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Victoria Arroyave

A la derecha de la plaza

Si

Si te murieras tú
y se murieran ellos
y me muriera yo
y el perro
qué limpieza.

Idea Vilariño

Camina mientras se toma el tintico de $400 que le compró a don Alberto y aprecia la arquitectura moderna y triangular de la catedral de la Sagrada Concepción. Mira hacia la parte del cielo a la que apunta el dedo del monumento que está a un costado de la plaza, y por distraído choca con uno de los niños que corren jugando a la lleva. El lugar está lleno de gente vestida de blanco. Celebran la firma del acuerdo de paz que busca acabar con la guerra más larga de Latinoamérica[1], a su izquierda algunas personas posan para una foto con la bandera tricolor pintada en sus mejillas y a su derecha don Isidro le lustra los zapatos a don Cristóbal, quien está leyendo el periódico del día en el que aparece el titular «¡Se cumplen 114 años de la masacre…» y arriba algo de la fecha: «septiembre de 2016».

Sepa que si anda por ahí, a eso del medio día, es normal que, al caminar, pueda empezar a sentirse un poco apretado. De repente podría chocar con una de las 3000 personas que se reunieron en abril de 1904, ansiosas, atraídas secretamente por la maldad y el deleite perverso hacia la fechoría, listas para ver el espectáculo del medio día, todas pendientes del patíbulo[2], todas en silencio. El escenario se instaló así: en medio de la plaza un hombre sentado en una pequeña silla de madera con los ojos vendados y otro apuntándole con un fusil. Tenga cuidado, no se ponga tan cerca, no vaya a ser que usted pase por ahí justo segundos después del disparo y las salpicaduras de sangre lleguen a alcanzarle. El evento que está a punto de presenciar se repite todos los días desde hace 114 años en la Plaza de Bolívar de Armenia, Colombia. Es el único de este tipo en la historia del municipio. Pero no se preocupe, estamos en el 2016 y seguro que donde antes hubo patíbulo hay ahora una tarima, y donde hubo silla fusil y venda haya ahora guitarras, micrófonos y cables. Ni el recuerdo de la muerte queda.

¿Sabe por qué le mataron? El 10 de abril de 1902 a las 3 y 15 de la mañana el Coronel guerrillero Miguel Antonio Echavarría irrumpió en Armenia, no dudó en desenvainar su machete y cortó todo a su paso, arrancó lo que él consideraba maleza, brazos, piernas y cabezas de políticos conservadores y de sus familias. Salpicó con sangre goda[3] las paredes de las elegantes casonas. No tuvo piedad incluso por aquellos quienes, en su desespero, negaron sus principios y se autodenominaron liberales, no sintió piedad por las mujeres y niños que veían los dedos de sus padres caer, luego sus brazos, su cabeza y veían manar toda esa sangre. Manuel Vallejo, Juan Jurado, don Eliseo Hincapié, don Emilio Toro, sus hijos, sus familias. Todos masacrados brutalmente por Echavarría y sus 60 compañeros guerrilleros: asesinos, decían los juicios; agentes del bien limpiando la tierra, decían otros.


El primer machetazo desperdigó esquirlas filudas de cráneo, salpicó con el fluido carmesí las paredes de cal y desorbitó los ojos de Manuel que esperaba su muerte de rodillas y con los brazos cruzados, esos que terminaron tirados en el piso, separados de las otras partes de su cuerpo.

Según un pequeño relato titulado El fusilamiento que escribió Alfonso Valencia Zapata, la primera casa a la que el coronel entró fue la de Laureano Barrera, un político conservador muy conocido en la aldea, y allí encontró a su yerno Manuel, a quién pidió que se identificara:

– Manuel Barrera, muy liberal, contestó Manuel Vallejo pensando que quizá el apellido de su suegro sonaba menos godo que el suyo.

