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La casa en la calle Juan Escutia

“Ayuda a tu primo a subir sus maletas” -le ordenó mi tía Toña a mi primo Chuta-. “Y se arreglan para dormir. Mañana el desayuno estará servido a las ocho”. -Que descanses hijo, siéntete como en tu casa, la cama está lista y ¡no se desvelen eh, Chuta! Ya casi es media noche. Mi tía me dio un beso en la mejilla y a paso lento desapareció en la oscuridad del pasillo. He venido a México porque mi tía insiste en que debo hablar con mi tío Chucho. Dicen todos que ya se está muriendo y me quiere ver antes de su partida. Yo no sé, no he visto a mi tío como en catorce años. Ni siquiera hablamos ya el mismo idioma, mi tía me cuenta que se la pasa hablando inglés todo el tiempo, aparte de que es ciego, siempre fue ciego; desde que lo conozco lo es.

Mi primo Chuta ni me miró, solo agarró la maleta más pequeña y subió corriendo las escaleras. Como pude lo alcancé en su cuarto, El cuarto azul, como lo conocen en toda la casa. Cada cuarto tiene nombre, El de Luz, es de mi mamá, y aunque ya no vive ahí se le sigue diciendo El cuarto de Luz; están también El cuarto chico y El cuarto grande. La explicación de los nombres es tan obvia que uno se acostumbra a ver los cuartos y saber por qué se llaman así. Con la misma indiferencia con que me recibió, Chuta se recostó en su cama recargando la espalda desnuda contra la cabecera. Abrió una revista y se clavó en ella a leer. Me di cuenta que no quería conversar, era yo tan solo un niño de diez años la última vez que lo vi, y todavía me sigue tratando como tal. Acomodé mis maletas como pude en un rincón del cuarto. Me senté sobre mi cama, aunque solo era mía durante mi visita, y me quedé contemplando el suelo durante varios minutos. Pensaba solamente en qué le iba a decir a mi tío cuando lo viera. La cama era bastante incómoda, era de mi otro primo, Chaco, quien estaba preso por robo o algo así. Casi no se hablaba de él entre los menores, solo los mayores podían contarte anécdotas, pero en cuanto preguntabas algo más reciente sobre su vida, te cambiaban el tema y te decían que de él no se hablaba. Punto, no podías insistir.

Cuando menos me di cuenta, Chuta apagó las luces sin ni siquiera preguntarme cómo estaba y se acurrucó a dormir. Ah, me valió un bledo, soldadito imbécil, mejor que no me hablara. Me acomodé para buscar sueño. Una débil oscuridad caía sobre el cuarto y aplastaba la silueta dormida del Chuta, lo envolvía. Durante la noche, el azul de las paredes era raro, me dio un poco de miedo estar ahí, la verdad ¿Quién carajos pinta un cuarto tan azul? -pensé. Las cortinas eran súper delgadas y con enormes bordados de margaritas o girasoles, era difícil distinguir, y la luz de la luna se filtraba y prácticamente el cuarto quedaba oscuro a medias y con sombras de margaritas o girasoles sobre las paredes azuladas. La pared donde mi cama se encontraba era la parte más alumbrada y no pude dormir en toda la noche.

La mañana llegó. Había dormido algo, miré el reloj, solo había sido una hora y media. Los ruidos de la casa ya eran los ruidos del amanecer. Desde la cocina llegaba el tumultuoso movimiento que hacía mi prima Cuchi amasando la harina para hacer las tortillas. Los golpes que le daba a la barra de madera se mezclaban con los murmullos de la plática que sostenía con mi tía Toña, a quien por el acento norteño reconocí. Tenía muchos años de no estar en esa casa y tenía pena de mis propios parientes. Mientras me vestía escuchaba con cierta alegría el sonido que mi tía hacía limpiando las piedras a los frijoles y se escuchaba como rascaba la mesa separando frijol y piedra, frijol y piedra, frijol y piedra…y después cómo caían los frijoles dentro de la olla express. Ya no me acordaba de tan particular ruidito. Chuta seguía dormido, roncó toda la maldita noche y eso aumentó el martirio de mi miserable velada. Salí al baño, me dio pena orinar parado, a esas horas de la mañana siempre tengo la mala suerte de salpicar, así que me senté. Ya no estaba acostumbrado a los baños tan fríos de allá, hechos de pared de concreto y piso de azulejo, y el escusado de cinc que me congeló las nalgas. Curioso es lo que nunca cambia, que mientras sentado, uno está atento a esa pobre extensión que sale del techo retorcida y polvorienta con el foco de pocos watts también cochambroso. El agua estaba también helada, ¡Ah!, bienvenido a tu infancia querido. Ya no tienes nada de esto; consentidito caprichoso.

