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paola maita
Photo by: Nenad Stojkovic ©

La puta y la virgen del pueblo

A Lou, por regalarme cosas que me hacen pensar más allá

Tenía 12 años cuando la palabra puta salió por primera vez de mis labios para referirme a una conocida. Un grupo del colegio habíamos estado un fin de semana de retiro en una casa. Como es lógico pensar, éramos 60 adolescentes llenos de hormonas y deseos a los que no nos daba tiempo nombrar antes de poder llevarlos a la realidad.

En esos dos días, M. llegó a la casa siendo novia de un chico, y salió siendo novia de otro. Creo recordar que, a esa edad, para mí el ser pareja de alguien significaba que le habías besado. Más allá de lo que haya pasado o dejado de pasar en esa casa, o la veracidad de las cosas que me contaron en los días siguientes en el colegio; recuerdo claramente que esos dos días en los que M. besó a dos chicos le costarían que durante años nos refiriésemos a ella como una puta.

Sí, éramos jóvenes y mucho más estúpidos de lo que podemos ser ahora, pero los adultos que nos rodeaban no lo manejaron mucho mejor. No recuerdo algo más allá de un comentario de uno de los profesores sobre como ella no era una puta en realidad, sino alguien que quería mucho. Nombrar el deseo y la sexualidad femenina en un colegio católico es impensable. La única explicación viable para que pudieses besar a dos personas tan seguido era el afecto.

Así como ella era la puta del salón, yo caía más bien en la categoría de niña nerd, de la que estudiaba mucho y tenía pocos amigos. Mientras ella por un lado tenía que probar que era una persona seria, yo tenía que esforzarme por ser lo suficientemente osada, más bonita, por intentar que alguien se fijase en mí…

Ambas estábamos intentando demostrarle a los que nos rodeaban que podíamos ser menos de una cosa y más de otra, como si ser nosotras mismas no fuese suficiente para ser tomadas en cuenta. La identidad de ambas gravitaba alrededor de la idea de que el cómo nos relacionábamos con los hombres, era lo que nos hacía más o menos válidas, mejores o peores.

A simple vista, podría parecer que esta historia es algo totalmente adolescente, algo que no se traslada al mundo adulto, pero esto sería sacar conclusiones muy superficiales y poco meditadas.

Tradicionalmente, las mujeres adultas solemos tener el mandato que la única forma de validar nuestra identidad y madurez es a través de nuestras relaciones de parejas, especialmente con hombres. Tenemos que balancearnos entre los extremos, porque que Dios nos libre de ser la puta o la solterona del pueblo.

A todas nos han preguntado para cuándo el novio, pero también nos cuestionan si estamos saliendo con varias personas a la vez. A todas nos asumen heterosexuales, muriéndonos de ganas por ser deseadas pero jamás deseantes. Todas hemos sido reducidas a una etiqueta, según cómo creen que manejamos nuestra sexualidad. Todas nos hemos acusado mutuamente de ser una cosa o la otra. Todas hemos sido putas y vírgenes, y nadie ha tenido la razón.


Photo by: Nenad Stojkovic ©

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