Hay guerras a las que se va con entusiasmo. La alegría hace de la despedida en los andenes, que llevarán a los soldados al infierno, una celebración con cantos y trompetas. Las jovencitas despiden a sus héroes con el corazón en pugna entre la admiración y el despecho. Los combatientes han pasado de estar en sus oficios pocos días antes a embarcar en los vagones que los trasladarán al frente de batalla. Ha llegado el momento de defender la patria. La antesala al infierno es una fiesta.
El escritor Jean Echenoz (Orange) ha escrito una miniatura de la Gran Guerra. Detalle, destreza, minuciosidad. Como si se tratara del arte de hacer embarcaciones dentro de botellas. En 14 (Anagrama, 2013) está contenida en tan solo cien páginas, la mecánica del conflicto bélico que estremecería al mundo desde 1914 a 1918. La Primera Guerra Mundial desplegada en el ánimo de unos pocos personajes cuyas vidas dan un giro radical hasta retorcerlas como el hierro caliente luego de los bombardeos.
Con pocos trazos, Echenoz logra recrear con elegancia y sobriedad la atmósfera prebélica y el fragor de la batalla. Los pueblos se vacían de hombres en pocos días. Blanche, la hija única de un matrimonio acomodado, dueño de una fábrica importante, camina por las calles y solo ve chiquillos y ancianos. Anthime y Charles, jóvenes de 23 y 27 años respectivamente, ven ella a su chica, ambos les escriben cartas desde el Este, donde el frente de batalla se ha desatado. Blanche es la novia de Charles, aunque la mirada que le dirige a Anthime cuando se despide de su amante es suspicaz. Las guerras convierten las naciones en sociedades de viudas y huérfanos. Aunque hay guerras que deban librarse.
Lo que comienza con embriaguez y derroche, va dando paso a la precariedad y escasez. Estos jóvenes bien acicalados se ensuciarán, y de la suciedad y el hambre, la enfermedad y la muerte. Cinco amigos dejan atrás el pueblo de Vendée: Anthime, Charles, Padioleau, Bossis y Arcenel. No sabemos si regresarán y, si lo hacen, en cuáles condiciones. Si bien en el trayecto en vagón hacia el Este, las provisiones aún rindieron para un par de noches de copas, una vez en las Ardenas, la comida y la bebida ya no son tan fáciles de conseguir y, en los pueblos que van atravesando, los precios comienzan a elevarse, cuando están poblados y no abandonados. Los engranajes de la guerra ya han echado a andar, de ahí en adelante, lo que creían que duraría un par de semanas sin que sus vidas peligraran (por recomendación del capitán la mejor defensa a las balas era la higiene personal), duró cuatro malditos años en medio de la muerte, la sangre y una inmundicia que se convirtió en la norma.
El estilo de Echenoz entreteje el presente y devenir de los personajes con el de las cosas, a saber, en tan pocas páginas los utensilios y materiales que se llevan a la guerra, constituyen un catálogo de instrumentos a cada cual vital o mortal. El repaso de lo que llevan las impedimentas de los soldados, las armas, las municiones, las palas y los picos, el fuselaje de los primeros aviones utilizados para el combate, el diseño de cabinas, armas de repetición, etc. termina por vincularse esencialmente a la suerte de los jóvenes que hace poco salieron de casa temulentos y ahora arrastran los pies en botas godillots, que llevan el nombre del diseñador que descubrió las diferencias entre el pie izquierdo y el derecho. Esos detalles trascienden al mero dato y van conformando una puesta en escena general que en la totalidad de la suma recrea un momento, agosto de 1914, cuando las cosas estaban dispuestas para que los hombres se aniquilaran unos a otros. Y los cadáveres se sumaran a ser también cosas.
A los personajes, como al lector, la guerra se les viene encima. Se escuchan los cañones a lo lejos. Hay algo de incredibilidad en lo que está sucediendo. No siempre se puede estar en sintonía con la realidad. Y es valiente reconocer lo que no puede transformarse. Ahí radica algo de dignidad, cuando el hombre reconoce su mortalidad y finitud. El miedo solo lo siente quien cae en cuenta de la fragilidad de su vida. Hay algo de alivio en verlo. Como si la ira fuese espantada. Y entonces la vida es sentida en su inconmensurable magnitud. Los cuerpos caen por doquier, las balas llueven, la sangre se derrama sobre el cuerpo y la tierra, gritos ensordecedores, vómito, mierda, llanto, dolor. La guerra no es guerra si no es a muerte. Echenoz titula esta miniatura de la grandeza y miseria de lo humano con un número, 14, como si no hubiesen palabras, y encierra cuatro años de delirio en unos pocos personajes; al término de estos báratros no hay música, ni admiración ni cantos. El entusiasmo le da paso al duelo.