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La comadre de Bath
Juan Pablo Gómez - ViceVersa Magazine

La comadre de Bath o la exuberante voluntad de vivir

Allí mismo le hice quemar el libro. Desde
aquel momento, por tener yo el dominio del vencedor,
le tuve a mi merced…

Prólogo al cuento de la Comadre de Bath.

De los peregrinos imaginados por Chaucer que van rumbo a Canterbury, pocos tan fascinantes e interesantes como Alicia, la famosa Comadre de Bath. La reunión de peregrinos, que pertenecen a los más variados estamentos y clases sociales, en una posada, sirve de marco para que se conozcan y cada uno cuente un relato. Pero de todas estas historias, el de la Comadre de Bath resulta uno de los más amenos, mejor contados y más difíciles de interpretar. El prólogo al cuento, que es por cierto más extenso que el cuento mismo, no deja de ser interesante, sobre todo por el carácter autobiográfico tan marcado a través del cual la Comadre, con cierta altanería y vivacidad, hace una exhibición personal de su vida marital, rica en experiencias.

Muchas cosas son destacables de su relato autobiográfico, pero quisiera centrarme en la historia de su quinto y último –más reciente- matrimonio. Se trataba de un esposo joven, 20 años más que ella, que era estudioso y se llamaba Jankin. Se fijó en él al día siguiente de la muerte de su cuarto esposo y en pleno cortejo fúnebre apareció a este vecino “de hermosos par de piernas y pies” que se había presentado en la Iglesia a ofrecer los respetos al difunto. La Comadre de Bath, buena hija de Venus y Marte (como confiesa ella misma) sintió una atracción irrefrenable por el joven y logró envolverlo con sus encantos y hacer que en menos de un mes se casara con ella.

El episodio es muy rico en elementos humorísticos y grotescos, pero también revela, con una inusitada sinceridad (a veces muy cruda) los avatares de la intimidad matrimonial de esta pareja. La Comadre de Bath es extraordinariamente locuaz y osada. Su energía sexual y vital no es mayor a su vigor verbal. A través de su intervención, podemos deducir que muchos de sus conocimientos de textos canónicos, sagrados y proverbiales fueron adquiridos gracias a esta relación. Su esposo disfruta leyendo pasajes en los que autores canónicos (como San Pablo, San Jerónimo, Tertuliano o Crísipo) hacen gala de una misoginia exacerbada. Lo curioso y más lamentable es la distancia entre estos autores misóginos y su objeto de estudio. De ello se queja la divertida Comadre. Jankin mismo prefiere leer, creer y disfrutar esos pasajes de los textos, antes que conocer más a su propia mujer. El hecho de que la Comadre, además, escuche atentamente todos los “proverbios” y las “enseñanzas” de los eruditos, los comprenda y los subvierta contradice el contenido de esos mismos textos.

El argumento de la Comadre es tan simple como irrefutable: todos esos autores son hombres. “Por Dios, si las mujeres hubiesen escrito tantas historias como estos estudiosos enclaustrados, habrían relatado más perversión por parte de los hombres que buenos hechos realizados por los hijos de Adán”. Además, cita un episodio de una de las fábulas de Esopo en el que un león, viendo un grabado que le mostraban en el que un hombre mata a un león, pregunta quién fue el pintor. El tono de autoridad, seguridad y altanería con los que se expresa la Comadre, revelan su profunda capacidad de conocer el mundo según sus propias experiencias, cosa que no parecen haber hecho muchos de los autores misóginos que constantemente cita su marido. La gracia, además, está en su capacidad para articular su discurso, argumentar sus opiniones y valerse incluso de citas textuales, releídas o reinterpretadas a su manera.

La extraordinaria complejidad de un personaje así nos revela una marca de su profunda modernidad. Con la aparición de la Comadre Alicia se da uno de los grandes mazazos a la concepción medieval del arte y eso que ahora llamamos literatura. Parece un personaje shakespeariano. Las diversas interpretaciones que han hecho múltiples críticos son una prueba más de esta complejidad, de esta creación inagotable y ambigua. Hay los que encierran a este personaje en el ámbito de lo grotesco, hay quienes lo asumen como antecedente del feminismo, hay quienes ven en ella un símbolo de decadencia y degeneración social y hay quienes la erigen como representante de una vitalidad inquebrantable. Más allá de todo esto, y de las verdaderas motivaciones chaucerianas, no hay duda de que este personaje escapa a los rótulos definitivos y adquiere dimensiones inconmensurables. En una palabra: Chaucer ha creado una personalidad.

No estaría mal que Oprah Winfrey citara a personajes así. Le daría una dimensión más serena y elocuente a las justas reivindicaciones feministas que, por lo demás, no tienen nada de novedosas.

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