A Echavarría el dato le confirmó que había entrado en la casa correcta, que su lista de apellidos estaba bien, que estaba en una madriguera llena de godos y funcionarios públicos, así que no le creyó una palabra e intentó pegarle un machetazo en la cabeza. Manuel corrió junto con su hermana Rosa escaleras arriba y juntos se encerraron en una de las habitaciones. El coronel destruyó la puerta a culatazos, desenvainó su espada y de Manuel y Rosa sólo quedaron charcos de sangre y cuerpos despedazados.


En 1904 en Armenia, Miguel Antonio Echavarría realizó la masacre de los conservadores. En Colombia se evidenció el posconflicto de la Guerra de los mil días mientras Marceliano Vélez y Pedro Nel Ospina encabezaron en Medellín un movimiento político para reconstituir el Partido Nacional y La Regeneración y el país se enfrentaba a una de las recesiones económicas más penosas de su historia. En Latinoamérica, Chile y Bolivia firmaron un tratado de paz y amistad que delimitó sus fronteras y en Uruguay estalló una corta guerra civil. En Panamá, Estados Unidos empezó a construir el canal. En Nueva York se inauguró el metro. En Europa, Gran Bretaña y Francia firmaron la Entente Cordiale. En 1904 inició una guerra entre Rusia y Japón.


Al parecer Echavarría no siempre fue un tipo tan retorcido y sanguinario. Al parecer vivió desilusionado de sus viejas opiniones. Según lo que contó Antonio Gómez, un coronel del insurrecto Ejército Liberal que estuvo detenido un tiempo con él en Cartago y escribió una especie de biografía, Miguel Antonio no era un hombre ilustrado y leía torpemente. Era conocido por comedido, por diligente y era mimado por la sociedad central de Buga, una partida de conservadores que le regalaban ropa y comida.

«En general tenía un buen corazón, era noble y valiente hasta el cansancio», dijo Gómez en su escrito. Echavarría se había hecho liberal cansado del poder mal repartido: «don Antonio, yo tenía un corazón generoso, tierno y compasivo hasta que mis gratuitos enemigos me lo hicieron formar en malo, o más claro, cuando vi que a la sombra de una bandera, aquellos a quienes yo no les había hecho mal, me arruinaron”. La naturaleza parece haberse construido de antipatías, decía William Hazlit, sin nada que odiar, perderíamos toda gana de pensar y actuar.

El coronel conoció quizás el olor de las flores antes que el de la sangre, quizás caminó muchas veces entre cafetales, quizás lo único que le molestaba era que al salir en medias al pasto, el rocío matutino humedeciera sus pies, quizás cortó la maleza de las plantas: Desenvainó. Las flores resaltaron más porque de la maleza sólo quedaron pedazos tirados.


De la Guerra de los mil días – esa que ganaron los Conservadores, que sumió el país en una de las más grandes crisis económicas de su historia, que terminó con el Partido Nacional, dio inicio a la Guerra Bipartidista de Colombia y fue la cereza del pastel en la consolidación de la separación de Panamá – sólo quedaban migajas decisivas para determinar quién tenía el control. El coronel Echavarría tenía orden de tomarse Armenia porque los liberales se estaban quedando sin tiempo. Había que reconquistar la región. Hacía 20 años que Armenia, por entonces una aldea, estaba a merced de los conservadores y la situación tenía que cambiar.

En la madrugada del 10 de abril, después de desenvainar una y otra vez la noche anterior, después de salpicar de sangre goda la aldea, Echavarría y su gente partió con dirección a Calarcá en busca de refugio. No contaba con que su colon irritable cediera ante los nervios, ante la euforia. Tuvo que parar y esconderse en los montes cercanos: un mal de estómago lo doblegó y el rumor llegó rápido a Armenia.

La orden era traer a Echavarría vivo y muchos murieron en la encomienda. Los fusiles de los conservadores les ganaron a los machetes de los chusmeros y después de un sangriento encontrón que duró hasta el mediodía, agarraron al coronel.

