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Laura solorzano
Photo Credits: Vanessa Kennedy ©

La piña y el Museo del Erotismo

A usted le será difícil imaginarse que una simple ananás, alias la piña, se pueda volver una pieza vivísima, que ocupa un lugar privilegiado en el museo del erotismo. Hay que bajarse del metro en Pigalle, y caminar dos calles desde el sexódromo. Pero, no crea, no se equivoque, si lo que usted está buscando es un poco de placebo para calmar su creciente e infantil morbo o para alimentar sus frustraciones, ese no es lugar para usted. Pero si usted es de los que anhelan sentarse en el trono de los antojos pintado en una vasija de porcelana del período de la dinastía Ming, o es usted de aquellos que son como aquel Wang Lung codiciador de zorros azules o de criaturas silvestres de colores pastel, o simplemente le ha picado la más sana y curiosa voluptuosidad, entonces sí, ¡apúrese usted! le esperamos en el 72 del boulevard de Clichy.

La famosa ananás o abacaxi, alias la piña, la que aniquiló a Diana la diosa de las mujeres, de la cual le hablo, había sido instalada, como una cortesana entre los aparatos fálico-formes que se usaban en liturgias ancestrales en Nepal. Sí, la piña es, no se equivoque, el centro de la búsqueda de la belleza que se esconde en las ramificaciones nerviosas del aire en todas sus manifestaciones.

Pues le contaré, la ananás, alias la piña, ha vuelto locas a todas las mujeres de la Francia, y de aquí se ha propagado su fama hasta más allá del mediterráneo.

Los países exportadores de piña están haciendo su agosto.


Photo Credits: Vanessa Kennedy ©

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