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Azucena Mecalco

La falacia de la equidad

CIUDAD DE MÉXICO: «¿Sabes qué creo? Al estarlo denunciando hemos provocado que se destape lo peor de la población, esas personas que se ocultaban bajo el “no pasa nada”. Ahora es una lucha muy violenta en la que todos los días se reciben amenazas e insultos…» fue el comentario de un amigo cercano, Jorge Alonso Espíritu, mientras charlábamos de un tema que precisamente por la frecuencia con la que ocurre ha sido aceptado como normal: el acoso sexual en México.

Desde hace bastante tiempo Jorge y yo tenemos serias discusiones y muy marcadas diferencias de opinión en cuanto al feminismo se refiere. Mi postura continúa inamovible. El feminismo no tiene razón de ser para mí, pues considero que cualquier tendencia que haga mención a la diferencia de género es inaceptable. Sin embargo en días recientes los argumentos de mi amigo a favor de esta corriente de pensamiento se vuelven más vigentes que nunca; no sólo por el hecho de que en los periódicos y las redes sociales nos veamos saturados con denuncias de casos de acoso sexual o feminicidios; sino porque precisamente estos días fui víctima en más de una ocasión de agresiones físicas por una sencilla razón: usar falda en el transporte público.

Es sabido que al subir al metro es imposible evitar el contacto, la ciudad está atestada en horas pico, así que cuando sentí que alguien me tocaba simplemente me moví. Por fortuna había asientos suficientes para cambiar de sitio. Fue entonces que me di cuenta que el sujeto que me había tocado, supuestamente por accidente, se sentaba junto a mí; y no conforme con observarme descaradamente, sacaba su celular y ponía un video porno alternando su lasciva mirada entre la pantalla del celular y yo. Me sentí realmente impotente, mucho más después de que sólo un par de días antes un sujeto saliera corriendo justo después de manosearme al bajar del metro.

La situación no termino ahí, el tipo se bajó en la misma estación que yo, y me siguió todo el transborde pese a mis múltiples evasivas y mis desvíos para evitarlo. En algún punto mi impotencia se transformó en ira, estaba realmente dispuesta a apuñalarlo con mi pluma en cuanto volviera a acercarse, antes de que ocurriera salí corriendo y me subí al primer vagón que encontré. Sé de sobra que es posible denunciar en el metro este tipo de situaciones, mas no resulta tan simple como suena. Es casi imposible que la denuncia proceda por la misma sencilla razón por la que uno sufre el acoso: usar falda. Si a uno se le ocurre llevar falda, vestido, short o pantalón ajustado inmediatamente asume la responsabilidad y casi la obligación de recibir insultos y toqueteos, por lo menos eso es lo que se ha creído hasta ahora.

Lo más dramático, desagradable e irracional es que las mismas mujeres utilicen frases como “ella se lo ganó” o “pues mira cómo va vestida, y así no quiere que le digan nada”. Vivimos en una sociedad en extremo machista. Me siento insultada y violentada; y me enoja más pensar que estas situaciones ocurren sólo por el hecho de haber nacido con una vagina y no con un pene. ¿No sirven los dos para orinar?, ¿no sirven los dos para procrear? ¿Por qué debo soportar insultos o modificar mi forma de vestir para poder pasar tranquila por la calle?

No se trata de que las mujeres debamos cubrirnos para evitar los insultos, tampoco es cuestión de no salir o vivir atemorizadas, es momento de que se entienda, y me refiero tanto a hombres como a mujeres, que todos tenemos derecho de vestir, pasear y actuar como nos venga en gana en tanto no violentemos a los demás. No existe justificación alguna para el trato animal que sufrimos las mujeres. Yo nunca he manoseado a un hombre, jamás le he dicho un piropo o le he propuesto mantener relaciones sexuales simplemente porque me sonría o porque sea atractivo, mejor aún A MÍ TAMBIÉN ME GUSTAN LAS MUJERES pero jamás he violentado a alguna por su comportamiento o por la ropa que lleva.

Olvidamos, siempre olvidamos, que antes de ser hombres o mujeres somos sólo personas y que como tal merecemos respeto y debemos también otorgarlo. «Hombre» o «mujer» son simples constructos sociales, y en tanto no entendamos eso continuaremos siendo una raza de neandertales, escudados bajo el bonito discurso del raciocinio, que se lee muy bello en los libros y se aplica de lo mejor en el salón de clase pero que se termina cuando salimos a la calle y ejercemos cualquier tipo de violencia en contra el otro.


Photo Credits: Venturist

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