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la golondrina latinx ensemble
Photo by: Paul Sullivan ©

La golondrina se abre paso en Nueva York

El Latinx Performance Ensemble lo logra nuevamente. En esta ocasión, estrenó su segunda producción, La golondrina, en el Producers Club Theater. Precisamente, el primero de junio y antes de que cayera la noche, rebuscábamos entre las calles de Manhattan con la intención de llegar a un pequeño teatro off-off Broadway ubicado en Midtown. Al llegar, nos encontramos con una justa y acogedora sala de rojas butacas y paredes enladrilladas que nos invitaban a la complicidad y encantamiento de la representación escénica. Resultando así una atmosfera perfecta para ver esta puesta en escena.

Nos recibió una escenografía modesta, pero meticulosamente organizada que nos ubicó sin demora en el alma de un hogar. Un piano a un costado y un estante con recuerdos a otro balanceaba el espacio e insinuaban alguna nostalgia. Dos sillas, una mesita con un frasco de galletas de avellanas y unas cortinas al fondo complementaban el espacio.   Las luces incorporaban y resaltaban eficazmente cada rincón en el momento idóneo.

La historia, de Guillem Clua, trata de una persona que va donde una maestra en busca de lecciones de canto. Su eje temático gira en torno a la homofobia. En el transcurso de su desarrollo vamos percatándonos paulatinamente de un sin número de detalles que, a su vez, van uniéndose para aludir a un evento trágico muy significativo en la vida de ambos personajes -la masacre de la discoteca Pulse de Orlando en la Florida. La pieza responde a la adversidad, y eso se cumple óptimamente en el escenario. Aquí se le da una mirada a ese fenómeno inaudito que súbitamente nos toca un día y nos deja una enorme herida.

A pesar de la concatenación de momentos intensos, hay un manejo óptimo de cómo se presenta la fatalidad. Lo risible solapado estratégicamente ante momentos de gran tensión resulta ser una poderosa y eficaz combinación. Como espectadores no quedamos sumidos ni desprovistos ante el dolor y las heridas de estos personajes. Por el contrario, se inserta lo jocoso idóneamente como herramienta ante lo adverso.

Las actuaciones de Soledad López y Josean Ortiz son magistrales. La química que se desata en escena entre estos actores nos envuelve. Cada uno proyecta una presencia potente. Despliegan vigorosidad y profundidad ofreciéndoles matices particulares a sus personajes. Mantienen muy bien las necesidades de la acción dramática y nos hacen entrar con ellos a esos espacios íntimos del alma. Movimientos, gestos y entonaciones nos transportan a ese momento y lugar específico. Nos adentramos mágicamente tanto al tiempo presente de los personajes como a sus recuerdos.

La dirección de Luis Caballero muestra claridad y compromiso con eso que quiere contar. Se percibe un meticuloso proceso de ensamble. El desplazamiento de los personajes por el escenario, los minuciosos detalles y el juego de luces establecen la atmosfera idónea. Cada personaje tiene su lugar en escena y cada componente sustenta la acción correctamente.

En definitiva, este ha sido un trabajo de amor bien logrado y una magnífica oportunidad de acercarnos a ese lugar intimo para mirarnos y reflexionar como sociedad. Afortunadamente, la pieza sube nuevamente a escena del 27 de septiembre al 13 de octubre. Esta vez será en el Teatro Thalia, localizado en el 41-17 de la avenida Greenpoint, en Queens. ¡Allí nos vemos!


Photo by: Paul Sullivan ©

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