Atravesé el gran prado de Prospect Park, desde la laguna hasta Grand Army Plaza, para ir a la feria verde, GrowNYC. Había mucha gente en el parque aquel sábado por la mañana, jugando deportes bajo el sol cálido, tocando música en círculo, haciendo picnics bajo la sombra de grandes robles o durmiendo sobre el zacate.
La feria del agricultor también estaba muy concurrida. Antes de hacer la compra, recorrí todos los puestos, sintiendo el ambiente de cada uno. Familias del sureste de Asia atendían las carpas grandes que en realidad son mercados ambulantes de frutas, legumbres y verduras más que pequeños puestos de venta como los de las ferias en Costa Rica y Brasil. Supuse que los inmigrantes asiáticos están tomando la iniciativa en la agricultura dirigida al consumo local en el estado de Nueva York.
Entré en varios puestos y disfruté los colores, aromas y texturas de los productos de la tierra. Al comparar precios recordé, sin embargo, que aquí la feria del agricultor es más cara que el supermercado, al contrario de lo que sucede en Costa Rica y Brasil. Caí entonces en el dilema del consumidor que quiere apoyar la agricultura regional, escoger productos frescos y locales, pero el dinero no le alcanza para comprar todo lo que quisiera.
Opté por diversificar los sabores para mi mesa y embellecerla con una paleta multicolor. En el puesto de una finca gestionada por jóvenes asiáticos, compré zapallos verdes y amarillos, duraznos maduros, zanahorias amarillas y moradas, papa roja y remolacha anaranjada. Escogí un poquito de cada producto, para mí. Costó veinte dólares, ¡casi la mitad de lo que gastaba en mi enorme compra semanal en San José para toda la familia! Pero sé que son contextos muy diferentes. Di gracias por el trabajo de los agricultores que cultivan la tierra neoyorquina para alimentarnos.
En vez de regresar por el gran prado, me interné en los senderos del bosque primario, a lo largo de la margen este del parque. Encontré un entorno de paz y frescor, resguardado por árboles recios de troncos gruesos y copas frondosas. Lo habitaban mirlos primavera, gorriones comunes, ardillas listadas, palomas, bolseros norteños y un pájaro gato gris, muy feliz en su canto.
Recorrí con calma los senderos, perdiéndome por momentos, pero confiando en mi instinto. Mi premio fue atisbar, en una enramada, una bellísima ave rojo coral, de penacho elegante: ¡un cardenal! La vivacidad de su plumaje me recordó la vitalidad de los colores y sabores que bendecirán mi mesa en los próximos días, gracias a la tierra y a los agricultores de la Feria Verde de Brooklyn.