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La puerta que se cierra

En 1955 Venezuela tenía una renta per cápita más alta que la de la República Federal de Alemania y casi las de Portugal, España e Italia juntas. El futuro era enteramente nuestro, el país se dirigía velozmente a la modernidad y barcos de toda bandera y proa traían migrantes prometidos a una vida venturosa. Entre 1936 y 1958 llegaron aproximadamente 800 mil europeos de los cuales medio millón echó raíces en suelo venezolano.  Eso representó una revolución demográfica que se reflejaría en nuestros hábitos culturales. Esos años de crecimiento económico hasta los setenta, configuraron un destino a la felicidad. El populismo y la invasión bárbara de 1999 se encargarían de devolvernos a la premodernidad y de continuar así estableceremos la edad de las cavernas en pleno siglo XXI.

La migración italiana junto a la española y la portuguesa, encarnó un riquísimo encuentro cultural. De ese maridaje nació nuestra devoción por la pasta hasta llegar a convertirnos en su segundo país consumidor en el mundo. Para recrear esa historia de muchos metaforizada en la suya propia, el escritor Mirco Ferri ha publicado un extraordinario testimonio de memorias familiares, La puerta que se cierra (Oscar Todtmann Editores), cuya lectura recomiendo con entusiasmo. El ojo retrovisor se dirige a Verona y allí encuentra las figuras de sus padres quienes parten a la Venezuela promisoria de trabajo y esfuerzo. Ferri dice que el deber primordial de un inmigrante para el éxito en el país que lo acoge es “aprender lo más rápido que le sea posible”. Así lo hizo su padre, Enea, que al igual que el homónimo fundador mítico de Roma, vino también a solicitar su mito de progreso en esta tierra. El libro se lee además como una crónica histórica de la Venezuela contemporánea cimentada por la migración, pero coronada dolorosamente por el derrumbe de un país al que ya nadie llega y del que todos quieren partir. A partir de lo cual hay inevitablemente una puerta que se cierra como alguna vez hubo una puerta que se abría.  El lenguaje cristalino y amenísimo del texto contiene también una disputa literaria entre dos narradores.  Para quienes nacimos en los sesenta, estos párrafos son doblemente gozosos ya que nos hacen regresar a la patria primera que es la infancia. Volvemos a una Caracas de progreso ya ida y nostálgica con recuerdos inolvidables como los carros para excursiones infantiles llevados por caballos en las urbanizaciones caraqueñas en los que como se lamenta el autor, nunca me monté. 

¿Qué fue de tanta invención como traixeron? Este verso del poeta Jorge Manrique podría invocar lo que quedó del pasado mejor en la noche de los tiempos. ¿Cómo una república renuncia a la prosperidad y se destruye? ¿Reaparece la puerta que se abre? ¿Regresaremos míticamente a esa casa país que tuvimos como se arguye con Novalis en la frase final del libro?

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