En aquel lugar hoy cientos de personas llegan y se van, cientos de personas esperan sentadas a que llegue su avión, cientos de personas van de afán, de paso. Echavarría esperó su condena. Lo expusieron como un trofeo durante horas en el terreno en el cual hoy está el aeropuerto el Edén. Le escupieron. Le pegaron. Le torturaron.

Después de horas de humillación y de espera, el Coronel fue llevado a Caicedonia – donde conoció a Antonio Gómez – y fue sentenciado a muerte por fusilamiento[4].


Al coronel se le dispuso una pequeña habitación con catre y mesa de noche en una de las capillas de Armenia. Buscaban que expiara sus pecados y se confesara. Durante tres días, según Luis Vera, su guardián, estuvo meditando, besó un crucifijo y durmió intermitentemente. «Sé que voy a morir porque me he arrepentido y confesado; en cambio ustedes no saben en qué condiciones los va a sorprender la muerte», decía.

La mañana del día de su muerte vistió una túnica negra, escuchó con devoción una misa y fue trasladado a la Plaza de Bolívar. Las 3000 personas que lo esperaban ya estaban acomodadas. En el fondo se escuchaba la marcha fúnebre y con ese ritmo caminó en medio de la multitud. Llegó al banquillo levantado sobre el lado derecho de la plaza, donde hoy don Isidro le lustra los zapatos a don Cristóbal, en la misma plaza donde en septiembre se celebró el fin de un conflicto de 50 años que detonó esa guerra entre conservadores y liberales que dio comienzo a las masacres, los fusilamientos, la sed de poder, la violencia[5]. En la misma plaza que hoy es punto de encuentro para las marchas de los que apoyaban el SÍ en la implementación de una paz estable y duradera[6].

En un libro de Jorge Hernando Delgado, titulado Asalto en Armenia y fusilamiento del Coronel Echavarría, se menciona que Miguel Antonio no quería que lo vendaran – como indicaba la normativa de los fusilamientos- sino que quería ver a los verdugos a los ojos, quería ver a sus jueces, al pueblo que lo condenaba. Contra su voluntad, sus ojos fueron cubiertos y entre sátiras condenó esta sentencia como un acto de cobardía.

«Pido perdón a los que haya ofendido y perdono de corazón a los que me ofendieron. Mi cuerpo muere hoy pero mis sueños serán realizados por mis compañeros de lucha tarde o temprano. Hoy el pueblo por el que estuve dispuesto a morir y matar, me condena. Adiós, queridos hermanos. Me voy para la eternidad».

Sonó una descarga de tiros y su cabeza perdió firmeza. Se escucharon llantos y aplausos y la plaza se fue desocupando, en silencio.


[1] El Conflicto interno armado de Colombia ha sido el más largo registrado en el hemisferio occidental, la historia del país ha sido marcada por una guerra bipartidista entre Liberales y Conservadores que tuvo sus inicios con la Guerra de los mil días (1899- 1902), pasando al período de «La violencia» (1948-1958) y convirtiéndose en el conflicto actual en el que se enfrentan la guerrilla de las FARC y el gobierno.

[2] Tarima de madera en la que se ejecuta la pena de muerte.

[3] Godo es, en la jerga popular, la manera en que se referían a los que pertenecían al bando de los conservadores en el marco de la Guerra Bipartidista de la historia de Colombia.

[4] En Armenia para esa época se habían suspendido los fusilamientos por decreto nacional, la gente de la aldea decidió que no hacer caso a la ley porque era demasiado nueva e inexacta.

[5] El 16 de septiembre de 2016 se firmó el Acuerdo de Paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC después de cuatro años de diálogos y negociaciones.

[6] El gobierno de Colombia utilizó un plebiscito en el que se sometió a votación popular la siguiente pregunta a la que se debía votar SÍ o NO: ¿Apoya el acuerdo final para la terminación del conflicto y construcción de una paz estable y duradera? Con el 50,21% el ganador fue el NO. El resultado causó conmoción en el país y la comunidad internacional. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, recibió cinco días después el Nobel de Paz.

 Photo Credits: Thomas Leth-Olsen

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