En la cocina se habrán dado cuenta de que alguien se había despertado, porque los murmullos pararon y cuando descendía por las escaleras alcancé a ver la sombra de mi tía Toña que había estado parada junto al primer peldaño espiando.

<<Buenos días>> dije.

<<Buenos días hijo ¿Cómo amaneciste?>>

Quisiera haber dicho <<de la chingada>>, pero no podía ser tan mal agradecido. Así que sonreí y dije que bien. Pero mi tía no me creyó, me miró con cierta timidez y se disculpó por la malcriadez de Chuta.

<<Es que tu primo es muy serio hijo, allá en el ejército así los vuelven. Pero ya verás que no siempre es así. Al ratito te agarra confianza y se hacen amigos>>

Sonreí sin ganas, con mis ojeras del tamaño de unas gafas, y me senté en el primer banco que vi.

<<¿Ya saludaste a tu primo, Cuchi?>> dijo mi tía, sin quitar la mirada de los frijoles que remojaba en la olla.

<<Hola>> dijo mi prima sin mirarme, yo me di cuenta que los jóvenes de esta casa, eran los que menos me querían. Siempre me verían como el niño de diez años que se fue.

<<Hijo, sírvete café, la olla de barro está caliente, ten cuidado. Y pásate de este lado, que tu prima necesita acomodar ahí la masa. ¿Tienes hambre ya?>>

<<No, tía. Me espero>>

<<Está bien. Tómate un café por ahora. Ahí está la leche y el azúcar está acá. Cuéntame cómo estuvo el viaje. ¿Qué tal es la vida en Colombia?>>

<<Pues bien tía>>

<<Bien, así nada más. ¿Qué no te da gustó estar de regreso?>>

<<Sí, claro. Solo que me siento raro>>

Al decir eso, mi prima Cuchi me miró como diciendo, niño tonto, presumido, bribón y consentido. Pero ella que iba a saber lo que yo sentía. Tantos años sin verlos, tanto había pasado desde la última vez que vi esta casa y volver y ver que sigue el mismo cuarto azul, la misma cocina con la barra de madera, los mismos patios, el frontal con el piso ajedrezado y de colores, y el trasero mojado siempre y con esas altísimas paredes de cemento con esquinas repletas de moho. La función de cada uno de los patios aun me la sabía de memoria, el de enfrente servía de garaje con la camioneta de mi abuelito Charly y el de atrás para la ropa tendida después de lavar. Arriba en la azotea flotaban las mismas ventanas color ámbar dónde estaban los marranos siempre en su eterno estoicismo y su jugueteo mal oliente que desquiciaba al Capitán, el perro cruzado con dálmata, que no paró de ladrar desde que salió el sol esa mañana. Todo seguía idéntico. Era como si yo me hubiera llevado al tiempo y ahora que regresé se lo estaba prestando a la casa por unos días para que todos en ella se movieran y vivieran un poquito junto a mí.

Mi prima Cuchi, seguía igualita con la misma cabellera negra y larga que prometía jamás cortársela. Mi tía Toña igual con la cabellera larga como la de Cuchi, igual de larga pero castaña y canosa. Al Chuta la última vez que lo vi, lo vi sin camisa y pareciera como que así se quedó, porque seguía sin vestir camisa por toda la casa. Me faltaba por ver a mis otros tíos y mis abuelitos y abuelitas. Ellos seguían dormidos, pero no me iba a sorprender verlos en las mismas ropas de como cuando me fui. Mi tía me contó un poco de los acontecimientos más recientes. Que fulano se casó, que zutano se murió, que mengano se peleó y que a Chuchita se le fue el marido a la guerra.

