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Photo by: Ondřej Šálek ©

Al despertar, el contorno de las sábanas encierra la piel y la carne en una capa de aire. Es un aire fresco porque es invierno y en una esfera, en algún lado, se está gestando la Navidad. Las habitaciones no necesitan muchos minutos de mi tiempo para ser recorridas. Las ventanas alcanzan, sin esforzarme demasiado, para darme la libertad que dan las alas. Estiro las manos y las puntas son las plumas grisáceas que me dejan fantasear.

Hoy mi amigo Orlando y yo metimos una caja de cartón de cinco metros por cinco metros en el camión que recorre Calzada de Tlalpan. ¿Fue difícil? Puedes apostar a que sí. Y todo fue para que pudiera tener una mesa en la biblioteca. Creí que estas esquinas serían frías, y que al mirar los libros y el piso y la puerta pensaría en las mejillas frías. El azul del frío en los vasos de cristal recuerda el hielo y los montes de Taxco que no tienen sus faldas en el piso sino en las nubes que cada vez bajan más a la tierra.

No he mencionado el largo proceso que es levantarse. Ella mantiene los labios quietos porque en ellos aún no nace la sonrisa ni el sonido que recorrerá toda la casa. Será sabio, será atrevido, será de amor. Ella camina a la cocina y el día nos cubre a los dos desde las ventanas que no tienen otra forma de vernos que con la luz de los ases blancos y amarillos. Yo estiro la mano y quiero atraparlos para luego doblar los dedos y formar mariposas. Mi cuerpo aún está dormido, no se quiere levantar del todo.

El líquido de las mañanas me ata los órganos que revolotean en mi cuerpo. Alguno de ellos quiere dejarme, alguno de ellos quiere decirme que la relación se terminó porque he sido muy agresivo con el consumo de refresco y de tacos de canasta. No es cierto hasta donde yo sé.

La mañana termina con ella y yo yendo al subterráneo, al metro. Nos metemos apretados al vagón. Solo estaremos unos segundos más juntos, y yo la miro antes de bajarme: ella es una imagen que se pierde entre las chamarras del invierno y la velocidad del vehículo que hace chillar las vías. El sol está cómodo, acostado sobre las losetas relucientes en los andenes. Siguen las escaleras y otros tantos temas que encontraré cuando llegue a la oficina a trabajar.


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