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Ayer vi algo de ti que nadie alcanzó a mirar durante el tiempo en que caminabas de un corredor a otro, en silencio.

Quedó poco o menos que nada de lo que yo podía alumbrar antes de dormir. Soy el día derrotado por la noche; soy el rocío derrotado por un calor de mañana.

Y soy la cursilería.

En un momento clave de esa carrera que me presumo en el cuerpo, un pedazo de espalda, una astilla opaca, voló como una paloma que apretaron de las patas y que tuvo que salir huyendo. Allá en mi espina dorsal hay un hilo de sangre que baja singular por mi piel. Y yo disfruto la temperatura.

Y yo te dije la otra noche, no sé si lo recuerdas, que cada vez que salgo a trabajar el mundo se acaba en una aspiración masculina poco consciente y duradera.

Pero a nadie le importa, como a nadie le importó aquella vez en la que nuestro universo se rompió cuando nos separamos frente a una cama de hotel; cuando nos dimos asco y nos alejamos a 20 pasos del otro. Y el agua cayó en la regadera y yo me envolví en la cobijas desnudo: no sabía qué ser social podría salir del baño.

Sin embargo y como los adultos que somos, hicimos en análisis hasta perdernos en el argumento poco claro de que la carne pálida deja de ser carne y se convierte en bruma. Bruma tú porque mis labios en un cuadro recorren tu pecho hasta siempre, porque nada termina en nada y es mejor recordarlo así.

Y al mundo no le importó nuestro sexo. Había en el cielo una nube más interesante, una forma que se transformaba callada, un modelo aspiracional.

Aunque siempre hay palabras que objetar y espacios que ya no quedan bien reparados, los dos seguimos aquí. Hay hoyos por donde metes la mano entre la carne y jalas algo que no sabes qué es pero cuando lo sacas ya está muerto, y aún sigue caliente.

Una canoa se nos hundió. Me dio dolor de estómago y me callé un tiempo intentando no faltar el respeto a nadie. Y todo el mundo se hartó.

Cada día en el pequeño segmento que es mi vida, trocé un poco de luz para que pudiéramos vivir en paz. Y la cagué en grande. Puja al por mayor en subasta por las causas perdidas, esa fue mi historia.

Te digo que no quedó nada. Me di cuenta cuando me quedé a dormir en la oficina o cuando comí tranquilo porque el alcohol entró en mi cuerpo y luego sentí vergüenza por el niño pequeño al que le nacían los complejos y que dictaminó su dignidad sin tocar la cerveza. ¿Por qué me ves así, niño? Ya no quedó nada de mí, ni aquí ni en la gran ciudad.

A nadie le importa a nadie le sucede, que dentro de su boca se desarrolla un principio catastrófico de impulsar a los demás a la matanza.

Anuncios espectaculares, avenidas que chocan y se abrazan entre sí. Un 2 de enero que nadie quiere ver a los ojos. Unas casas a lo cubano bien quietas en la ventana antes de que avance el metro.

Y alguien que deja las luces de Navidad y todo lo demás a oscuras.

¿Te han dicho que guapa eres cuando los insectos se posan sobre ti?

No te lo han dicho. Estoy alucinando. No te tengo nada más que decir.

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