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Mario Blanco
Photo Credits: Robert Nelson ©

La homofobia también en la entrega de viviendas

Corría el año 1979 en Cuba y el Ministerio de Transporte, organismo central, había terminado la construcción de un edificio de viviendas de doce plantas, para sus trabajadores. Se conformó una Comisión, constituida por un representante de cada sección sindical, que eran unas veintitrés, regida por un Buró Sindical que las agrupaba, para asignar los apartamentos. En ese entonces yo, joven y entusiasta, era miembro de la dirección de mi Sección Sindical, y fui elegido para representar a la misma en aquel “rodeo”, consistente en analizar cada una de las solicitudes de vivienda que habían hecho los trabajadores de todo el organismo -que según recuerdo eran unas trescientas- con el propósito de adjudicar un total de 75 apartamentos que la dirección del organismo había cedido al sindicato.

Se le pidió a cada trabajador que hiciera un “cuentametuvida”, una biografía en la que debía señalar todos sus méritos revolucionarios,  que servirían de elemento sustancial para priorizar  a aquellos más destacados, y así conformar una relación de entrega, que más tarde en sesión plenaria  sería discutida en una gran asamblea. Los méritos más fuertes eran: ser combatiente de la sierra o del llano, trabajador vanguardia, trabajador participante en la microbrigada, etc, etc.

La gran comisión estuvo trabajando durante un mes en el análisis y depuración de cada una de las solicitudes presentadas, en aras de llegar a una propuesta final con los setenta y cinco nombres propuestos. En medio del análisis se presentaron varias circunstancias bien complejas. Entre ellas destacamos dos: la de una compañera que tenía el gran mérito de haber sido microbrigadista durante varios años en la construcción del edificio, PERO, que era lesbiana. Había evidencias. Su esposo, un dirigente del propio organismo,  regresando a su casa,  la había encontrado en la cama con otra mujer.

El segundo caso era de un hombre de unos cuarenta años, especialista principal en computación quien había sido trabajador vanguardia durante varios años, PERO, mientras prestaba servicio militar, había sido expulsado por tratar de mantener relaciones con otro joven militar.

La comisión le dedicó horas y horas a aquellos análisis, pues un grupo de  nuestra parte  opinaba que  debían estar entre los elegidos, y la otra se oponía, pues consideraba imposible entregar una vivienda a “personas de esta catadura social para que convivieran en los mismos predios con revolucionarios sin ningún estigma”.

Al final la mayoría optó por eliminarlos de la lista de los elegidos, y solo proponerlos para la entrega de un medio básico, o sea, alguna vivienda que dejaba cualquiera de los setenta y cinco elegidos.

Llegó el día de la Asamblea general, y ninguno de los dos, objetos de la gran discusión,  protestó por no estar incluido en el gran listado. Antes, la dirigencia de la comisión había instruido a los  representantes de las secciones sindicales  a las que pertenecían diciéndoles que, en caso de exponer ellos mismos sus desacuerdos, saldrían a relucir sin ambages  las informaciones recopiladas sobre los comportamientos homosexuales que habían tenido. Aquellas dos personas aceptaron la decisión homofóbica sin protestar.

Los efectos de la UMAP (concentración de los homosexuales en unidades militares para reivindicarlos), resurgirán por décadas en nuestra población, unos, los dolidos, que se sentían estigmatizados de por vida, y otros, los supuestos jueces de la dignidad de aquellos primeros.

Así eran, o son, aquellos, o estos, tiempos de nuestra patria socialista.


Photo Credits: Robert Nelson ©

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