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La América Latina invisible

Cada vez que navegamos por las aguas, generalmente turbias, de la información que, sobre América Latina, ofrecen los diarios, revistas y televisiones de Europa y Estados Unidos, nos topamos inevitablemente con lo peor de nuestros países. Las palabras y las imágenes que dan la vuelta al mundo son las que muestran males lamentablemente comunes en la región como lo son la corrupción, el narcotráfico, la violencia, la injusticia social. Son esos los tópicos que merecen centimetrajes en la prensa escrita y minutos en las radios y televisoras, pocas veces mezclados con notas de color sobre alguna miss o cantante de éxito.

Los cliché se repiten y empañan la cotidianidad de una población que, mientras sufre las consecuencias de esos males, lamentablemente reales, lucha por cambiar su entorno, se prepara en Universidades que, a pesar de todo, siguen manteniendo sus altos estándares y son factores de innovación en el pensamiento, en las empresas, en el mundo de la creatividad, en la ciencia y la tecnología.

Pocos, quizás solamente los que vivimos en América Latina, conocemos cuán importante, grande y fuerte, sea esa cara invisible de nuestros países.

Para muchos otros cada ciudad, cada nación, se reduce a una imagen, una sola, generalmente negativa o folclórica. Y así Colombia es sinónimo de narcotráfico, México de violencia, Venezuela de Chávez, Brasil de carnaval, Argentina de Perón, etc.

Es reductivo y frustrante. A la luz de esa realidad toma particular importancia cualquier reconocimiento internacional que logre un latinoamericano.

Hace pocos días la pasarela del Festival de Cine de Venecia ha sido escenario del talento latinoamericano: el venezolano Lorenzo Vigas, con su película Desde Allá, ganó el León de Oro, el argentino Pablo Trapero logró el León de Plata al mejor director por «El Clan», y el brasileño Gabriel Mascaro obtuvo el Premio especial del jurado, en la sección Horizontes, con «Boi neon».

Tres Premios a nuestra creatividad y seriedad profesional, tres premios que por momentos rasgaron esa cortina de lugares comunes que envuelve, cual niebla, lo mejor de nuestros países.

No han faltado voces mezquinas criticando tan merecido éxito y alegando un juicio parcial de un jurado presidido por el mexicano Alfonso Cuarón. Una ofensa que quema porque pone en tela de juicio la integridad de alguien como Cuarón que ha llegado a presidir ese jurado por reconocidos méritos y el talento de los cineastas premiados.

Una demostración ulterior, si fuera necesario, de la parcialidad con la cual el resto del mundo, y en particular los europeos y los norteamericanos, nos miran. Para la mayoría de ellos las únicas informaciones que podemos generar los latinoamericanos son las que ofrecen un toque de aventura en sus vidas bien establecidas. Aman las noticias que les permiten soñar con revoluciones ajenas y carnavales desenfrenados. Les encanta percibir el escalofrío que dan las escenas sangrientas que no son fruto de ficción sino de hechos reales, mientras realizan sus quehaceres agradeciendo al dios más cercano el no haber nacido en esos lares. Eso y solo eso.

Es tarea de todos nosotros encender un foco de luz sobre la cara invisible de nuestra región.

El reflector que en estos días ha iluminado a tres realizadores latinoamericanos en un Festival tan importante como el de Venecia, por más que le duela a alguien, ha logrado rasgar esa oscuridad.

El éxito de ellos es de todos nosotros.


Photo Credits: Marco / Zak

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