Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: Francisco Barberis ©

La espina

Antes de salir de Venezuela, ya había cosas con las que no estaba cómoda ni de acuerdo, como por ejemplo la idea de que todos tenemos que casarnos por la Iglesia Católica y tener hijos. Sin embargo, creía que con el tiempo sería algo que me iría molestando cada vez menos y que la incomodidad no pasaría a mayores. Alejarme del sitio parecía ser una manera de aplicar eso de que quizás desde la distancia, esto me moleste menos.

En mi cabeza, era más lógico que el llegar al nuevo sitio me hiciese cuestionar más ese lugar que el de donde vengo, que esas pequeñas incomodidades se fuesen diluyendo con el tiempo.

Según esta fantasía, yo tenía bien estudiada y entendida Venezuela, y por tanto no me generaría un gran malestar. Como era un concepto que tenía tan digerido y que no me era difícil, poco sentido tenía que pudiese tener un conflicto con él.

No sé si sobre decir que esta idea estaba lejos de ser real, pero tardaría un buen tiempo en darme cuenta. El primer año que estuve en España me concentré en sobrevivir. No tenía el espacio mental para cuestionarme cosas que me pudiesen sacudir los cimientos de una manera violenta. Sólo quería hallar una forma de comenzar a sentir este nuevo lugar como mío.

Esto fue algo que no pude apresurar. Tuve que vivir el proceso de adaptación tal como me tocaba. No había atajos. Construir un grupo social sin referencias previas como el colegio, entender la forma de buscar trabajo, expresar mis habilidades para poder encontrar un trabajo, sumergirme de a poco en la cultura local… Todas estas son cosas que sucedieron paulatinamente. Mientras pensaba en el aquí que me rodeaba, me desconecté de los conflictos internos que el allá me causaban.

A medida que iba encontrando mi lugar aquí, más espacio tenía en mi mente para comenzar a reconectar con aquellas incomodidades que el allá históricamente me había generado. Frases sueltas de conversaciones con mi mamá, tweets, posts y comentarios de Instagram, noticias, conclusiones a las que llegaba con S. en nuestro diálogo permanente, entre otras cosas; se iban sumando a esas incomodidades que pensaba que se diluirían. Cuando finalmente tuve el espacio mental para hacer inventario de ellas, me encontré con algo más grande.

Las expectativas de lo socialmente esperado se unieron con el fuerte machismo interiorizado, que a su vez se unía con pensamiento retrógrado, homofobia, transfobia, etnocentrismo, chauvinismo… Había dejado de ser un simple par de cositas que no me gustaban mucho y se convirtió en una enorme pelota de incomodidades enmarañadas, tanto que ya no sabía dónde terminaba una y comenzaba la siguiente. Ahora tenía una bola de conflictos que denomino la espina.

Cuando creo que tengo la espina en un lugar donde no molesta tanto, surge algo casual que hace darme cuenta de que sigue estando tan o más clavada que antes.

¿Tu esposo te dio permiso para hacerte ese tatuaje? Prefiero un hijo drogadicto que marico. Al hombre hay que atenderlo. Una mujer sin hijos está incompleta. Los maricos fuera de la tele. Como Venezuela no hay. Feminazi.

La espina se anida más en el sitio y ocupa un espacio que comienza a doler. Llego a la conclusión de que lo que en algún momento quería creer que era sólo una incomodidad, un mal menor, siempre ha sido una espina. Simplemente antes era menos incómoda e indolora. Migrar no hizo más que abrir una herida para que ella estuviese más a gusto.

Muchas veces he leído que el primer paso para comenzar a trabajar algo es nombrarlo. El problema está en que ahora no sé cómo dar los siguientes.


Photo by: Francisco Barberis ©

Hey you,
¿nos brindas un café?