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daniel campos
Photo by: jcsogo ©

La fe de la oruga

Caminábamos por un sendero de montaña rumbo a la catarata del río Tarcolitos. Bordeábamos la empinada ladera de un cerro boscoso para entrar al cañón del río. El bosque tropical lluvioso se erguía a ambos lados del sendero, ladera arriba y ladera abajo. Entre el tupido follaje, la luz de la mañana se filtraba en sutiles claroscuros.

Nos topamos de frente, en medio sendero, con una oruga que parecía flotar en el aire. Su cabeza, tórax y abdomen eran negros, pero su pelusa blanca resplandecía a contraluz, como una divinidad albinegra.

La observamos sorprendidos. Parecía levitar, aunque supusimos que pendía de un hilo tan fino que era invisible a nuestros ojos.

Nos acercamos y constatamos que así era: desde la copa de un árbol en el dosel del bosque había tendido su hilo finísimo para bajar al sotobosque.

Ju, la niña de nuestro grupo, naturalmente quiso sentir el hilo y al tocarlo, se reventó. La oruga cayó al suelo húmedo del sendero. Su mamá, Gleice, bromeó:

—Pobrecita. Todo iba bien con la oruguita hasta que llegó una mocosa a reventarle el hilo.

Continuamos nuestro camino, pero me quedé pensativo. Ju también.

Conforme avanzábamos en el sendero, internándonos en la montaña, nos topamos con muchas orugas más que pendían del hilo invisible que tendían desde el dosel.

A menudo eran hilos de más de veinte metros de largo y tan finos que apenas se atisbaban a contraluz. ¿Cuántas veces cabe una oruga de cinco centímetros en un vacío de veinte metros, en línea recta? ¡Cuatrocientas!

Tuvimos cuidado de no reventar ningún otro hilo, sobre todo la garota sensible que empezó a contar cuántas orugas nos encontrábamos.

Poco a poco me quedé atrás del grupo, observando detalles, escuchando cantos y sintiendo la vida del bosque.

Entonces me topé con una oruguita danzando en el aire. Pero ésta, en vez de descender al sotobosque, subía a lo largo de su propio hilo hacia el dosel. Lo usaba para regresar a casa.

Entendí la fragilidad y el coraje del quehacer de la oruga. No sé por qué baja del dosel al sotobosque. Pero sé que para regresar a la copa del árbol que la alberga pende de un hilo delgadísimo. Éste es resistente y elástico en la medida justa, dispuesta por Natura Naturans, y la oruga confía en él. Lo tiende y se entrega. Su vida depende de él.

Su fe vital es instintiva, como si su corazón le dijera:

—Vos confiá en mí y lanzate a la Vida, tendiendo tu hilo con amor y fe.

Y ella se lanza. Bienaventurada la oruga. Y dichosos quienes nos la cruzamos en el bosque y aprendemos de ella.


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