Creamos o no en ella, algunos inclusive como si se tratara de una religión, la única o quizá la mejor de todas, es gracias a la ciencia que estamos en donde estemos hoy y que hayamos estado en donde estuvimos ayer, así como que por culpa de una vacuna sobrevivimos al mundo y no, gracias a una infección, morimos de niños. Es casi como sucede con los dioses, pero sin que podamos comprobarlo, porque cada vez que alguien nos bendice en nombre de su dios piensa que en realidad nos vamos consagrados y salvaguardados, sobre todo porque luego, su mismo dios, les da las pruebas de semejante hazaña para poder cerrar el trámite de requerimiento respectivo. Así que, creamos o no en algo, ese algo existe porque otro lo inventa o lo descubre, así ha sido desde siempre y lo será por siempre. Y, en el caso de la ciencia, así no seamos científicos, ni profesemos esa fe, algo de ella nos ha salvado una infinidad de veces, alguno de sus brazos invisibles nos mantiene todavía en el contador positivo de la humanidad. Ya los que regresan de la muerte, también gracias a la ciencia o a pesar de ella, son harina de otro costal, es decir, números de otro cronicuento, uno que sí termine por decir algo y no se quede en la especulación y en la metáfora, o en un punto final que no lo es.
En resumen, como si resumir lo infinito se pudiera, lo que quería decir es que gracias a la ciencia es que estamos en donde estamos hoy y en donde estuvimos ayer, como ya dijimos, pero, y que aquí me perdonen los ortodoxos y los grandes líderes del mundo de la certidumbre, yo creo que es gracias a la poesía, la ciencia de los científicos que perdieron el camino, que mañana estemos donde estaremos. Por eso, y por mil y una razón más, es que cada vez que leo un artículo científico lo compruebo con el primer poema que tenga a la mano. Sobra decir que siempre una de las dos termina teniendo la razón, porque la poesía, aunque no se la de siempre se la da.
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