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La estafa imperfecta

Era una mañana cualquiera, como todas las demás, sin nada especial en el horizonte. Como marcaba la rutina diaria, ella salía a pasear a su perro con calma, dejando que oliese cada árbol e intentando que no se comiera cualquier trozo de comida que algunos -varios, muchos, es más, demasiados- seres incívicos tiran al suelo viviendo en una ciudad en la que hay una papelera cada dos farolas. En el camino de vuelta a casa se toparon con un semáforo en rojo, así que pararon en el paso de cebra. Fue entonces cuando los abordó aquella señora.

Tendría alrededor de unos ochenta años o setenta y pico (tirando por lo bajo), y no debía llegar al metro y medio de altura (a su lado no parecía alcanzar ni la altura de su cintura). Vestida de azul, con unas grandes gafas de sol que tapaban la mitad de su cara y arrastrando un carrito de la compra se acercó a ella y a su perro tras gritar “perdona”. Enseguida captó la atención de ambos y ella le preguntó en qué podía ayudarla. Lo primero que le vino a la mente fue que la señora le preguntaría por alguna dirección o lugar específico del barrio, pero la mujer empezó a hablarle de que pertenecía a la Asociación Protectora de Animales -así como si solo existiera una, hecho en el que (ella) no cayó hasta un rato después- y que quería preguntarle si dejaba a su perro atado fuera de las tiendas cuando entraba a comprar, a lo que ella respondió rápidamente que no.

A pesar de la negativa de la joven, la mujer siguió insistiendo en el tema e intentando captar su atención de una forma algo extraña. En ese momento, mientras ella escuchaba la historia de cómo a los perros pequeños que se dejan atados fuera de tiendas los roban para venderlos y a los grandes para pelear, algo llamó la atención de su perro por detrás. Entonces ella giró ligeramente la mirada y vio a otra mujer, más o menos de la misma edad y porte que la otra, acariciar al perro tomándose la libertad de no respetar ninguna clase de espacio vital y acercándose sospechosamente a su bolso.

Entre tanta historia al semáforo le había dado tiempo de cambiar a verde y volver al rojo, pero poco después de notar a la segunda mujer volvió a abrirse el paso a los peatones así que dio las gracias rápidamente por el consejo y cruzó la calle. Después de haberse alejado lo suficiente de aquellas mujeres, para no ofenderlas en caso de no estar en lo cierto, abrió su bolso para comprobar que no faltase nada. Todo estaba allí, aunque lo cierto es que dentro del bolso no había nada que pudiera resultar goloso ante los ojos de un ladrón.

A pesar de tener todas sus pertenencias no pudo evitar pasar el resto del camino a casa pensando en la posibilidad de que aquellas dos señoras mayores pudieran pertenecer a una banda de carteristas de la tercera edad. Prejuicios o no a un lado, le pareció que –en su caso- captar su atención a través del perro habría sido la manera perfecta de estafarla, si no fuera porque su fiel amigo delató las presuntas intenciones de aquellas mujeres.


Photo Credits: Timmy_L

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