Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Miguel Rodríguez Otero

La hora pautada

Llevaba un par de horas durmiendo y oí un ruido. No pasa nada, a veces hay ruidos, aunque éste tardé un poco en identificarlo, eran dos golpecitos, como cuando se llama a la puerta. A esas horas no podía ser nadie, hubieran tocado al timbre, aunque el hecho de llamar con la mano indica que es alguien privado, de mi círculo, alguien que quiere o necesita pasar desapercibido por algún motivo. En mi círculo andamos sobrados de motivos por los que pasar desapercibidos.

Así que presto atención unos minutos sin ceder al sueño, apenas me muevo, y al rato vuelvo a oír el ruido. Ahora sé con seguridad que ha sido un toque en la puerta, como pidiendo entrar. Pero no sé quién es, sin duda no eres tú, ni en qué cosas de mi vida quiere entrar quien sea a estas horas de la noche. Esa persona que no eres tú ha elegido venir precisamente ahora, tan de noche.

Esta vez lo he oído muy claramente, quizás se estaba impacientando o tenía urgencia, algo estaba a punto de suceder o había sucedido, o no lo había hecho aún y debía pasar ya. El caso es que lo oigo con nitidez, pero no me levanto, sino que pienso quién podrá ser, y empiezo a repasar la lista de amigos, amantes y vecinos, aunque no me cuadra nada, y mientras tanto vuelven los dos golpes, esta vez más cerca, más inquietos, como si hubieran entrado en la casa o accedido a algún lugar secreto de mi vida, llena de puertas, lo cual es imposible. Como si estuvieran en la habitación del pasillo.

Son las cuatro, o al menos hace un rato lo eran. Se lo he oído al intruso en el cuarto de al lado. Ya está en el cuarto de al lado. Las cuatro. Hay alguien más, claro, no tiene sentido decir estas cosas en alto si uno está solo. Ahora ya deben de ser pasadas. O quizás lo hizo para inducirme a pensar que no estaba él solo. Ahora no hablan, se han quedado en silencio unos minutos. No pueden estar decidiendo la estrategia, uno viene a estas cosas con todo pensado. No comprendo este intervalo, ¿por qué no entran ya? ¿Esperan tal vez a que salga yo? He de guardar la calma, ellos no tienen la certeza de que esté despierto. No sé qué ha podido quedar pendiente, siempre he sido cuidadoso con todo, me arden los ojos de ver imágenes que pasan ante mí sin tocar a la puerta, sin hacer ruido, la vida vence los cerrojos, escenas que me aturden y que llenan la habitación, extraños con los que conviví y en los que no pienso después de sus muertes, tan súbitas, tan eficaces, y que ahora hacen café y me hablan del pasado como si yo también siguiera en él. Por eso a veces me levanto a media noche y me voy a dormir a otra habitación donde haya menos fogonazos, menos recuerdos, menos medicación pautada.

Ya no hay pauta en los toques a la puerta, todo está en silencio, deben de estar preparándose. Si lo intentara, podría pensar que lo he soñado, la medicación a veces tiene estos efectos, pero sé lo que he oído. Les he oído a ellos. Respiro sin ritmo, fuera de pauta, pero soy cuidadoso, procuro no dejar cabos sueltos. Espero que tú hagas lo mismo, al menos. La taquicardia me golpea como si yo fuera otra puerta, pero no la puedo controlar. También ella me rompe los cerrojos. Esta semana apenas he dormido. Este tipo de vida es lo que tiene. Alguien se para delante de mi cuarto. No llama, no da con los nudillos en la puerta, la empuja suavemente. Le oigo respirar, como si dijera mi nombre o decirlo fuera importante. Dice mi nombre. Mi taquicardia golpea las puertas. Ya es inevitable.

Pasan unos momentos hasta que todo termina. Solo unos instantes. Creo que era un aprendiz. No ha sido complicado, pero no acierto a ver quién lo haya enviado ni por qué. Tampoco había una segunda persona. Los vecinos habrán oído algo de ruido, como si alguien aporreara su puerta por motivos que ellos nunca querrían adivinar. Todo ha sido rápido. Y raro, muy raro. Llevo oyendo ese ruidito en mi cabeza durante años, desde que te fuiste, y sucede hoy. Como si este principiante hubiera escapado de mi cabeza para acabar muerto en la alfombra del salón.

Me voy hacia tu casa en silencio, no quiero hacer ruido o alarmar a tus vecinos, ni sobresaltarte. Ya son las cuatro y media. No sé si tocar con los dedos en tu puerta, ni si estás durmiendo. Ni siquiera sé si me estarás esperando en el salón. Si es así, amor, te lo pondré fácil, pero no dejes flecos, por favor. Me provocarían taquicardia.

Hey you,
¿nos brindas un café?