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La pandemia desde aquí

Vivo la Pandemia desde Cancún, atractiva ciudad que el mar Caribe baña, ubicada al lado Este de la Península de Yucatán, en México. Según expertos, “no entiendo” o “yo no soy de aquí” son los significados del topónimo maya que identifican a esta Península, dichos como respuestas de evasión del indígena frente al español conquistador que preguntaba. La moderna Cancún, de sol, mar y esplendoroso cielo, de temperatura y clima tropical, requirió menos de cincuenta años para ser certificada como destino turístico internacional.

Ahí comenzó la Cuarentena como protección y contención de propagación del virus Covid19. Muchos lo entendieron con sana obediencia y otros fueron incrédulos, por tener experiencias semejantes en eventos anteriores. Los medios de comunicación demostraron con eficiencia estar en el siglo XXI. Los informes iniciales, los nombres y siglas de lo que amenaza seriamente se difundieron con velocidad impresionante, hasta que las cifras y localizaciones de contagiados y fallecidos fueron expandiéndose por cientos de ciudades, países y continentes.

Se dio inicio a medidas de sana distancia y propaganda para inducir quedarse en casa. Aquellos días de Cuarentena, como término de aislamiento, fueron quedando atrás porque la expansión siguió creciendo. Se sobrepasaron los cincuenta días, los sesenta y más de los noventa. La palabra del brote, Wuhan, origen de este mal contemporáneo, dejó de oírse desde que la Organización Mundial de la Salud declarara pandemia a esta enfermedad contagiosa.

Algunos gobernantes asumieron posiciones, ofrecieron declaraciones y opinaron como si fueran expertos en temas de salud, probablemente por apreciar fracaso e inconsistencia en organismos internacionales, comunidades de científicos, ministeriales y de asesores. Fuimos testigos de que se acusara a China de ocultar información al mundo desde diciembre del año pasado. De un país que se separó de la OMS. O de un presidente que dio una infeliz declaración de que esto no era más que una gripecita. Mientras, los hospitales van al colapso y los fallecidos, sobre todo de la población de tercera edad, por vulnerable, aumentan en cifras exorbitantes.

Los ensayos y aplicaciones terapéuticas fracasan ante la brutal acometida del virus y se popularizó la denominación técnica en Covid19 (1). Dentro de esta planificación con aplicaciones apresuradas de políticas de Estado, de exposiciones televisivas numéricas, de curvas ascendentes o tendencias de aplanamiento, la dinámica iba por otro lado. La gente comenzó a sentir como desagradable confinamiento el aislamiento protector inicial, al mismo tiempo que fueron generándose otros problemas sociales de desasosiego, incompatibilidades que estaban ocultas en las relaciones sociales del grupo familiar.

Se redimensiona la constante presencia de cada miembro de la familia en el espacio, reducido o no, de la casa y lo que implica la interacción en todos los instantes cotidianos. Causalidad de conflictos ocultos en donde coinciden padres, hijos varones y hembras, niños o jóvenes, dependientes aún. Y lo otro, transformar ese espacio, en oficina con imagen, conferencia y apariencia, poco apto para tal actividad. También surge la duda de volver a laborar en los espacios tradicionales de oficinas. No todas las compañías cuentan con infraestructura para redes de telecomunicación. Tampoco todas las escuelas, los maestros y profesores están preparados ni aptos para enseñar por internet. La violencia familiar vuelve a manifestarse y se denuncia en las centrales de emergencias.

Los transportes fueron cerrando. Paralizaron vuelos, trenes, autobuses; excepto los centros de salud: clínicas, hospitales, buques hospitales. En todos aumentaron los pacientes. Donde estuviera la persona al momento del cierre, se quedaba ahí sin alternativa de desplazamiento, de regreso y, en menor grado, de reencuentro familiar, frente al distanciamiento involuntario. Parálisis de pocos días que ya sobrepasan muchos.

Paralelo a este panorama, suceden cosas increíbles.

La tranquilidad en los espacios urbanos, el aumento del silencio, el descenso de la algarabía de la gente, la reducción de la contaminación y polución por los paros industriales, le dan respiro a la naturaleza. El aire se aprecia más limpio y respirable, las aves y animales se acercan a los espacios urbanizados. Grandes especies marinas se acercan a las orillas de las playas: cetáceos y tiburones retozan fuera de su territorialidad. Grandes felinos se acercan a los espacios desolados de hoteles que antes lucían concurridos.

En las calles hay poca gente. Los que se atreven a salir asumen medidas protectoras: tapabocas, sombreros, lentes y caretas transparentes. Para acceder a locales desinfectan las suelas, reciben en las palmas líquido antibacterial, aplican rayos para conocer la temperatura corporal. Pautan entrar por una puerta y salir por otra. Reducen el horario para la atención al cliente. Se lleva la vida en forma diferente.

Mientras tanto la comunidad científica tuvo devaneos. La práctica ensayo-error de laboratorio fue más de error que ensayo, en esta búsqueda de solución, para poder contar con vacunas protectoras. Según los reportes científicos faltan todavía varios meses para disponer de ellas y lograr la ansiada inmunización de esta terrible e inimaginable pandemia.

En la historia de calamidades mundiales el comportamiento es diverso.

En México, una epidemia (1721) atacó al pueblo de Guadalajara y la presencia de la imagen de Nuestra Señora de Zapopan, al llegar a cada barrio, desaparecía la peste. Aún celebran en romería el milagro, con asistencia de más de dos millones de personas y miles de miles de campesinos quienes la acompañan con sus pájaros y éstos, a su vez, con dulces trinos.

En Venezuela, en la Isla de Margarita, Estado Nueva Esparta, en una sequía prolongada, a mediados del siglo XVIII, el Obispo de la Diócesis inició una oración a la Virgen del Valle, desde la Villa de Santa Ana, a la que asistieron los pueblos. Llovió por tantos días que hasta los campos reverdecieron. Aumentó la veneración y quedó registrado como un milagro.

En Puerto Rico, Isla del Encanto, en La Fortaleza del Viejo San Juan (1797), el pueblo próximo a rendirse junto con las tropas españolas, ante los ataques británicos, salió en procesión con objetos del culto religioso y antorchas iluminando la costa que semejaron el desplazamiento de un nutrido ejército de refuerzo. Creyéndolo así, el General atacante ordenó el retiro de las naves por considerar imposible tomar la playa. El monumento La Rogativa (2) recrea este hecho que, en la tradición, es entendido como milagroso.

Ni el temor, ni el calor del trópico cancunense han detenido la propagación. Los que no se sienten bien con la cuarentena, que se ha prolongado más de noventa días, han ido saliendo nuevamente.

Ante el actual fracaso de la Ciencia, el hombre vuelve al rezo y ruego pidiendo por la salud de la Humanidad. Muchos desobedecen las recomendaciones del aislamiento a riesgo de sus vidas y las de sus semejantes. Otros, desde la puerta de sus casas, ven pasar a vecinos que no se sabe si morirán por el Covid19 o, por el contrario, es la despedida del que está mirando.


(1) Acrónimo del inglés Coronavirus Disease a partir de Severe Acure Respiratory Syndrome (SARS CoV2)

(2) Histórico Monumento de bronce, obra del neozelandés Lindsay Daen, 1971


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