CARACAS: Esta mañana, como todos los habitantes del mundo me he levantado feliz, pues, he escuchado que finalmente se hizo justicia y le dieron el premio Nobel al maestro Vargas Llosa. Pero mi alegría es triple pues además del premio, celebro el haberle conocido, fotografiado e incluso me dedicó un ejemplar de «Pantaleón y Las Visitadora». Podría decirse que mi biblioteca está feliz: en ella habita un libro firmado por un Nobel.
La primera vez que me crucé con Vargas Llosa fue en el lobby del teatro Trasnocho en el Centro Comercial Paseo las Mercedes, lamentablemente el encuentro fue algo accidentado, para ser más sincero tropecé con un señor bien vestido que era acosado por una gran cantidad de personas. Lamentablemente no fue hasta el día siguiente cuando en el periódico leí que Mario Vargas Llosa había presentado la noche anterior la primera función de “A Orillas del Támesis”. Al ver la foto que ilustraba el reportaje, caí en cuenta de que aquel señor bien trajeado al que atropellé con una maleta eran ni más ni menos que el escritor peruano, como podrán entender casi me muero de un infarto.
Pasó el tiempo, exactamente casi dos años; de hecho ya había cambiado la cómoda oficina en una trasnacional por un modesto cubículo en una revista de política y negocios que salía, y sigue saliendo en varios países latinoamericanos, (lamentablemente ya en Venezuela no). Para mayo de 2009 se había corrido como pólvora la noticia de que Vargas Llosa vendría, esta vez a presidir una cumbre de intelectuales en defensa de la propiedad privada. En la revista todos estábamos abocados a lograr una exclusiva, y yo estaba loco porque me enviaran a mí en el equipo, pero era algo que no parecía posible, pues de darse la entrevista sólo asistirían el periodista y el fotógrafo; el asistente editorial, es decir yo, debía quedarse en la oficina corrigiendo notas.
A lo largo de los días, se pautaron citas que finalmente no ocurrieron, pues cuando el escritor llegó a Venezuela fue retenido en el aeropuerto por varias horas. Así que por seguridad, los organizadores del evento no permitían ningún contacto con Vargas, de hecho la seguridad del escritor fue redoblada y el hotel donde se hospedó prácticamente era una fortaleza donde nadie podía entrar.
Recuerdo que hicimos varias guardias en el lobby del hotel, con el fin de entablar un contacto, de hecho hablamos con los botones, con los parqueros, recepcionistas y demás; para conseguir la entrevista con Don Mario. En mi pernota en el Lobby pude intercambiar algunas palabras con Plinio Apuleyo Mendoza, periodista de gran talla, y el principal responsable de que García Márquez pasara una larga temporada en Caracas, pues fue Plinio quien se lo trajo de Paris, pero eso es otra historia.
También vi a otro Márquez pero no al Gabo sino al admirado Laureano Márquez quien a paso rápido, ingresó con sus libros: «El Código Bochinche» y su «Se sufre pero se goza» bajo el brazo; imagino que para dedicárselos y regalarlos al escritor. Creo que tuvo éxito pues no lo vi bajar de nuevo. Yo en cambio me fui algo desilusionado cuando Kike Medina, mi hermano de muchas batallas y quien era el director de la revista me avisó que “la cosa no se daría» y me pidió que me fuera para la oficina a cerrar la edición.
Ya algo cabizbajos, a eso de las 8 de la noche, y cuando ya dábamos todo por perdido. Kike recibió la llamada de Corina, nuestra compañera, quien nos indicaba que se había colado la información de que el escritor estaría en una fiesta en el piso 8 del hotel y que no tendría seguridad; pero teníamos un problema: no podían localizar a nuestro fotógrafo.
Kike sonrió y me dijo en su refinado acento cachaco:
– Hermano ¿usted tiene su cámara encima no?
La cara de Medina me lo dijo todo, era mi oportunidad de fotografiar al hoy Nobel y quitarme la espinita de aquel tropiezo ocurrido años antes en la puerta de un teatro.
Bajamos por las escaleras, encendí el carro y me zambullí en el terrible tráfico Caraqueño. Llegamos al hotel y nos recibió Corina Sánchez P, nuestra compañera quien nos hizo señas para que abordáramos el ascensor sin perder tiempo. Cuando el contador marcó el piso 8 y se abrieron las puertas teníamos frente a nosotros al mismísimo Vargas Llosa en persona, entonces lo abordamos con el ímpetu de un cazador que finalmente ha encontrado a su presa.
Hicimos varias fotos tanto de Álvaro Vargas Llosa como de su padre y en una de ellas los coloque espalda contra espalda, siendo ésta imagen la que ilustró el reportaje:
DOS GENERACIONES DEFIENDEN EL MODELO LIBERAL, escrito por Corina Rodríguez e Ismael (Kike) Medina, que no sólo salió en Venezuela sino también en otros países Y adivinen de quien fue la foto…
Luego de la entrevista nos hicimos algunas fotos con él y hasta me autografió un libro, el momento fue mágico hasta que dije una de las frases más trilladas y estúpidas que ha salido de mi boca:
– “Maestro gracias, ya puedo morir tranquilo”.
El hombre soltó una carcajada, me dio una palmada en la espalda y me dijo:
– No hombre no es para tanto y siguió su camino.
Y así fue como conocí al hoy Nobel de Literatura, agradezco a Kike y Corina pero sobre todo al fotógrafo (por no haber aparecido), pues me permitieron estrechar la mano de un Nobel de Literatura.