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nueva york pandemia
Photo by: Jörg Schubert ©

La llegada de lo otro

Vivimos en el futuro, dice mi amiga R mientras caminamos entre cámaras antiguas en una sala que cuenta la historia del cine en un museo de Astoria. Es un día cualquiera, hace algunos años, y por alguna razón –de esas que hacen que algunas palabras se queden como adheridas– esa frase se quedó conmigo. Muchas veces sentí que vivir en New York era bastante parecido a vivir en un futuro distópico. Basta pisar ciertas estaciones de subte llenas de ratas y basura donde algún loco anuncia a los gritos el fin del mundo, para sentirse un poco así. Estos últimos días, sin embargo, esa sensación que me visitaba de vez en cuando se transformó en otra cosa, alcanzó otra escala y me hizo preguntarme, por momentos, si acaso no estaba soñando.

Es viernes 13 de marzo y es el último día que voy a la oficina, solo que eso todavía no lo sé. De regreso a casa, bajo del subte y camino en dirección a un mercadito orgánico, dos chicas que van charlando pasan al lado mío:

– It’s real.
– It’s happening.

Si esto fuera un sueño, pienso, esas palabras serían la trampa perfecta. Unos días atrás tuve una pesadilla horrible y encontré la forma de terminarla. Había estado leyendo sobre sueños lúcidos y señales oníricas. Decidí que la pulsera que siempre llevo en la muñeca derecha sería mi señal y funcionó: cuando en el sueño recordé lo de las señales y busqué la mía, desperté. Escucho el diálogo entre las dos chicas y busco enseguida mi pulsera, siento el filo de los cuatro mini triángulos presionar sobre el pulgar y el índice de mi mano izquierda. Ok, me digo, esto es la realidad.

«I’ve seen the future and it’s murder» cantaba Cohen ya hace mucho. Pero entonces, si el futuro es esto, este presente de un enemigo invisible a escala planetaria, de cuarentenas y pánico colectivo, de recuento de contagios y muertes en tiempo real, de ciudades desiertas y economías en colapso, de miles de personas quedándose sin empleo en el lapso de una semana, de fronteras cerradas y libertades individuales suspendidas, de aislamiento y depresión y ansiedad y stress e incertidumbre y miedo miedo, mucho miedo. Miedo del virus, del contagio, del colapso, de no saber, de la economía, de la falta de trabajo. Si el futuro ya llegó, ¿cómo llamamos a eso que viene después?

Derrida propone distinguir entre dos formas de futuro: “El futuro es aquello que devendrá en unas horas, mañana o el siglo próximo. Es lo que devendrá. Tenemos entonces el futuro que es programable, prescripto, predecible, y que entonces puede ser previsto. Y está el por-venir. Si hay un verdadero futuro más allá del futuro, ese es el por-venir, que es la llegada de lo Otro que no esperábamos, es la llegada de lo impredecible.”

Still from Fight Club
Still from Fight Club

En los días que siguieron la orden de cuarentena en New York, una película alcanzó uno de los primeros puestos del ranking de las más vistas en Netflix. Se trataba de Contagion, la película de Steven Soderbergh que narra los estragos de una pandemia muy parecida a la que estamos viviendo. El virus que protagoniza el film es mucho más siniestro y letal que el COVID-19 pero su origen, el modo en que se producen los contagios y las medidas que implementan los gobiernos, resultan perturbadoramente cercanos a la realidad. Los diversos artículos sobre la película nos dejan saber que Soderbergh se rodeó de un equipo de científicos y epidemiólogos a la hora de encarar el guion. Declaró en más de una entrevista que su objetivo era generar conciencia entre los líderes mundiales sobre la posibilidad de una pandemia de este tipo. La película que es del año 2011 –dos años después de la pandemia de la gripe A– es citada al comienzo de la Ted Talk que diera Bill Gates en 2015, en la cual argumenta que convendría usar el cimbronazo del –por entonces reciente– brote de ébola como una oportunidad de prepararnos para la próxima pandemia. Hace unas décadas, decía Gates, el desastre más temido era el de una guerra nuclear, ahora el mayor miedo es el de un peligroso virus que se contagie a una rápida velocidad. Así, el desastre más temido no solo era predecible para una gran parte de la comunidad científica y posiblemente evitables sus efectos económicos devastadores de haberse financiado a tiempo las investigaciones que ahora están en primera plana. El desastre más temido era también durante todo este tiempo, aunque en gran medida no fuéramos conscientes de ello, uno de los terrores que poblaban nuestro imaginario colectivo. Y temer algo, dicen los que saben, es solo otra forma de atraerlo.

