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Juan Ramón Ortiz Galeano

La chica que leía en Parque Las Heras

la desdicha cae sobre mí como un puente de espejos,
por él desfilan payasos criminales de gestos calcáreos
y jinetes aturdidos con sus gritos y venenos
que inyectan en mis espaldas o tobillos
como ecos de una música burlona

intento gritar “quiero irme con ustedes
no vean lo que hago, soy un hombre prudente
pero mi boca muerde algo
que puede ser una gaviota o un recreo
o esa tarde en el parque
donde aquella chica lucía más hermosa que un aroma
con su blusa naranja y esa bincha y los cabellos
que era todo una música y el cielo,
o puede ser la pasta del veneno que
atravesó ya mi espalda mi corazón negro
y en mi boca hace espuma

o será la tarde en que ella leía tan radiante cual aurora
un libro cuyo título secreto no quise averiguar
y esas manos y sus piernas y las medias claras
o el perfume que entonces tímido sentí
ahora pastoso invade mi boca y quiero encarnar,
o mastico espejos que rompieron los jinetes al pasar
con sus lanzas, marionetas y máscaras,
esquirlas que bajaron de mi pelo a mi lengua
en el traqueteo de la marcha
o será su voz lo que mastico…
la voz de la chica que leía:
tal vez música burlona o quizá música del cielo,
pero sin dudas música posible que no escuché
por las palabras que guardé

(Una tarde siendo adolescente, en el Parque Las Heras de Palermo una chica llamó mi atención, tal vez por su belleza o por el hecho de leer apaciblemente ajena al tumulto que la rodeaba. No me acerqué a hablarle pero disfruté contemplándola, con prudencia. Hace algunos días volvía del cine y pasé por el parque, era muy tarde pero saqué algunas fotos y recordé el episodio, supongo que entonces el poema empezó a darme vueltas; lo escribí unas noches después en mi depto. de La Plata)

 

La Sustraída y el Preguntón

¿A quién debería encontrar yo
en el país del vino? (…)
¿el ingeniero que se perdió en el mar
hace cuarenta máquinas?
Juan Gelman

“El que está seguro de todo,
es lo más parecido que hay a un imbécil”
José Manuel Caballero Bonald

En el País del Vino encontrarás
al Poeta Derrotado (sobrio),
quien iluso y confiado permitió -sin avalar-
el secuestro impetuoso de su Luna.

El Ingeniero no se ha perdido en el mar,
simplemente cambió sus coordenadas
y su identidad para no ser hallado;
es más, dejó sus señas para vos, Gelman,
por si preguntabas.

HABLA EL NARRADOR:

Dylan Thomas extendió su mano
alcanzándole al curioso y joven Gelman
una pequeña tarjeta negra
en cuyos caracteres blancos
-impresos en leche de cabra- podía leerse:

“Yo solía ser El Ingeniero,
mi nuevo nombre es:
Infame Secuestrador de la Luna del Poeta”.

Poema en el Piso 3

Las pavesas amenazaron el piso
que hervía cual volcán,
se agita la pluma del Epígrafo,
iracundo
huracán que se agita o tornado.

Los pensamientos atacan al Epígrafo,
y piensa:
“Paramoja:
Una crema boliviana
para la piel
en un envase
verde inglés”.

Se agita la mesa negra junto a la ventana,
ventana frente a La Estación
rigurosamente peligrosa,
pues débilmente sujeta el iracundo fijado
de sucesos apaciguadores o/e imPoesibles.

Un poema en el Piso 3
es un cuerpo destruido en la vereda,
es el cuerpo pavesa de la vida
y es crema
sobre la calle hirviendo cual volcán,
sobre la calle frente a La Estación
rigurosamente peligrosa.

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