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Fabian Soberon
Photo Credits: Paula Rey ©

La pregunta por la muerte

Al mediodía, mientras el padre y el niño juegan con los autos, la madre le pide que se cambie de ropa. En un rato, se irán a un cumpleaños.

El niño empieza a ponerse el pantalón y le consulta a su padre si ha visto el túnel que dicen que ven los que han vuelto de la muerte.

Incrédulo, el padre dice que ese túnel no existe.

El niño se queda callado. Luego dice:

Yo tengo mucha curiosidad. Quiero saber qué se siente con la muerte. No sé qué hay después de la muerte, un túnel o si es otro mundo. Si ese mundo es distinto o si nuestro mundo es un sueño o si es que vivimos como en un sueño después de la muerte. Tengo una curiosidad muy grande y me pica, dice. La picazón me da una comezón muy grande.

Al instante el hombre se da cuenta de que la curiosidad del niño es la que él también tiene. Y la respuesta que puede dar es similar a la que puede dar el niño. Es decir, una respuesta que nada en la ignorancia o en la mera especulación sin pruebas. Esto le hace pensar que la pregunta sobre qué hay detrás de la muerte o qué se siente al morir, es una pregunta que los humanos se hacen en la infancia y que no se modifica sustancialmente con los años. Un niño produce la misma pregunta que puede hacer un adulto y puede dar una respuesta con la misma carga de vacilación. En términos de ignorancia sobre la realidad de la muerte, los adultos son como niños. La pregunta filosófica sobre la muerte es una cosa de infantes. Nadie puede ir más allá. La ciencia no puede profundizar la inquietud metafísica de la infancia. Frente a la muerte, el saber y la pregunta metafísica tienen un límite infranqueable.


Photo Credits: Paula Rey ©

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