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Harrys Salswach
Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento

La experiencia de leer: Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento

Podría decirse que es una razón y nueve variaciones. De Parménides a Wittgenstein el pensamiento no ha ido más allá de sí mismo. Esta paradoja que limita lo infinito es el núcleo que George Steiner expande en este opúsculo para delimitar el alcance de lo que nos hace exclusivamente humanos.

En Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento (Siruela, FCE, 2007) quien quizás sea el ensayista vivo más brillante de Occidente, da cuenta de una ineludible sombra que cae sobre la capacidad de conocer y tiñe el pensamiento desde su origen remoto. Sin embargo, por más pesimista que se sientan estas páginas no dejan de ser un ejercicio de reflexión, erudición, sabiduría y lúcida humildad que arroja luz sobre aquella penumbra. La tristeza da paso a una dulce melancolía. En el pensamiento, aquel que interroga sobre el ser, la mortalidad y lo divino, aparece la dignidad de lo humano. Este libro —todo gran libro— en ese sentido, es un gesto de dignidad. Ahí radica que la tristeza sea una alfaguara inagotable de creatividad.

La imposibilidad de agotar el mundo, la improbable aparición de la originalidad, la devastadora evidencia de su futilidad, la irresoluble tensión de no poder ser objeto de estudio, la invencible impenetrabilidad, el derroche insondable: «(…) es el más íntimo de los actos, pero también el más común, manido y repetitivo»; hacen que el pensamiento sea más una condena que una bendición. No sin ironía Steiner señala que quizás por ello los primates no han dado ese paso. Pero se advierte entrelíneas que la tristeza que empaña estas contrariedades es a su vez lo que impulsa al hombre una y otra vez a crear. Sí, es asombroso preguntar por la existencia; es vertiginoso y embriagador; nos humaniza y por instantes participamos de la inexplicable sabiduría (sophon) del universo. Es saberse vivo.

Las investigaciones sobre la condición «física» del pensar, los estudios neurológicos que arrojan datos, rasgos sobre impulsos eléctricos cerebrales, no concluyen definitoriamente la naturaleza de tal acción.El pensamiento no puede escapar de sí mismo aunque pueda pensarseque hay algo fuera de él.El incesante flujo desordenado e incontenible puede conducir a intentar domesticarlo, racionarlo, censurarlo o anularlo. Las prácticas de meditación orientales y místicas apuntan a la nulidad como experiencia cercana a lo divino, a la tranquilidad, a la «paz interior». Occidente no ceja en el empeño: hay necesidad de no pensar. ¿No es esto acaso lo que intentan llevar a cabo —no sin cierto éxito— los regímenes totalitarios y las sociedades que los aclaman para luego padecerlos? ¿No es esto en todo caso lo que atrae tanto de las ideologías? Una Verdad «revelada» que exime del esfuerzo enorme de articular el flujo de pensamientos, de concentrar y ralentizar, sopesar y reflexionar, contemplar y admirar, reconocer belleza y un orden que trasciende a las acciones, en fin, de nuevo, la dignitasde los hombres: «Distingue lo que hay de señaladamente humano en el animal humano», apunta Steiner.

Si hay certezas fuera del pensamiento, son incognoscibles. Las ideologías son el intento de desmentirlo infructuosamente: «En el corazón mismo de la tiranía existen esfuerzos por racionar el pensamiento, por constreñirlo a lo permitido; existen canales restringidos.» Es en la misma pobreza del lenguaje, en su precariedad y escasez, en su automatismo, donde trabajan las dictaduras para deteriorar y arruinar a los hombres;es caer en una trampa considerar el lenguaje una cárcel del pensamiento, al menos tras sus barrotes puede sospecharse su tautología; porque para llegar a reconocer la imposibilidad del pensamiento y señalarlo, el recorrido es extraordinariamente vivificador; durante el camino se han dado las obras cumbres de su «incompletitud», así que la tristeza de la que echa mano Steiner y que recoge de Schelling, es la pesadumbre o el sinsabor del sabio. El pensamiento creativo es lo que más temen los regímenes totalitarios. Por eso no soportan el arte. Y aborrecen la libertad.Para aquellos que solo pueden intuir que hay algo como la sabiduría, y que solo puede tantearse en unos pocos, la tristeza radica en no poder adentrarse en un gran libro, esos que interrogan sobre el ser, la mortalidad y lo divino acompañado de una taza de café humeante.

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