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paola maita
Photo by: Richard P J Lambert ©

La ilusión del agua

Somos del agua.
Cien años de Soledad. Gabriel García Márquez

Si hay algo en lo que he pensado constantemente en los últimos 2 años, ha sido en el agua. Lluvia, río, mar, lagos, la bañera llena…

Esa obsesión hizo que dijese una vez que extrañaba las lluvias torrenciales del trópico. Debo aclarar que no extraño el caos de las inundaciones. Lo que echo de menos es simplemente la lluvia que caía con fuerza durante horas.

Dentro de esa misma añoranza, entra este extraño placer que tengo ahora de ir a la playa solo para contemplar el mar. No hace falta que me bañe. La mayoría de las veces me he quedado en la arena. Solo necesito ver y oír el agua.

También pienso en las aguas que salen de mi casa. Después de vivir muchos años con problemas en Venezuela, no dejo de pensar en lo maravilloso que es tener la certeza de que giraré la llave y saldrá agua del grifo, o que podré descargar el váter automáticamente y no con un tobo.

Siento cómo el agua me rodea física y mentalmente. Aunque me maravillo, intento de irme con cuidado. No sé cuánto puedo ilusionarme.


Viernes

Veo las inundaciones que ocurren en Venezuela con tristeza, pero sin asombro. Ya sé lo complicado que es todo allí, como para además tener que sumar ciudades y pueblos devastados.

En algunos lugares un poco más cerca de mi ubicación actual, también ha habido inundaciones esta semana. Por mucho que sepa que quizás aquí haya posibilidades de que las personas puedan recuperarse un poco más rápido, el ver tu casa inundada sigue siendo igual de impactante y aterrador.

Pienso en mi manía de extrañar los aguaceros tropicales y me da vergüenza. Extraño el sonido de esa lluvia desde el privilegio de quien no teme por su casa, sus cosas o por su vida, porque quizás un torrencial demente se las lleve.

No es igual extrañar el sonido de la lluvia torrencial cuando se está a salvo de ella que cuando se está amenazado por ella.


Domingo

Veo el vídeo donde el periodista Jorge Said narra cómo, para salir de Afganistán, tuvo que cruzar un foso de aguas servidas, entre tantas otras dificultades.

Dentro de mi obsesión con el agua, nunca había incluido las aguas residuales utilizadas como arma. Veo la historia de Jorge y cómo de nuevo el agua hace daño, hiere, separa personas, y se llena de muertos. Es un arma de guerra más, como los misiles o los fusiles.

Jorge y tantas otras personas en el aeropuerto de Kabul han tenido que nadar en mierda. Literalmente. Enseguida pienso que sus vivencias pueden superar fácilmente cualquiera de mis pesadillas acuáticas. Sin embargo, al momento siguiente me contradigo.

Recuerdo que nadé otros ríos para salir de Venezuela. Estupideces burocráticas, estafas por un pasaporte nuevo, procesos emocionales, diferencias con S., despellajarme de mis creencias de persona que siempre había vivido en una burbuja, descubrir la voz que yacía dormida dentro de mí… No son literalmente la misma vivencia, pero a cada uno le toca algún río de mierda cuando se va de un país.


Lunes

Llueve en mi casa. Nada se inunda. No llueve torrencialmente. Las aguas residuales no se derraman. No tengo mierdas burocráticas pendientes. Me permito soñar con el mar otra vez porque sé, con la misma certeza del que nunca se ha ahogado, que puedo sobrevivir.

Jorge Said ya ha salido de Afganistán. Probablemente, esté a salvo en su casa o un lugar parecido. De todos modos, aunque nosotros dos podamos estar a salvo, hay personas, tanto en Afganistán como en otros lugares, para los que el agua, en cualquiera de sus formas, sigue siendo una amenaza.

Sería estúpido pensar que todos tendremos este mismo privilegio de soñar y obsesionarnos con el agua desde la ilusión de estar a salvo. Reconozco que no siempre podrá mantenerme en esta posición, por lo que me permito seguir obsesionándome con el agua. Al menos mientras pueda.


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