Cuando mi tía puso la olla de los frijoles a hervir, preparó un café para ella y se sentó a ayudar a Cuchi con las tortillas de harina. Hasta ese momento la desvelada me seguía doliendo, pero el olor de las tortillas y el café con canela me estaban poniendo de mejor humor. Poco a poco los otros ruidos de la casa empezaban a ser más constantes. Se escuchaba la taza del baño cuando alguien jalaba, las enormes pisadas en el techo de la cocina iban de un lado a otro, una alarma por allá se activaba y los rezos de mi abuelita Licha eran ya la canción del día con su inigualable bisbiseo como silbato por la dentadura postiza.

El primero en bajar fue Chuta. Agarró una tortilla sin permiso y se la devoró de dos mordidas como un monstruo. Mi tía hizo como que lo regañaba para que Cuchi no hiciera gestos. Luego le preguntó que si quería unos huevos revueltos pero el Chuta no quiso. Dijo que se tenía que ir y salió corriendo. Mi tía le gritó que se pusiera una camisa, que se resfriaría, pero él ni la escuchó y se desapareció por el rumbo de la sala. Lo último que vi fue a mi tía persignarse y murmurar algo a sus adentros. En seguida entró mi abuelita Licha y me abrazó cantándome una canción de niños y apretándome las mejillas, me besó la frente y me dejó untado de crema facial.

<<Chiquito. Cómo te extrañé. Dime, que me trajiste.>>

<<¡Ay, Licha!, déjalo que llegue primero y luego le pides regalo.>>

<<¿Me trajiste mis dolaritos, hijo?>>

<<No, abue. Yo no vivo en Nueva York.>>

<<Má>> Dijo Cuchi. <<¿Te sirvo café?>>

<<Yo me sirvo hija, tú termina. Ven hijo, súbele ésta taza de agua a tu tío, Chucho. Y dile que las pastillas están en el buró.>>

<<Tu tío está en la azotea hijo>> dijo mi tía Toña <<en el cuarto de la izquierda.>>

<<Pero…¿y el Capitán?…no me va a reconocer.>> les dije

<<Grítale a tu tío desde la puerta, que te abra y él agarra al perro.>>

Cundo salí de la cocina sentí como mi prima Cuchi se retorcía de la ira por mi manera de ser tan grandote y tan mimado. Y antes de dar el primer escalón, fui alcanzado por mi tía.

<<Hijo. Habla con tu tío. Este es el momento. Ve a ver que quiere que tanto insistió para que vinieras. Nos tiene a todos tan preocupados>>

Acepté con un poco de pena y subí silencioso.

<<¡Tío, Chucho!…¡Tío…!>>

<<¡Guau, guau, guau, guau…!>>

El maldito Capitán no dejó ni que me acercara a la puerta cuando ya estaba que me devoraba. Mi tío no salía. Pasaron unos segundos y por fin vi la enorme silueta tras el vidrio que se acercaba, reconocí la cabeza cuadrada de mi tío Chucho. Abrió y me impactó verle sin sus lentes. Los ojos se le movían desorbitados, arrastrados por un parpadeo muy lento. Yo nunca lo había visto así, a ningún ciego había visto así. Mi tío había metido al Capitán a otro cuarto, los ladridos pararon y pude entrar a la azotea. Lo que ya me imaginaba, la azotea era la misma estructura que había sido abandonada al comienzo de la construcción de la casa, todo el trabajo de construcción nunca fue ni fijo ni terminado en esa casa. La casa se construyó por partes que nunca fueron designadas a algún uso en particular y así permaneció todos esos años. Las divisiones que nunca se completaron, terminaron siendo chiqueros o cajones para conejos y gallinas. Incluso gatos. El Capitán pues le daba honor a su nombre, porque tenía entera la granja de Orwell bajo sus patas.

