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La paradoja borgiana

No. No hablo del Borges argentino, sino del venezolano. No. Tampoco de ese Borges venezolano. ¡Faltaba más! Estoy pensando en Borges, el poeta. Carlos Borges nació en Caracas el 25 de noviembre de 1867 y protagonizó una vida tan tumultuosa como paradójica, que sostuvo sobre cuatro pasiones: el sacerdocio, el erotismo, la política y la literatura —esta última es la que nos interesa acá—.

Se ordenó de sacerdote jesuita en 1894. En 1901 se hizo secretario privado del dictador Cipriano Castro. Por entonces ya era un escándalo su relación amorosa con Lola, de quien apenas ha quedado registrado el nombre. Como consecuencia de semejante torbellino vital, la Iglesia lo suspendió de su ministerio sacerdotal. En 1908 el tirano Juan Vicente Gómez lo envía a la cárcel por agitador, de donde sale cuatro años después decidido a reencontrarse con su Lola, solo que ella acudió primero a la cita con la muerte. Devastado, Borges se entregó con arrebato al alcohol. En 1915 regresó arrepentido al sacerdocio, pero no tardaría mucho en sentir de nuevo los ardores de la pasión sensual, esta vez por una actriz de teatro. Extinguidos estos fuegos, vuelve al redil y se consagra expiativamente al cuidado de enfermos mentales. Este fragoroso periplo existencial terminó trágicamente al servicio del sátrapa que lo había apresado, sirviéndole en los cargos de capellán y orador apologista. Murió el 21 de octubre de 1932 en la ciudad de Maracay.

El padre Borges publicó en vida un solo y breve libro bajo el título Páginas selectas(1917),si bien su producción quedó dispersa en muchas de las revistas literarias de aquel tiempo, particularmente en El Cojo Ilustrado.Otto D’Sola y Mariano Picón-Salas ubican a nuestro poeta en la generación de los modernistas,incluso Picón-Salas resalta «una curiosa analogía métrica» entre Lámpara eucarística de Borges y Marcha Triunfal de Rubén Darío[1]. José Ramón Medina, sin embargo, restando influencia al decano del modernismo sobre Borges, asegura que «en la mayoría de sus poemas es evidente el influjo romántico que todavía persiste en la época»[2]. En todo caso, la paradoja borgiana no se limita a la vida del autor, sino a su obra, rasgo este último que comparte con otros poetas y escritores de aquel temprano siglo XX.

Lámpara eucarísticaes quizá el poema más célebre de Borges. Aunque ha habido entre sus críticos cierta tentación de leer esta composición a la luz de sus poemas eróticos, sin lugar a dudas, es un texto místico.

En él su autor contempla casi hasta el éxtasis el sagrario y su solitario resguardo, el Santísimo. El poeta caraqueño hace un impecable símil progresivo entre la luz del tabernáculo y las estrellas. En la primera estrofa estas tienen como referente la iglesia escatológica, aquella formada por los santos, vírgenes, ángeles y difuntos que aspiran a la contemplación de Dios: «¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son los ojos de los ángeles / o las almas de los muertos que nos miran…?». En la segunda, remiten al mundo en tanto que expresión divina: «¡Oh las pálidas estrellas! ¿Son las perlas de esos mares / infinitos? ¿Son las joyas de la virgen esparcidas?». Este cosmos es parte relativa de aquel otro expresado en la estrofa inicial: «¿Son las luces de la patria suspirada?».

En la tercera estrofa, las estrellas se condensan en una sola, «vigilante centinela» del sagrario, centro espiritual de la iglesia peregrina, terrena, anclada en el orbe natural descrito en la estrofa anterior: «primorosa lamparilla / que iluminas de la Hostia la profunda soledad». Por último, en la cuarta, el poeta se hace luminaria y humaniza la luz del tabernáculo consumiéndose en la contemplación del Santísimo: «¡haz que tenga noche y día / como lámpara eucarística encendido el corazón! / No me apartes, Jesús mío, de la estrella del sagrario».

No debería escapársenos la insinuación borgiana del universo en tanto que expansión del sagrario y Cristo como centro de este, custodiado por la «luz» de la Iglesia. En esto me fundamento —dada la profundidad teológica del texto— para considerarlo un poema místico, y en el hecho de que, lo mismo que santa Teresa y san Juan de la Cruz, Borges se refiere a Jesús en calidad de «tierno esposo de mi alma», al punto de exclamar en el cierre de la composición «¡Tú me bastas, Amor mío, en el cielo del Altar!».

Ahora bien, por increíble que parezca, este Borges místico es el mismo autor de otro poema de exaltado erotismo, Rimas galantes, que, junto a otras composiciones, llevaría a Julio Garmendia a considerarlo «el padre de la poesía erótica venezolana»[3]: «Quiero verte desnuda como una azucena / manecita de seda candorosa y fragante». En otra pieza de fina sensualidad, A bordo, el bardo caraqueño traspone los rasgos voluptuosos de la mujer a los elementos de la naturaleza y a la estructura de un bajel: «Besa los senos de la mar dormida… / Viendo el oleaje que tu seno emula / respiras con placer… Apoyado en el áncora tu bello / brazo desnudo… Dicho texto, por cierto, trasluce también la angustia, si se quiere existencial, del poeta respecto de su condición paradójica: «Y adoro al Dios providencial que quiso / darnos el arma y el peligro juntos… para la cruel sirena de la vida / es a un tiempo carnada y pescador».

Hay, sin embargo, un poema que quizá, como ningún otro, dé cuenta exacta de la paradoja borgiana. Estamos hablando de La confesión, una confidencia lírica y erótica que hace una princesa a su confesor —el padre Aaroz—, y en la que narra el modo ardiente en que desea a un sacerdote: «Padre, en el espejo miro con orgullo / de virgen intacta mi piel de satín, / el mórbido seno de erecto capullo… Al lúbrico enano, con goce furtivo / enseño mi cuerpo desnudo por ver / del mísero Tántalo, grotesco y lascivo, cual dos llamaradas los ojos arder…». Intrigado, el clérigo pregunta la identidad de aquel sacerdote capaz de despertar tal lujuria, a lo que la interpelada responde: «¿Su nombre?… ¡Dios mío!… ¡El padre Araoz!».

La obra del padre Borges permaneció estigmatizada hasta 1955, cuando el Ministerio de Relaciones Interiores publicó una antología —más completa que el opúsculo de 1917—, ampliada luego, en 1971. Su producción, no solo poética, sino ensayística, sin embargo, sospechamos que sigue parcialmente escondida entre periódicos y revistas de una época, extraña, que combinó las más vivas luces de la intelectualidad con las más tenebrosas sombras de la tiranía.


[1]Otto D’Sola, Antología de la moderna poesía venezolana(Caracas: Editorial Impresores Unidos, 1940), p. XIX.

[2]José Ramón Medina, Poesía de Venezuela(Caracas: Fundación de Promoción Cultural de Venezuela, 1984). p. 117.

[3]Abraham Quintero, «Carlos Borges, entre la mística y la bohemia», Lecturas, yantares y otros placeres, https://goo.gl/RVZU6A

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