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Juan Pablo Gómez
Juan Pablo Gómez - ViceVersa Magazine

La nocturnidad poética de Hanni Ossott

Poesía y muerte se conciernen

Hanni Ossott

Desde Platón, un poeta debe siempre intentar explicar su oficio. El problema no es que un poeta se contradiga, el problema es que no tenga consciencia de sus contradicciones. Hay muchas formas de intentar explicar, pero cada forma siempre dirá mucho de quien la lleve a cabo. Hanni Ossott es una de esas poetas que parecía empeñada en querer explicar, articular, pensar su obra, aun sabiendo que era una labor imposible de completar. Su reflexión suele poner de relieve ese malestar por aquellos que parecen no estar atentos a la sacralidad de la existencia. La poesía de Hanni Ossott está demasiado vinculada a la nocturnidad, la casa y la muerte. “Demasiado” en este caso es un adverbio que quiere decir “excede el límite conveniente o aceptable”. Su figura corresponde a la del sacrificio en su sentido más enaltecedor. Pero su obra refiere también un dolor tan intenso y tan instalado en el desmoronamiento, que es difícil de soportar, incluso para la imagen.

Hace años me apasioné con su obra y encontré asidero importante en poemas como “Del país de la pena”, pero también eran años en los que la juventud, la insolencia o la ingenuidad hacían que uno se pasease alegremente, por ejemplo, por los Himnos a la noche de Novalis, The Waste Land de T.S. Eliot, el Doktor Faustus de Thomas Mann, la poesía insomne de Ramos Sucre y bordeara el abismo con ridícula temeridad. No es que uno haya dejado de acercarse a obras así, sino que la actitud ha cambiado: el silencio, la reverencia, la cautela y el respeto son ahora predominantes. A estas alturas, el romanticismo (o la alemanidad de la vida) no se reducen sólo a una estética, pero tampoco pueden ser ya una forma rotunda de estar en el mundo sin evitar la locura. A menos de que se vuelva poesía. Ser alemán en Venezuela es una condición peculiar que, con frecuencia, roza fronteras peligrosas para la psique. El contraste es tan abrumador que no cualquiera puede asimilarlo. Hanni Ossott era demasiado alemana para ser venezolana y era demasiado venezolana para ser alemana. Su origen familiar y su origen artístico, por así decir, provenían del mismo germen: ancestros alemanes, por un lado, y presencia intensa de Nietzsche, Hölderlin, Novalis, Rilke, Mann, por el otro. La nocturnidad de su poesía era una forma de expresar un incesante anhelo por un espacio en el que pudieran reunirse la sacralidad, la memoria y la vitalidad. La noche es un espacio físico que debe palparse: “Es la luz de la luna lo que hoy me ilumina”. Y desde la noche el espacio ofrece la posibilidad al decir y al ser. Pero la noche es también el espacio de la pena más profunda: la ignorancia de la muerte. Una muerte quedó ocultada para evitar una pena, ahora la poesía deberá vengar a la muerte mirándola de frente y enunciándola una y otra vez.

Pero si la noche es espacio, ¿qué es la casa? Una memoria viva que estimula un decir. La casa es la configuración definitiva de nuestro reconocimiento sensorial, de nuestro tránsito tangible por el mundo. Una casa es sonidos, olores, sabores, sensaciones, recuerdos, espasmos, miedos, tranquilidad, descanso, afectos. Una casa es la vida convertida en costumbre, cotidianidad, intimidad, apego. La casa es la niñez también, el asombro y la pena secreta. Pero la casa en la noche es la sombra familiarizada ya con uno. Los objetos de la casa son indicios o marcas de esos recorridos oscuros: una fotografía, un reloj de pared, algún crucifijo, un espejo. Y la casa siempre será el espacio al que volverá el viajero, sedado por la reflexión, después de la aventura: una ducha reconfortante, un descanso en el sofá, una sopa caliente, un recinto seguro. La poesía de Hanni Ossott conversa con el espacio abierto de las Elegías Duinesas de Rilke: los recónditos misterios de la morada, la búsqueda de lo permanente, la sacralidad de la vida. Único sustento de los poetas. Hanni tradujo a Rilke más como contrapunteo melódico. El lenguaje rilkeano era tan cercano, familiar y genuino para ella que quiso “decirlo” en español y traducir también su asombro por el pensador que había en Rilke y que logró hacer suyo. Grecia transita por su existencia como lo hizo su imaginario por el mundo: Homero y Heráclito; ensueño apolíneo, embriaguez dionisíaca. Su decir reflexivo se posó de forma fragmentaria en sus ensayos compuestos en una tonalidad tan auténtica que recuerdan a esa manera de pensar rauda y sosegada a la vez tan presente en Nietzsche o Rafael Cadenas.

Los títulos de sus libros eran prominentes y seductores, pero sobre todo, se correspondían con su decir. Ella manifestaba que lo importante no era terminar un libro, sino “vivirlo, pulsarlo”. Eso se percibe en cada uno de sus versos. Un saber esperar, saber escuchar, saber hacer. Una paciencia y una laboriosidad enfática en el terreno de lo invisible, de lo inefable. Lo literario o lo académico eran mundos accesorios, paralelos a su tránsito errático y sinuoso por alcanzar su voz en plenitud poética, incluso (o sobre todo) desde la enfermedad. Y una ofrenda o celebración por la vida que no excluya a la muerte ni al dolor, sino que los abrace en su regazo convertido en espacio donde puedan mezclarse con el olor a tabaco del abuelo, la forma de las manos del padre, los portarretratos de los antepasados en el mueble o los ruidos inexplicables que se cuelan en el silencio nocturno y que le hacen buscar a la madre. La poesía de Hanni Ossott es una de las más desgarradoras y, por eso mismo, más vitales de toda la poesía venezolana y hacen recordar con fuerza aquella frase de Nietzsche: “Un ser humano debe tener el caos dentro de sí para poder alumbrar una estrella”.

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