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arturo serna cronica
Photo Credits: andrew prickett ©

La palabra oral

La palabra hablada es más fiel y alada que la escrita. Guarda mejor la nuez cálida de la amistad. Nuestro tiempo hace el elogio de la escritura en las redes sociales y en los celulares. Vivimos en la era del borroneo vano y estúpido, esa nota íntima y ridícula que se regodea en el ego puro. Si Kant viviera reformularía su teoría.

Platón sostenía que la memoria se transmite mejor a través de la oralidad que a través de la escritura. Tenía razón: la escritura es infiel, fija el sentido y lo estandariza. En cambio, la transmisión oral comunica la fuerza de lo vivido. Solo en este punto estoy de acuerdo con el ateniense. Por lo demás, rechazo de lleno su filosofía llena del humo de los ultramundanos. Prefiero a los perros modernos, a los buenos escépticos del presente y a los luchadores de la libertad que no blanden las banderas del injusto mercado neoliberal.

En una esquina lluviosa, bajo el amparo de un techo de chapa, mi amigo JB habló de los oradores en Roma y en la política actual. Me dijo algo que aún recuerdo. Quizás lo recuerdo más porque lo dijo en el tiempo presente de la charla rápida. Él prefería el ave que evoca en un bar el pasado que no vuelve y no el orgulloso amanuense de las redes sociales.

Estoy de acuerdo con mi amigo JB: es mejor compartir el cobijo de la amistad en una conversación nocturna. No es necesario el alarde impúdico de las pasiones tristes y de los gatos en Facebook. Podemos vivir más tranquilos en el silencio del rincón o en el balcón solitario.


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