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Aladar Temeshy
viceversa magazine

La libreria de José

A media altura de San Bernardino, así fue la ubicación precisada por él.  No estaba dispuesto a discutir la descripción de la dirección de la librería, argumentando que él no es cartero ni pólice. Sin discutir la altura y su referencia al azimut geográfico. La librería ocupaba unos veinte y cinco a treinta metros cuadrados y contenía todo lo que una librería tenía que contener, espacio para los libros en exhibición, revistas, volantes de la universidad de Paris, por supuesto todo en francés y, detrás de los anaqueles el privado de José, una mesita Bonhuer du jour maltratada por los años y recargada de cartas, libros, facturas y cosas, con tres sillas vienesas a su lado, delgadas, finas. En el sector comercial había una de estas sillas  también, ya que tener el libro en la mano y evaluar su posible adquisición requiere – según José – una comodidad relativa, porque “aquí no hay pocketbook gringo, que se compra y vende a paso. Aquí se adquiere”.

Aquí, a la media altura de San Bernardino, estaba el sucucho que visité con semanal frecuencia, adquiriendo ejemplares de la literatura francesa. Le chant du monde de Jean  Giono al lado de Les fleurs du mal, consolándose en la intimidad de Toi et Moi de Geraldy.  De allí llegaron las voces de Yves Bonnefoy, Breton y Reverdy  de la librería de José,

Traté de hacer mis visitas las tardes de los miércoles ya que Madame Antabelle venía para ver los libros recién llegados, las cartas de la hermana de José y novedades. Madame Antabelle, viuda de la primera guerra mundial, asidua lectora por décadas de la prensa gálica era amiga de José desde la fundación de estos metros cuadrados en la media altura. Sí,  a estos. Venía los miércoles ya que Yby la bella isleña venía los martes. A mí me fascinaba Yby con su colorida vestimenta, su voz y su voracidad por la poesía. Alguien que no pertenecía a media altura, o altura alguna, ya que ella sí era de una altura viva y de color. La librería necesitaba esta nota y José lo sabía, guardaba un chocolatín sólo para Yby.

Las multi-conversaciones de Madame formaban parte íntima de la librería ya que involucraba al lector pasante en busca de un libro especial con la referente recomendación de adquirir la obra del mismo autor editado por Galimar cinco años después. La participación de Madame por su comprobada sustentabilidad y la variación de su voz con que acompañaba su argumento, era del teatro francés en vivo. Madame Antabelle completa.

Aquí no se envolvía la compra ya que no era una compra cómo explicaba José. Él no fue ni dueño, ni librero, él simplemente estaba allí con los libros. Esto lo sabían hasta los Delauze de las colonias. Ellos, víctimas de una política mal aplicada, estaban contra el  mundo y esta librería era el único sitio y justa defensa de lo no definido esperando la definición. Ellos, lectores en busca de esto.

Bien, todo el  mundo está en busca de… esto. No Yby, ella ni buscaba su chocolatín y menos aún su pierna artificial. Madame Antabelle preguntaba cada semana por una nueva edición del grande  Henry de Montherlant … oh,  Le treizieme Cesar … oh.

Con los dos jesuitas nadie argumentaba. Ellos se dedicaban  a Roger Martin Du Gard, no a todas sus obras, únicamente al menos conocido Jean Barois, por la izquierda, segunda fila, cobertura amarilla.  Solían venir los lunes cómo para cerrar una discusión interrumpida. José los trataba a tres pasos a pesar del espacio medido.

Esto fue un mundo en la media altura de San Bernardino, donde los clientes llegaron con autobús o caminando, adonde entró el hijo del vecino de la esquina de arriba con una pregunta gramatical (prurale tantum ?), importante y especial para José, Madame Antabelle y yo los de los miércoles y los que querían noticias de Lyon.

Al llegar yo el miércoles pasado dos mujeres bajaban de la cuadra con pasos lentos, medidos. La puerta de la librería cerrada.

Tempus fugit. Nos fuimos todos, José no cerró la librería, solamente ya no vino más.


Photo Credits: Nicolas Sanguinetti

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