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sergio marentes
Photo Credits: greentleaf ©

La órbita histórica

Gracias a la apertura de un viejo testamento, hallado en una demolición de un edificio abandonado hace treinta años, se supo que el último hombre que fue a la luna trajo consigo una historia tan pequeña que tuvo que dejarla orbitando alrededor de la tierra para que no se perdiera para siempre en la vastedad del universo. Se supo también que no la trajo a la tierra porque esta no estaba preparada para ella, aunque a mí se me antoja pensar que eso que dice el testamento no es del todo cierto y que el astronauta la guardó tan bien que olvidó dónde la había dejado. Y también creo que luego del hallazgo ya no volveremos a ver a la luna de la misma manera, así como no confiaremos en los edificios abandonados. En los abogados jamás hemos confiado en verdad. Ni siquiera un abogado confía en otro. A menos de que uno de los dos orbite alrededor del otro por el tiempo suficiente para determinar que es de confiar.

El testamento dice además, a propósito de que como humanidad pronto vamos a regresar a la luna, que los próximos en ir y regresar la traerán de regreso a donde siempre perteneció. Porque la historia, explica el documento que, aunque proviene del satélite natural hecho de queso falso, nació en el periodo en el que todavía vivíamos en las cavernas y nos alimentábamos de todo lo que se moviera, la luna y el sol incluidos. Lo que no se sabe, o eso es lo que creo yo, que apenas si entiendo el mundo con mis manos lectoras, es cómo harán para traerla y, sobre todo, para que la entendamos como historia viva y no como una montaña de chatarra que nos observó durante cinco décadas sin chistar, esperando a que fuéramos hacia ella, además de aguantándose las ganas de ser dicha por una y otra boca cien y mil veces.

Creo, es decir que quiero, que cuando esa historia llegue a la tierra, a esta tierra de hoy y no a la de los años sesenta, pasará a la historia, al libro de la historia, como la historia más grande que menos espacio utilizó en nuestra memoria colectiva. Creo, es decir que quiero, que cuando esa historia esté completamente empolvada en un rincón del mundo, este me sea asignado como campo de batalla en esta guerra que es escribir el mundo.


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