<<Come on in…entra. Te reconocí la voz…You sound just like your father>>

Y justo cuando me había alegrado de que alguien por fin me distinguiera diferente a como cuando me fui, mi tío terminó la frase:

<<…Like a sissy>>

<<Te traigo la taza de agua>>

<<Thank you, kiddo. Come, help me with this>>

Cuando entré al cuarto de mi tío, éste estaba tan nítidamente amueblado, mucho mejor que El cuarto azul de Chuta. Se veía súper cómodo y todo había sido misteriosamente arreglado por mi tío solo, a pesar de su ceguera. Tenía una gran colección de libros cabalmente acomodados en sus repisas. Todos por orden de tamaño y en orden alfabético. Ya su cama estaba tendida y por algún motivo todo en el cuarto olía a naftalina. Y era de esperarse, solo una pared lo separaba del chiquero de los marranos. Mi tío Chucho había elegido ese cuarto, no era porque lo trataran mal por su discapacidad, era porque a él le fascinaban los animales. Él solo se encargaba de los marranos, aunque para las cosas más pesadas requería de la ayuda de mi primo Chito y mi tío Nicho que también dormían en la azotea. Chito era mi otro primo, nunca conocí a sus papás, se quedó huérfano desde niño, antes de que yo naciera y mis tíos Nicho y Chucho tomaron el papel de padres. Mi tía Toña y mi abuelita Licha el de las mamás. Chito dormía en un cuarto apartado de los chiqueros, pero pasaba largas horas encerrado con mi tío Chucho. Los dos charlaban mucho. Chito era un caso especial y a él sí lo tenían en la azotea por razones obvias. Daba dolores de cabeza a diario y no porque fuera el personaje más peligroso de la casa, sino porque la locura de Chito y la ceguera de mi tío Chucho se mezclaban y se convertían en atrocidades atómicas que solo se manifestaban en Chito. A mi tío nunca lo culpaban de nada. Ambos filosofaban siempre sobre la locura y ceguera de los demás y era Chito al que culpaban de loco.

<<So, tell me. How was your trip? How long are you staying?…Sabes, necesitaba un favor. Te escribí el mes pasado para que me trajeras un bastón>>

<<¿Un bastón?>>

<<Yes…ese que tengo ya no me sirve…it’s too old and here you can never find a good one>>

<<Nunca recibí tu carta>>

<<Te la mandé con tu madre>>

<<Pero yo no sé nada de bastones para…>>

<<Para ciegos>>

<<Sí, donde se compran, que tipo, de que material, si necesito tener comprobante que soy ciego…no sé, no sé nada de eso>>

<<No digas tonterías. No necesitas nada de eso. Solo vas a la tienda y that’s it!>>

Mi tío me habló por un buen rato sobre los libros que estaba leyendo. Siempre mezclando el inglés y el español. Tenía un ejemplar enorme de historia, encuadernado en cartón compreso y piel, que era en sistema Braille. Pasaba las yemas de sus dedos sobre las páginas con un zigzagueo y me dictaba lo que en el libro estaba anotado. Sonreía, le fascinaba platicar.

Después de un rato como que se cansó de estar en el cuarto y se puso sus gafas con ademán de salir, pero no, algo lo hizo retornar al estante y tomó otros libros que solo él sabía donde estaban, los acarició, les tenía la mirada fija, aunque no los veía. Por fin comencé a sentir un sentimiento más agradable con la casa. Mi tío siempre había sido así conmigo, yo había sido un tonto siempre con él. De niño me escondía para que no me enseñara inglés, pero aunque detrás de un sofá o abajo de una mesa, siempre sentía que él sabía perfectamente donde encontrarme.

<<Un día te vas a ir. Un día tu padre te va a llevar allá y no vas a poder defenderte con el idioma. Aprende, tonto, aprende ahora>> Siempre me decía, y aunque mi papá nunca me llevó a Nueva York, muchas cosas aparte de sus consejos no le escuché. Eso sí, nunca olvidé la historia de cuando dicen que mató a un chico a golpes, en defensa propia. Le apodaban Canek, los amigos del barrio. Le temían por ser alto y ciego. Terminó sus estudios primarios a los 19 años y aprendió inglés y como tres o cuatro dialectos indígenas. Se convirtió en profesor pero un día de la nada dejó de trabajar para atender a los marranos de la casa. Se aisló y se sumergió en la lectura.

