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Sergio Inestrosa
viceversa magazine

La madre negada

Ester tuvo en total seis hijas antes de separarse de su marido, al que nunca amó. Para las hijas, especialmente las tres más pequeñas, que no sabían ni habrían entendido sus planes de irse a los Estados Unidos, aquella mañana de viernes amaneció con una sorpresa mayúscula. Descubrieron que su madre se había marchado hacia los Estados Unidos, en compañía de una de sus sobrinas favoritas.  

Después de unos pocos años, lleno de rabia, el padre informó a las hijas que su madre se había acompañado con alguien más en Los Angeles y que no volvería a pisar esa casa. Sin embargo, poco tiempo después, algunas de las hijas la buscaron y recibieron su ayuda para emigrar a Estados Unidos, incluso las tres más grandes se fueron a vivir con ella y su marido hasta que fueron capaces de valerse por sí mismas. Ella se encargó de explicar a las hijas que se habían ido a vivir bajo su protección que durante todos estos años no había dejado nunca de ayudarles con dinero para la comida o para los pagos de la casa, sin importar que su padre hablara pestes de ella y la tratara como si fuera una puta. 

Después de más de veinte años de vivir en Los Angeles, Ester regresó a su país para cuidar de su anciana madre, ella era hija única y no le quedaba otro remedio. Poco tiempo después sus hijas pequeñas la visitaron y le informaron que su papá, ex marido para ella,  estaba muy enfermo y que moriría en poco tiempo; pero ella no se atrevió a ir a visitarlo, habían sido tantos los insultos y tan profundo el desamor que lo mejor era dejar las cosas del tamaño que estaban.  Después de esto, sus hijas no quisieron saber más nada de ella, aunque las mayores siempre lo disimulaban de mejor manera. Las tres más pequeñas eran las más intransigentes, pero de ellas Juana, la última, quien tenía tan solo 16 meses cuando su madre se marchó, era la que se sentía más ofendida y más enojada, la que más rencor sentía por aquella mujer a la que en realidad no consideraba como su madre. 

Las razones de esta animadversión eran muchas, pero la principal era la sensación de abandono que ellas tenían, no le podían perdonar el hecho de que aquella mujer se hubiera marchado (por necesidad o no). Les pareció impropio de una madre el dejar a sus hijas tan pequeñitas. Una madre nunca abandona a sus hijos, pensaban, así sean hijos del desamor. La segunda cosa que no le perdonaban es que se hubiera buscado otro hombre tan solo llegar a Los Angeles.  Ellas siempre habían creído que la verdadera razón para marcharse era que ya no soportaba vivir con su padre, aunque seguramente también la necesidad económica fuera real.  Sin embargo, para ellas la razón usada había sido una falsedad. 

Con el paso del tiempo las hermanas mayores les contaron a las más pequeñas que mientras vivían todos en casa, la madre había tenido por lo menos un amante. Estas no lo sabían aunque tampoco se mostraron demasiado sorprendidas dado su rencor. No recordaban nada de aquellos días, pero las grandes lo habían vivido en carne propia, y sabían de los escándalos, de las borracheras nocturnas del amante, de sus gemidos de gata en celo, nada digno de una mujer ya vieja, casada y que, sin embargo, se arriesgaba a llevar al amante a su propia casa. Eso puede que esté bien para las jovencitas, pero para una mujer vieja no, se ve mal; los vecinos murmuraban, y sus locos actos hablaban igual de la calentura como de la incapacidad del cornudo.

Todo esto bullía en el corazón y la mente de las hijas, quienes no visitaban a la madre a no ser que el hermano mayor llegara de los Estados Unidos. Ellas no entendían porque a él le daba siempre por hospedarse en su casa, con lo incómoda que era. No tenía agua caliente, las puertas de los baños estaban carcomidas, no cerraban bien; ni cama había y él tenía que dormir en una hamaca en la sala; sin embargo ellas hacían el viaje para verlo y pasar unas pocas horas como una familia normal. Pero aun en esas circunstancias siempre encontraban la forma de hacerle saber a la madre que iban para ver al hermano y que por él intentarían llevar la fiesta en paz,  pero una vez que aquel se hubiera marchado se daban por terminadas las visitas y todo seguía exactamente como antes.


Photo Credits: Bryan Rosengrant

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