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Paola Maita
viceversa mag

¡La frivolidad es un derecho!

Cuando el lugar donde vives tiene más de 60 días cayéndose a bombas y perdigonazos, con vidas perdidas sobre el asfalto, hay muchos derechos que se pierden de facto, y la frivolidad es uno de ellos.

Lo primero que debo aclarar es a qué llamo frivolidad y por qué la considero un derecho. Para mí, es el poder hablar de cosas consideradas poco serias y/o superficiales, o darle un tono jocoso que le resta importancia a algo cuando se quiera. Claro que no es un derecho fundamental, pero sí está íntimamente ligado a la libertad de expresión.

Eso que parece tonto, y que incluso es condenado en algunos círculos sociales, yo creo que es importante porque a veces permite liberar presión, darnos un espacio para tomar un respiro tras tanto bucear en las profundidades, y hasta nos influye aunque no nos demos cuenta o no queramos. Hay casos donde incluso es un deber o se convierte en una industria.

Hace unos días alguien me decía que no le importaba la moda. Aunque no le respondí nada, pensé enseguida en una escena de The Devil Wears Prada, donde Miranda Presley le explica a Andy, su nueva asistente, cómo la industria de la moda influyó en la elección del color del suéter que cargaba en ese momento, aunque ella creyese que había sido hecha por ella.

La cuestión está que en medio de esta… situación (a falta de una mejor palabra), nos autocensuramos ese derecho, ese respiro, al menos en espacios públicos. Si te tomas un café, no puedes publicarlo en las redes porque “qué bolas que te estés tomando algo en vez de estar protestando”; si haces una torta, puede que sientas culpa de publicar una foto porque “¿Qué pensará el que tiene 3 meses sin comer azúcar?”; si quieres disfrutar de una conversación sobre cualquier cosa que no sea el país (porque recordemos que existen otros temas), eventualmente llegas al tema porque “hay que hablarlo”… Si quisiera escribir una crónica sobre algo diferente de Venezuela, seguramente habría quién me dijese “qué horror que no digas lo que está pasando aquí”.

No es cuestión de lloriquear, es más sobre poder entender que las circunstancias del país no exoneran el tener espacios individuales y que si bien es cierto que nos unen sin distinción, también es verdad que podemos de a ratos darle cabida a cosas banales. No dejamos de ser menos profundos por darnos un respiro. Las bocanadas de aire fresco son necesarias, así sean para hablar de maquillaje y reguetón, si es que eso nos funciona.


Photo Credits: Paola Maita, «La perfecta tiranía de la frivolidad»

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