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Javier Camacho Miranda
viceversa

La musa de los malhechores

Al Eric lo sentenciaron con veinticinco años de vacaciones vigiladas en Tocorón luego de su segundo día en el posgrado de robo bancario, y a Vicentico le cayó la pelona después de un enfrentamiento con la banda de Rufo Tostado, que curiosamente era primo del finado, pero ese es otro cuento distinto al de María Betania, la ex novia de ambos maleantes. Que justamente ahora está sentada sola en una mesa del cafetín de la UCAB, la misma que compartía con Antonio hace unos minutos. Esta flaca guapetona de la Vega fue buena estudiante y persona ejemplar desde su infancia, menos en el impulsivo terreno de los sentimientos cuando se combinan con la atracción carnal. Porque a ella le gustaban los tipos malos y arriesgados, esos que dominan la danza pélvica del reguetón con maestría y que portan, idealmente en la cintura, un .38 Special, recurso multiuso de altísima popularidad en esta especie de lejano oeste reinventado que llamamos Caracas.

En cambio, Antonio era todo lo contrario. O eso le pareció anteayer al conocerlo en el curso de inducción de la universidad. Ella, becada por los jesuitas para estudiar Administración. Él, patrocinado por los Rivas Salcedo para convertirse en el séptimo abogado de la estirpe. A pesar de ser tímido y preferir las camisas a cuadros, el larguirucho pelilargo tenía un encanto cercano a lo que podríamos llamar un nerd buenmozo, y María Betania lo vio como la opción perfecta para corregir su prontuario sentimental. Chispazo mutuo y con el pedal hasta el fondo. Un encuentro efímero y fulgurante en la parte trasera del Palio de Antonio al final del segundo día de clases, y con las avanzadas licencias de la juventud ambos coinciden que este romance tiene potencial. Pero llega la sospecha en forma de conversación ajena, y todo se va al traste en menos de setenta y dos horas.

 


 

La debacle en cuestión fue hace un momentico. El café de María Betania todavía está tibio, y si algún vivo no se pone las pilas, el triángulo restante del sándwich de Antonio terminará en la basura. Estaban desayunando e intercambiando tiernas vulgaridades, cuando llegó un amigo de Toñito y se sentó sin que lo invitaran:

“Entonces, ¿le diste matarile al chicano?”, le preguntó directamente a Antonio, sin importarle que su compinche estuviera acompañado.

“Bicho, tú sí que eres bien metido. ¿No ves que estoy ocupado?… María Betania, te presento a Mauricio, panita del colegio que jura que va a ser psicólogo algún día”.

Apretón de manos cordial, y de nuevo a la carga inquisitoria. “¿Te lo quemaste o no?”.

“De bolas que me lo fusilé. Aunque para ser más preciso, le rebané la yugular”, responde el que hasta hace unos segundos era un inocente pretendiente.

“Upa… La clásica afilada. El cuchillo del forajido pocas veces falla”, agrega Mauricio, alargando el upa con la combinación perfecta de sadismo y naturalidad que María Betania tanto conoce.

Este percibe de inmediato la incomodidad que la joven manifiesta con la rigidez que ganó su postura, y luego apela a la antiquísima teoría de la cara seria y el culo rochelero. “¿Qué pasó, Maribé? ¿Tú creías que Antonio era un pacifista por la pinta que carga?”. Se ríe a lo lacra. Alargando cuidadosamente el primer ja, para luego desparramar la carcajada entre hipos en falsete.

“Bueno, hablamos al rato, ratón”, y el secuaz se retira a sus quehaceres estudiantiles.

Ella se quedó muda. Recordó la incómoda visita a Maracay en la que rompió con Eric, y los meses de lloradera luego del fallecimiento de Vicente. Sospechaba que, aunque se empeñara en elegir a alguien diferente, por algún antojo místico siempre terminaría enganchada a las joyitas más temerarias del patio. Y esta vez no quiso ser testigo de ningún final trágico. Así que pensó rápido y se despachó al muchacho con un discurso improvisado sobre lo poco práctico que sería empatarse al estar apenas iniciando sus días en esta nueva etapa de la vida. Que sí, que la universidad es para experimentar. Él no insistió mucho. Perdió el apetito, y se fue a su primera sesión de Lógica Jurídica.

 


 

María Betania se termina el café y mira la hora en el celular. Aún le queda tiempo libre antes de entrar a clases, por lo que decide ir a sentarse en el jardín un rato, a despejar la mente y pensar en cómo hacerle frente a su pésimo tino en cuestión de enamoramientos, con miras a encontrar una fórmula de selección que le evite emparejarse siempre con los machos más belicosos.

Antonio no se logra concentrar en las disertaciones del profesor. Está agradecido por haber coronado en la primera semana del pregrado. Una marca importante, aunque sin dudas habría preferido seguir con la chama de haber tenido la oportunidad. Pero qué le va a hacer, ya caerá otra. Y se termina de relajar al saber que en casa lo espera John Marston presto para completar otra misión, ese avatar en forma de vaquero que protagoniza Red Dead Redemption. Un escape virtual de lo más efectivo para drenar los descalabros cotidianos.


Photo Credits: lookcatalog ©

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