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La novela que gesta la historia (III)

La letra que circula 

Una fulminante revelación cabalística, acaecida a finales del siglo XVII, permitió al Profeta Natán de Gaza, entrever en el enfermo bipolar que llegaba como huésped desde el Cairo su condición secreta de Mesías. Como en un cuento de Borges, Sabetai Zevi, el inadvertido viajero, empezó a predicar convencido con plenitud de la redención aludida por el otro, y prometió incluso un ejército libertario para el oprimido pueblo judío. Su trastorno se avenía al personaje y facilitó una amplia convocatoria de apasionados creyentes desde Salónica hasta Holanda.  Como psicótico con algún rasgo de sensatez, este mesías también se hizo musulmán cuando el soberano de la Sublime Puerta lo conminó a convertirse o morir. La apostasía no impidió que sus seguidores la pensasen como una sofisticada expiación, un mandato secreto que incluía un nuevo marranismo. Su legado, como precursor del sionismo histórico, ya estaba sembrado. Fue derivado de las letras cabalísticas del siglo XVII, perduró y volvió en el siglo XIX con las letras seculares de George Eliot en Daniel Deronda, quizás la primera novela sionista moderna.  Teodoro Herzl, en un ensayo que también procuraba la novela, escribió al finalizar ese siglo “El estado judío». Un proyecto tan imaginario para un aristócrata asimilado e ignorante del idish y el hebreo, que lo pensó materializar en Uganda o Sudamérica. Zeev Jabotinsky, quizás el líder sionista de mayor incidencia histórica del siglo XX, recogió esa antorcha letrada. Era cultísimo poliglota, periodista, novelista, pensador político, conferencista, y además sabia el papel de la mitología en la memoria histórica. En 1920, luego de arribar a Jerusalén con la Legión Judía, que había improvisado con ceremonial destreza y perspectiva política, estuvo preso de los mismos ingleses que lo habían ayudado. En la prisión se dedicó a traducir » La Divina Comedia». Escogió el texto con el que Dante inventó una nación, y si no toda Italia al menos a los italianos. No era casual para un nacionalista como Jabotinsky, que no desconocía a D’Annunzio y sabía del fervor nacional que convocaba el fascio. En 1926 escribió una novela sobre la antigüedad, la identidad judía y los filisteos. La trama fue llevada al cine en 1949, un año después de la Independencia de Israel, por Cecil B. De Mille y titulada «Sansón y Dalila». El filme comienza con un discurso que permite entrever las ideas de Vladimir Jabotinsky, muerto nueve años antes, más que al guionista Laski. Fue quizás la primera muestra de identidad judía nacional que formulaba Hollywood, en el territorio bíblico y a través de Sansón.

En su cuaderno de la guerra de Guerrillas, la seca prosa del Che Guevara relata un íntimo momento en el monte, cuando frente a la proximidad de la muerte recordó el personaje de Jack London que enfrenta con coraje su desenlace en la nieve. El recuerdo fue preciso, Jack London, el aventurero que editó libros con fortuna, y que junto con Joseph Conrad era uno de los narradores mayores de la aventura romántica imperialista. La épica de London nutrió Hollywood, con el que convivió antes de morir, y su aventura en Alaska y los mares en busca de fortuna fueron la gloria del hombre blanco. Lo que quizás no contradice su protesta socialista, considerada blanca entonces. Es difícil saber qué novela o filme de aventura ha creado el imaginario de muchos guerrilleros, qué “Tesoro de la sierra madre” los empujó al monte. Sin duda, estaban más cerca de Hemingway o de John Red que del abstruso Hegel, de John Ford o de Huston que del radical Jean Luc Godard. En algunos casos perduró el guion original de la ideología, pero la industria de drogas y secuestros que degradó en Colombia esta narración sostiene el dinero y el poder más que las ideas. El caso de Venezuela no es igual, no fue invadida imaginariamente por una novela, los delincuentes y estafadores del chavismo usaron una telenovela. La pasaban por capítulos, sin creer en ella, como un remedo de la exitosa “Por estas calles”, melodrama televisivo que la virtud locutora de Chávez continuaba con categorías políticas.  Sea como fuere, todo indica que la novela más que reflejar la realidad la crea, es su auténtica productora, y la única crónica posible de la historia parece la novela misma.

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