Me vino a la mente la imagen de mi abuela materna. Busqué la foto que he cargado toda la vida conmigo. Aquí está con un niño que tiene SIDA. Esto es a finales de los años setenta. En esos tiempos se le exigía a las personas usar guantes. En esta foto ella tiene cáncer. Le dio dos veces, la segunda vez a los 7 años de habérsele diagnosticado la primera. Estando enferma, un día, decidió vestirse para buscar trabajo y no quedarse a sufrir los tratamientos horribles de la quimioterapia. Era una guerrera y, por eso, porque yo me viví bajo un techo a una Madre de Calcuta, tengo esta necesidad de contarles de ella y celebrarla. Estoy segura que así como tengo esta historia ustedes tendrán las suyas hermosas y necesarias. ¿Por qué no desempolvarlas y compartir con el mundo? Estas son nuestras epopeyas cotidianas. Bueno, resultó que en un hospital cerca se les daba trabajo de algunas horas a abuelitos y abuelitas y ellos, a su vez, debían cuidar hijos de personas que no podían quedarse en el hospital a cuidarlos. Las razones no vienen al caso. Hasta el día de hoy existen los llamados «Abuelitos adoptivos». Genial a quien se le ocurrió esta idea que deberíamos copiar para otras realidades. La historia con esta foto sigue así: Le pidieron que se pusiera los guantes para sostener a este bebé. Ella se rehusó diciendo, «Yo no voy a ponerme guantes para cargar un angelito de Dios». Y los desobedeció. Antes de que mi abuela se fuera a otra galaxia, se dedicó a sembrar espinacas. Cuando se sentaba a leer el periódico en su mecedora recuerdo que no faltaba este comentario: «Cómo me habría gustado estudiar». Yo lo hice por ella, no porque me gustara estudiar ni las espinacas. Mentira. La hizo feliz que yo lo hiciera en su lugar. Hoy no es el día de las madres ni del amor. Es un simple 22 de febrero en que la presento a los amigos, y le envío toda mi energía a ella, e incluyo lo que imagino son las sonrisas de ustedes si han llegado hasta esta línea. Estoy segura que le llegará toda esta energía nuestra adonde quiera que esté.