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fabian soberon
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

La cueva de Eurípides

Eurípides se cruza en la calle con Sócrates y dialogan con frecuencia.

El poeta es alto y barbudo, dueño de una prosa esmerada y melancólica. El filósofo usa sandalias y en ocasiones camina descalzo. Eurípides encuentra en el viejo un confidente. Una tarde calurosa, después de haber perdido varios concursos, le dice que está decepcionado de la condición humana. Sócrates le responde que eso le ocurre porque antes había confiado en el hombre.

En esos diálogos desconocidos está el inicio del escepticismo. El poeta Eurípides expone su sensibilidad y cuenta de qué modo se siente vilipendiado por el mundo. La tragedia surge de la alarma frente a la realidad. En cambio, el filósofo parte de la duda y solo se dedica a expandirla como una atmósfera que mejora sus horas.

Después de frecuentarse en las calles desiertas, Eurípides y el filósofo escriben una tragedia a cuatro manos. El texto imposible está plagado por diálogos conciliadores, metáforas celestes, afirmaciones esmeradas. Las reflexiones metafísicas inundan la pieza tardía. La crítica posterior entenderá que es más una autobiografía doble que un texto dramático. Allí está el centro de una etapa del mundo y el pretexto para que Nietzsche odie una parte de la historia occidental.

La tarea conjunta enciende la confianza entre ambos. Eurípides le revela un secreto: Sócrates se entera de que Eurípides tiene una biblioteca privada en una cueva frente al Mediterráneo. Tiempo después, Sócrates lo visita y se queda anonadado frente a la acumulación del saber. Él percibe que la biblioteca es el colmo de la desmesura. Para Sócrates, el conocimiento es una nube que se escapa entre los dedos y no un cumulo cierto de bordes rígidos.

Por una causa ordinaria, se dejan de ver. Eurípides pasa temporadas en la oscura y brillante cueva frente al mar. Se siente un privilegiado. Y esa posición exclusiva lo consuela de la decepción inevitable.

Antes de la muerte, escribe encerrado, rodeado de rollos de papiro frente al agua turquesa como si ese acto lo conectara con una forma del infinito.


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