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Jacobo Villalobos
viceversa mag

La enfermedad del olvido

Tetas grandes. Tetas blanquitas. Tetas de pezones nacarados. Tetas como dos gotas de agua. Tetas que abren el aire cuando pasan. Tetas de bruja. Tetas en Asia, de europeas y latinas. Tetas que no existen. Tetas que se confunden con frutas. Tetas de enfermeras. Tetas sostenidas, apretadas y mordidas. Tetas maltratadas. Montilla solo piensa en tetas, porque es un pornista y un perverso.

Montilla también es el protagonista de la última novela de Ednodio Quintero, “El amor es más frío que la muerte” (Candaya, 2017), una historia contada en episodios inconexos que van desde la narración romántica al relato de un fracaso total. Una novela que podría ser considerada un engaño: podría ser vista como un libro de cuentos cuyo único hilo conductor es un hombre patético y enfermo. Pero concluir cualquiera de las dos cosas –que se trata de un libro de cuentos y que Montilla es simplemente un hombre pervertido- sería un error. O una simplificación excesiva.

El amor es más frío que la muerte inicia con Montilla huyendo de un país de sombras, devastado por una enfermedad de la que no nos dicen nada, pero cuyos resultados se asemejan a un escenario posapocalíptico: una exnación llena de espectros. Montilla huye, entonces, de aquello y termina por llegar a una montaña donde se siente a salvo. Pero las referencias continuas a las sombras y la opacidad nos hacen pensar que no es así.

A partir de ese punto, se desatan una serie de episodios en los que Montilla rememora parte de su vida, o, mejor dicho: rememora toda su vida por partes. O pequeñas partes de toda su vida. Y entonces, si somos atentos y recordamos junto con el narrador, la apariencia de archipiélago de la novela se desvanece y abre paso a una isla cubierta por la niebla. Nos damos cuenta de que esos que al principio, desde la distancia, lucían como episodios aislados son realmente la propuesta central del autor y el núcleo duro de la novela.

Ednodio Quintero narra la historia de un hombre en busca de su identidad mediante la reconstrucción de su relato vital. Un hombre que se enfrenta al olvido, en la forma de diversas sombras que se le cruzan por el camino, al autoengaño y a la opacidad. Una lobreguez que vive en sí mismo y que mezcla lo onírico con las afirmaciones de vida: “Yo viví eso, estoy seguro. Y si recuerdo vivirlo es porque yo sigo siendo yo, es decir: Montilla”. Eso es lo que el narrador pareciera repetirse a lo largo de novela, aunque su alter-ego se empeña en desmentirlo y confrontarlo: “Pero, Montilla, eso es imposible”.

El drama que se nos narra es el de la memoria inmersa en una lucha por el reconocimiento propio. Un combate que se da entre los recuerdos y la oscuridad que se cierne sobre el narrador a modo de niebla unamuniana y que impide que Montilla pueda estar seguro de que sus recuerdos son suyos, o siquiera de que en verdad sean recuerdos. Montilla duda de todo pero igual se esfuerza por aprehender algo que sea cierto.

Quizá uno podría aventurar la idea de que Montilla huyó de una ciudad acosada por una enfermedad que lleva al desconocimiento. Podría ser metáfora de un sistema político atroz, totalitario, que funge como virus. O, tal vez, el propio desconocimiento, que vuelve a los ciudadanos sombras errantes, sea la enfermedad, de la cual el narrador se empeña en huir: un salto hacia atrás para no olvidar quién es; para recordar todas las tetas que marcaron su vida y así tener presentes los momentos de placer en los que se sintió auténticamente vivo.

Se trata de una novela que sabe densa, polifónica, que hace sentir que uno pasara una vida entera con ella, pero solo porque pareciera que uno acompañara a Montilla por (sus) años. El agregado es que, detrás de todo eso, el verdadero narrador, Ednodio Quintero, está haciendo más preguntas que dando respuestas, como el tábano que azuza al caballo o como el marinero que, cubierto con una manta para que no lo reconozcan, cuestiona: “¿Estás seguro de que nos dirigimos a un archipiélago? La niebla podría cubrir el cuerpo de la isla y si te confundes podrías terminar destrozando tu nave contra las rocas”.


Photo Credits: Laurie Avocado ©

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