Hemos ficcionalizado el colapso una y otra vez. Guionamos hasta el cansancio nuestra propia extinción mientras las acciones que tomamos como especie nos llevan, cada vez más, hacia allí. El mundo que creamos ya no es sustentable, el cambio climático acelera la desaparición de recursos esenciales para la existencia humana, entre muchas otras especies. Y aunque en las películas de ciencia ficción que imaginan futuros distópicos, siempre hay una rendija hacia el final por donde se filtra la luz (pensar por ejemplo en la última imagen de Children of Men) el trabajo de la imaginación en estos films ha estado siempre puesto al servicio del desastre. “La imaginación del desastre” es precisamente el título de un ensayo de la maravillosa Sontag, en donde analiza una serie de constantes en los films de ciencia ficción desde los años cincuenta. Ya sean misteriosos monstruos que despiertan o extraterrestres que nos invaden, en los films de ciencia ficción, dice Sontag, uno detecta el hambre de “una buena guerra”, una que no presente dilemas morales. Se trata, en definitiva, de un género eminentemente interesado en una estética de la destrucción: “las bellezas peculiares que se encuentran en causar estragos. Y es en el imaginario de la destrucción donde descansa la esencia de un buen film de ciencia ficción.” Pero las pesadillas colectivas, concluye hacia el final del ensayo, no pueden desvanecerse demostrando que son intelectual y moralmente falaces. “Esta pesadilla –la que es reflejada, en varios registros, en los films de ciencia ficción– es demasiado cercana a nuestra realidad.” La imaginación del desastre es un texto de 1965 y, si algo hizo la ciencia ficción en las décadas que siguieron, fue estrechar cada vez más esa brecha entre ficción y realidad. Los capítulos más perturbadores de series futuristas como Black Mirror no hacen otra cosa que desarrollar potencialidades que habitan, con mayor o menor grado de obviedad, el tiempo presente. Son, en ese sentido, perfectos ejemplos de futuros en el sentido derridiano. Previsibles, calculables y casi siempre temibles. Si, por otro lado, el porvenir es ese futuro más allá del futuro que, como dice Derrida, se encuentra siempre por fuera de la mira de lo predecible, acaso la imaginación nos permita acariciarlo. Un uso político de la imaginación como fuerza creativa y creadora, como ofrenda única de nuestra especie que nos recuerda que todo esto sólido que ahora se desvanece en el aire, todo lo que conforma nuestro modo de vida, alguna vez fue solo idea, pensamiento, imagen.

Es martes 31 de marzo y el barco hospital de la Armada se encuentra desde ayer en el puerto de New York. En el briefing diario el presidente del país más poderoso del planeta cambia su habitual tono liviano y jocoso, adquiere por primera vez un tono apesadumbrado y anuncia que se vienen dos semanas muy dolorosas. Leo los titulares de los diarios sobre esta ciudad que amo, hablan de morgues improvisadas y camiones frigoríficos para transportar muertos. Decido dejar las noticias por algún tiempo y salgo a dar una vuelta. El paisaje urbano sigue cambiando a la velocidad de la luz. Ahora la mitad de las personas que están en la calle lleva barbijos y guantes de látex. Una pareja se asoma al balcón y la amiga que pasea al perro les habla desde la vereda. La luz roja de un semáforo indica que debo detenerme. No pasa ningún auto pero de todas formas espero. Miro hacia abajo y veo mis pies. Bajo el cemento la tierra se empecina en sostenernos a pesar de que hemos sido, sin duda, su especie más dañina. Levanto la vista y respiro hondo, estamos en el futuro. Solo queda, y habrá que hacerlo, imaginar el porvenir.


Photo by: Jörg Schubert ©tinto|graphy@tintography

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Beti ona
Beti ona
3 years ago

«El desastre más temido no solo era predecible para una gran parte de la comunidad científica y posiblemente evitables sus efectos económicos devastadores de haberse financiado»

Que ingenuidad!!

Se olvidan -los bienintencionados- que vivimos en una sociedad de libre mercado, en donde incluso las opiniones expertas se compran… «9 de cada 10 médicos recomiendan tal marca de pastillas para el dolor»…

No es la falta de financiación el problema, es a donde y para que se destina ese dinero.

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