté nunca. Por el contrario, siempre busqué al tipo de entrenador/a fuerte de espíritu, que, aunque vea a un gordito tierno como yo vomitando, no se le mueva ni una fibra y simplemente me grite “no duele”, y me impulse a seguir adelante. La cosa es que, con la pandemia, ahora todos los entrenamientos son por Zoom, y si un entrenador me grita mucho, corto la internet y santo remedio.

Así que decidí comenzar a correr, no solo por salud física, sino también por salud mental, porque si seguía encerrado iba a enloquecer. Debo contarles que ya llevo tres semanas dándolo todo y hasta me compré un reloj de esos que mide las pulsaciones, la distancia y hasta te dice quién mató a Kennedy. Y con lo que me costó creo que estaré corriendo por muchos años, para aprovecharlo al máximo.

Quiero aclarar que mi experiencia con los ejercicios ha sido intermitente y casi siempre motivada por problemas de salud que nunca tuve, que aún no tengo, pero mi hipocondría oculta me hace suponer que tendré.

Me gustaría seguir contándoles mi historia con el ejercicio, pero ya está oscureciendo y debo salir a correr cuando todavía es de día, porque si vuelvo a correr de noche voy a “recaer”, literal, tal y como me pasó ayer, cuando se me atravesó un perro (y su linda dueña), me tropecé y volé por el aire. Pero no se preocupen, al reloj inteligente no le pasó nada.


Ilustración por: Alexander Almarza ©

Hey you,
¿nos brindas un café?