Mi tío Chucho no se sentía bien esa mañana, me confesó que no tenía hambre y yo estaba que me moría por una de las tortillas de harina que mi prima Cuchi preparaba. Mientras él se tomaba sus medicinas, no sé si fue el hambre o algo de reflejo que me llamó la atención y me hizo mirar hacia la ventana. Cuando vislumbré perfectamente, vi lo que ya todos en esa casa esperaban a esas horas. Como manecilla de reloj nunca fallaba. No supe cómo ni cuánto tiempo me tardé en interpretar lo que allá afuera veía. Solo vi la silueta delgada de mi primo Chito caminando torpemente de lado a lado por la barda de la azotea, la trasera. Mi primer reacción fue verificar bien y me acerqué a la ventana, vi que Chito no caminaba nada más, brincaba también y se reía solo como si le fascinara sentir ese miedo de caer. Salimos mi tío Chucho y yo corriendo a la parte trasera de su cuarto, donde terminaba el muro que dividía su cuarto con los chiqueros. Mi tío Nicho se enteró de lo que pasaba cuando escuchó los gritos de mi tía Toña desde abajo y también salió de su cuarto. El tío Chucho tenía en su rostro una sonrisa orgullosa y yo solo nombraba los santos a los que nunca les rezo. Chito caminaba sobre la barda de ladrillos viejos y abandonados por el yeso, tenía los brazos abiertos como aeroplano y se tambaleaba como si quisiese caer solo para hacernos brincar de la emoción.

<<¡Virgen de la coalición!>> se escuchó un grito desde abajo. Y en coro siguieron los de otros parientes que aún no veía.

<<Mamá, mamá…>> Se oyó la voz de Cuchi gritar

<<¡Oiyee. Oiyee, cabrón!>> Gritó mi tío Nicho, con su cómico acento norteño

<<¡Chito, bájate de ahí!>> mi abuelito Charly en vano le gritó

<<Hijo, hijito te vas a matar. Bájate por lo que más quieras>> Mi abuelita Lucha le decía, despertada hace pocos minutos.

Y al parecer, este acontecimiento daba por iniciada la mañana en la casa, porque todos se despertaron y comenzaron uno por uno la orquesta de súplicas para que Chito se bajara. Todos menos mi tío Chucho y yo, desde la ventana del cuarto observábamos, bueno, solo yo porque me tío Chucho no. Aunque increíblemente, sonreía como si de verdad pudiera ver. Y movía la cabeza a donde fuera que Chito iba. Y me decía que lo mejor estaba por empezar. Me pedía que esperara.

<<Orale, cabrón chamaco. Bájese de ahí>> Le gritó mi abuelito Chocho desde su cuarto.

<<Hazte para’llááá…hazte para’llááá…>>Le suplicaba mi abuelita Popocha.

<<Este condenado un día si se nos va a caer>> Decía mi tía Toña, desde el patio de abajo.

<<El señor lo agarre con su sangre y su poderoso espíritu>> oraba mi abuelita Licha.

Y yo no entendía como mi tío Chucho era el único en no gritarle. Y solo pronunció palabra cuando me previno que el monólogo de Chito estaba por empezar.

<<Mira, mira. Ya va a empezar>> Dijo, con alegría

Chito levantó los brazos en todo lo alto. Abrió bien las piernas para encontrar un mejor balance en la barda y comenzó a hablarle al viento.

<<Hijo, bastardo de la mortalidad. Eres injusto contigo mismo y eres infeliz por no ser eterno. Quieres llegar a ser lo que no se puede ser. Al despegarte de tu cuerpo, ya no eres, porque antes de nacer tampoco eras. Y ahora que mueras tampoco serás. Tuviste la vida y la tomaste demasiado lenta. Eras sangre, tierra y voz, pero jamás fuiste luz. Tu velo cubre el rostro del olvido y las lágrimas se hunden en tu pecho, como llagas arden, como heridas queman. Miras al cielo y le gritas a la nada, por qué me haces esto, pero que va, nadie te responde. Y aun así dices, es su voluntad. Yo digo es mi voluntad que mueras olvidado. Porque yo soy y tú eres, porque yo quiero que seamos. El mal nos ayuda a ser poderosos de un bien que nos arrastra a esta su merced, y nos cubre con las nubes de una lluvia que solo nos moja las espaldas que al cruzar la línea entre el bien y el mal, las dos banderas dan terror y ahí es cuando uno se arrepiente pero da el paso y nunca retorna vivo. El que retorna está muerto, olvidado y abandonado. Ya no es, nunca será. Su cuerpo se murió y su vida es alimento para los gusanos.

