Desde la Antigua Grecia, la humanidad se ha enfrentado a la terrorífica pregunta de “¿Quién soy?”, dos palabras que tienen la posibilidad de abrir un debate filosófico del cual podría salir alguien llorando en posición fetal.
La mayoría de las personas logran vivir evitando hacerse esa pregunta, pero hay otras quienes, por circunstancias de la vida, nos tropezamos con ella como si fuera un peñasco insorteable en el camino. En el momento en el que decidimos cambiar nuestro país por otro, marcamos una cita indeleble en el calendario de nuestro destino y en nuestro preguntarnos: ¿quiénes somos?
Es cierto que el mundo moderno no es ajeno a la migración. Es imposible vivir en algún sitio donde no haya al menos un ser humano que provenga de otro. Cada día nos vamos mezclando y alejándonos más de nuestros lugares originales (si es que tal cosa existe), y con cada paso que damos en dirección contraria a lo que conocemos, nos acercamos más a la posibilidad de plantearnos este tipo de cuestiones.
A pesar de ser algo tan común, la imagen más parecida que tengo en mi cabeza de lo que significa emigrar es la de los huracanes, un fenómeno que destruye lo que encuentra a su paso, pero que luego obliga a reconstruir. En ese proceso, no tenemos la opción de no preguntarnos sobre el ser. Para poder construir en un terreno desconocido, hay que saber primero quiénes somos y qué lugar ocupamos en el mundo.
Ese viaje para mí ha resultado ser revoltoso. He llegado a un sitio donde he tenido que reformar casi por completo mi forma de ver el mundo, de moverme en él y la lógica que he usado hasta ahora. De las conexiones que había forjado durante toda mi vida, tengo el aprendizaje que cada una me puede haber dado, pero para efectos prácticos, ese universo social casi no existe, salvo algunos vestigios que el azar dejó bastante próximos.
La paradoja más extraña es que este ha sido el año donde he estado más lejos de lo que fue mi casa por 30 años, pero también el tiempo en el cual he sentido que no me he movido de sitio. Emigrar ha sido un huracán que por mucha alerta que dio, fue más devastador de lo que imaginaba.
No solo me ha obligado a cuestionarme quién soy y mi posición en el mundo, sino que en el momento en el que puedo darle alguna forma a esa respuesta, he de considerar si aún es válida o si será funcional en el futuro próximo. Cosas como Yo mejor no opino porque no entiendo bien la política de aquí, ¿Qué quiere decir aquí ser un profesional polivalente?, ¿Será que este trabajo lo puedo hacer?, ¿Esto será ilegal?, ¿Esta expresión tendrá sentido aquí?, entre otras, son cosas que me he preguntado aquí. Antes no tenía por qué plantearlas porque estaba bastante clara sobre quién era y cuál era el entorno que me rodeaba.
Siempre está internet, el pastor con el cual nada me falta, para resolver las dudas más genéricas, pero a Google no le puedo preguntar quién soy en este nuevo país.
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