Hermano, hermana, ven, hazme el amor con tu filosofía que yo te fecundaré con mi idealismo y juntos haremos una revolución. Que bolivariana, que zapatista, que guevarista, ni que nada. Haremos una revuelta de cuerpo y sangre, porque ellos la derramaron en vano. Y tú y yo la esparciremos por los senderos de un nuevo hombre arraigado. En la jaula de Latinoamérica se encuentra el puma encerrado, el quetzal desemplumado y el cóndor extinto. Mientras que el águila del norte se devora a la serpiente azteca. Yo no quiero cielo, no quiero premio eterno. Quiero sufrir viviendo, llorar trabajando, sudar bebiendo, sembrar comiendo, tirar observando. Porque no quiero ser invisible y tocar el arpa. Quiero ser mortal y sujetar el fusil. Yo quiero tener razón. Que aburrido suena el cielo, de alas y transparentes serán, los que menos quieren luchar. Tengan por seguro, que si hay un infierno y el diablo me quiere torturar, a ese también le armaré una revolución, porque si él es malo comparado con los de aquí, me da risa entonces>>

Mi tío Chucho empezó a aplaudir. <<Bravo, Chito. Bravo>> Le decía. Reía a carcajada abierta. Los rezos y los gritos no cesaban desde abajo. Las tortillas se le quemaron a mi prima Cuchi en el comal, el humo y el olor llegaron a la azotea. Mis abuelitos Chocho y Charly se quedaron sin desayuno. Mi abuelita Lucha después de gritarle a Chito un par de mentadas se hartó y regresó a dormir, su cuerpo ya no le permitía ese tipo de circos. Estaba fatigada de tanta locura en esa casa. Mi abuelita Popocha trató de subir a la azotea a regañar a Chito, también harta de todas esas mañanas de griterío pero se cayó en uno de los primeros escalones y la tuvo que atender mi tío Nicho.

¡Ay! ésta casa está llena de viejitos locos y jóvenes desquiciados. A mí me engañó mi tía Toña, me dijo que mi tío Chucho quería hablar conmigo, y en realidad lo que quería es que yo también fuera parte de la audiencia que él y Chito necesitaban a diario.

Cuando todo terminó, Chito se sentó sobre la barda con los pies colgando como campanas. Miraba al horizonte, sonreía, echaba un par de escupidas y aplaudía. De repente, mi tío Chucho salió y se paró sobre el balcón y se le acercó. Yo me quedé dentro del cuarto, mirando. Los dos charlaron por varios minutos en un silencio funesto y de un momento a otro, Chito se levantó sobre la barda y sin decir nada saltó. Los gritos de todos mis parientes quedaron congelados en el momento.

La muerte de Chito quedó flotando en el tiempo dentro de la casa. Se le recuerda con un moño negro en la entrada y cada que se abren las puertas entra un viento cálido que le da a la casa un momento de vida. Mi tío Chucho no ha muerto. Sigue leyendo dentro de su cuarto y solo sale a alimentar a los marranos tres veces al día. Mi tía Toña me ha escrito varias veces para disculparse por lo que pasó y para saludarme. Me pregunta por mis papás y me cuenta cosas de todos, mi tía no sabe que mis padres han muerto hace varios años y yo hasta ahora no he podido responderle la correspondencia. Tengo la certeza de que un día lo haré, o quizá no le responda pero un día sé que tendré que regresar a la casa. La semana pasada otra carta llegó, pero no de mi tía Toña. Esta carta es de Cuchi, quien me dice que Chuta ha muerto hace poco y que mi tía Toña está desahuciada. Las causas de la muerte: un terrible asesinato por culpa de un triángulo amoroso. «Recibió treinta y un apuñaladas en la espalda y lo arrojaron de un auto en movimiento. Después otro carro lo arrolló y terminó en la fosa común unos días». Pobre Chuta. En la carta Cuchi me cuenta que en la fosa común los gusanos de otro cadáver se lo estaban comiendo al pobre. Yo me lo imaginé ahí, ensangrentado bajo el cuerpo podrido, mi primo Chuta sin camisa.

Lo que me tiene intrigado es que en la última carta que mi tía Toña envió, ella dice que Chuta fue enviado a Chiapas a la zona en conflicto. Tengo que confesar algo, tengo miedo de que todo esto sea obra de mi tía para que yo regrese a la casa. Quien sabe que circo se trae ahora.

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